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Elemental mi querido Freud. Hacia una elucidación de su método

By 5 julio, 2013mayo 28th, 2021No Comments

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Mario Elkin Ramirez

fuente: http://psiconet.com/foros/investigacion/ramirez.htm
Introducción

Sigmund Freud empieza en 1886 su práctica clínica como especialista de las enfermedades nerviosas, pero rápidamente encuentra un obstáculo epistemológico: el paradigma positivista en que había sido formado, su largo trabajo en laboratorio donde observaba en microscopios el resto evolutivo en las anguilas y sus rigurosos estudios de fisiología y neurología, no le servían para abordar los temas de los cuales hablaban y sufrían sus pacientes, a saber: la sexualidad, el amor, la locura, la muerte. Se vio entonces obligado a volcarse sobre su formación humanista para buscar nuevos recursos metodológicos.

Años después, lo encontramos del otro lado; dio un salto epistemológico, fundó un nuevo tratamiento terapéutico de las psiconeurosis, una nueva teoría de la psiqué y un nuevo método de investigación, todo ello llamado psicoanálisis.

Ha habido, después de cien años de psicoanálisis, una gran producción en los dos primeros aspectos; pero, la configuración de su método de investigación, a partir de esas fuentes extraterritoriales al positivismo ha sido poco explorada. Es a este aspecto que se quiere aplicar la presente especulación.

El fundador de la microhistoria Carlo Ginzburg, publicó en 1978 bajo el título Spie. Radici di un paradigma científico,2 un artículo que luego fue retomado en 1979 como Spie. Radici di un paradigma indiziario en el libro colectivo Crisi della ragione, crisis de la razón, publicado en Italia. Simultáneamente el artículo fue publicado en la revista Ombre Rose de gran circulación, que provocó un gran impacto en la intelectualidad italiana y luego europea; «Para terminar convirtiéndose hoy, en este año del 2006, en el más importante ensayo de metodología histórica escrito en los últimos cuarenta y cinco años».3 Es el ensayo más difundido a nivel mundial y el más traducido de Carlo Ginzburg. Sin embargo, ese éxito inusitado hizo que su autor se negara a convertirse en el teórico del paradigma indiciario y durante más de veinte años no habló más del asunto.

La hipótesis de Ginzburg es que a finales del siglo XIX «surgió silenciosamente en el ámbito de las ciencias humanas un modelo epistemológico (si así se prefiere un paradigma), al que no se le ha prestado aún suficiente atención. Un análisis de tal paradigma, ampliamente empleado en la práctica, aunque no se haya teorizado explícitamente sobre él, tal vez pueda ayudarnos a sortear el tembladeral de la contraposición entre ‘racionalismo’ e ‘irracionalismo’».4

El artículo de Ginzburg se aplica a una serie de investigaciones sobre Giovanny Morelli, Conan Doyle (con su personaje Sherlock Holmes) y de Sigmund Freud, de las que infieren ese nuevo paradigma, cuya aplicación en distintos campos constituyó una nueva forma de conocimiento humano de la realidad.

El autor encuentra que el conocimiento a partir de Spie —que a la vez puede traducirse por espías, huellas o indicios—, se remonta hasta los cazadores antiguos, pasa por las prácticas jurídicas mesopotámicas, pero también por la semiología médica, para encontrarse después en el método clínico de Freud, la práctica detectivesca inglesa a partir de Doyle y la crítica de la pintura italiana después de Morelli.

Siguiendo las pistas de Ginzburg, suponemos posible elucidar otro fundamento de la metodología de la investigación psicoanalítica y del método clínico de Freud, diferente del que, epistemólogos como Paul Laurent Assoun5 y Paul Bercherie6 le han dado; el primero, haciendo de Freud un hijo tardío del fisicalismo positivista del siglo XIX, el segundo un heredero, aunque revolucionario, de la psiquiatría clásica.

Ginzburg habla de Sherlock Holmes a partir de un comentario sobre Castelnuovo, quien alineaba el método de Morelli al de Artur Connan Doyle.

El conocedor de materias artísticas [Morelli] es comparado con el detective que descubre el autor del delito (el cuadro), por medio de indicios que a la mayoría le resultan imperceptibles. Como se sabe, son innumerables los ejemplos de la sagacidad puesta de manifiesto por Holmes al interpretar huellas de barro, cenizas de cigarrillo y otros indicios parecidos. 7

Luego Ginzburg cita un pasaje del cuento de Doyle, La caja de cartón, donde Holmes infiere el parentesco de la persona que lo ha contratado, con una víctima —de la que han enviado las orejas—, a partir de la observación de los detalles de la oreja cortada y la de su hermana.

Cada oreja posee características propias, y se diferencia de todas las demás. En la «Reseña antropológica» del año pasado, encontrará usted dos breves monografías sobre este tema, que son de mi pluma. De modo que examiné las orejas que venían en la caja con ojos de experto, y registré cuidadosamente sus características anatómicas. Imagínese cuál no sería mi sorpresa cuando, al detener mi mirada en la señorita Cushing, observé que su oreja correspondía en forma exacta a la oreja femenina que acababa de examinar. No era posible pensar en una coincidencia. En ambas existía el mismo acortamiento del pabellón, la misma curva del lóbulo superior, igual circunvolución del cartílago interno. En todos los puntos esenciales se trataba de la misma oreja. Desde luego, enseguida comprendí la enorme importancia de semejante observación. Era evidente que la víctima debía ser una consanguínea, probablemente muy estrecha de la señorita […]».8

En ese relato literario sorprende el conocimiento de la anatomía desplegada por el detective. ¿De donde provenía? Hasta allí indaga Ginzburg. Pero, hay algo más que nos muestra una conexión inesperada entre Sigmund Freud y Conan Doyle y que da mayor posibilidad de confirmación de las hipótesis de Ginzburg sobre el paradigma indiciario, y nos pone en la pista de un abordaje inédito sobre el método clínico de Freud.

Vidas paralelas

En Mayo de 1859 nació en Edimburgo Arthur Ignatius Conan Doyle, contemporáneo de Freud, quien había nacido en Moravia en 1856. Como Freud, Doyle estudió Medicina, pero, antes de instalarse definitivamente en Londres viajó por todo el mundo como médico a bordo de distintos barcos mercantes. La descripción de los detalles de sus viajes están camuflados en sus novelas y era uno de los elementos fascinantes para el lector del siglo XIX, pues, la geografía era el modelo de la exploración de enigmas, las tierras extrañas. Por ello mismo, Freud usaba la geografía como metáfora de los enigmas por descubrir, así decía de la sexualidad femenina que era el continente negro, África desconocida. Del mismo modo que podía decir de su primera teoría etiológica de las neurosis, que había hallado el Capup nili de la neurología; comparándolo con el descubrimiento de las fuentes del Nilo, fue el descubrimiento más importante en la geografía del siglo XIX.

Arthur Conan Doyle también viajó a Viena a tratar de especializarse en Oftalmología. No se sabe si conoció a Freud, quien estudiaba sobre los efectos analgésicos de la cocaína para las cirugías, aunque Koller le tomó la delantera descubriendo el efecto anestésico de esta sustancia exótica de América del sur. No está documentado ningún encuentro entre Freud y Doyle, salvo la ficción de Herbert Ross, en la película de 1976 Elemental, doctor Freud, que me ha sugerido el título de este capítuloSe trata en ella de la reunión de Sigmund Freud y Sherlock Holmes, el cual va a consultarlo por su adicción a la morfina y terminan resolviendo un caso criminal y un caso clínico combinando sus métodos.

Pero la cercanía intelectual entre Freud y Doyle es algo más que ficción. Freud era anglófilo, y leyó las novelas de Doyle, de hecho lo cita en una carta a Jung, a propósito de la recepción de una paciente que este le había remitido, le dice:

«Fräulein Spielrein ha reconocido en su segunda carta que el asunto que la preocupa guarda relación con usted: por lo demás no revela sus intenciones. Mi respuesta fue de lo más sabia y perspicaz; le di la impresión de que las pistas más vagas me hubieran permitido, como si fuera Sherlock Holmes, adivinar la situación […] y le sugería un procedimiento más adecuado, algo endopsíquico».9

La coincidencia en el paradigma entre Doyle y Freud se remonta más atrás, a sus años de formación. De su viaje a París, en un prólogo para un libro de Bourke en 1913, Freud dice:

Cuando en 1885 yo residía en París como discípulo de Charcot, lo que más me atrajo, junto a las lecciones del maestro, fueron las demostraciones y dichos de Brouardel, quien solía señalarnos en los cadáveres de la morgue cuántas cosas dignas de conocimiento para el médico había, de las cuales la ciencia no se dignaba anoticiarse. Cierta vez que discurría sobre los signos que permiten discernir el estamento, carácter y origen de un cadáver no identificado, le oí decir: «Les genoux sales sont le signe d’une fille honnête». ¡Utilizaba las rodillas sucias de una muchacha como testimonio de su virtud! 10

Brouardet (1837-1906) era un célebre médico forense, al cual Freud se refirió en términos elogiosos en otros escritos, dice que atraído por la personalidad de Jean Martín Charcot, en su estancia en París se limitó a seguir las enseñanzas de este único hombre y renunció a su asistencia a otras clases. Pero agrega: «Sólo a las autopsias forenses y conferencias del profesor Brouardel en la Morgue rara vez dejaba de asistir».11

Es decir, que Freud allí estuvo sensibilizado con la medicina forense de Broaudel y con la manera de inferir detalles de la personalidad de los cadáveres a partir de indicios.

Otra referencia a Brouadel cuenta una interesante anécdota:

Asistía yo a una de esas veladas que daba Charcot; me encontraba cerca del venerado maestro, a quien Brouardel, al parecer, contaba una muy interesante historia de la práctica de esa jornada. Oí al comienzo de manera imprecisa, y poco a poco el relato fue cautivando mi atención: Una joven pareja de lejanas tierras del Oriente, la mujer con un padecimiento grave, y el hombre, impotente o del todo inhábil. «Táchez donc», [inténtelo usted] oí que Charcot repetía, «je vous assure, vous y arriverez» [le aseguro que lo lograr á]. Brouardel, quien hablaba en voz más baja, debió de expresar entonces su asombro por el hecho de que en tales circunstancias se presentaran síntomas como los de la mujer. Y Charcot pronunció de pronto, con brío, estas palabras: «Mais dans des cas pareils c’est toujours la chose génitale, toujours… toujours … toujours!». [Pero en casos parecidos es siempre la cosa genital, siempre…siempre] Y diciéndolo cruzó los brazos sobre el pecho y se cimbró varias veces de pies a cabeza con la vivacidad que le era peculiar. Sé que por un instante se apoderó de mí un asombro casi paralizante y me dije: Y si él lo sabe, ¿por qué nunca lo dice? Pero esa impresión se me olvidó pronto; la anatomía cerebral y la producción experimental de parálisis histéricas habían absorbido todo mi interés.12

Para el joven Freud, Brouardel, el maestro que revelaba los detalles de la personalidad a partir de indicios recogidos en un cadáver, era quien contaba la anécdota y era el Maestro Charcot quien afirmaba, desde toda su autoridad, aunque en un ambiente informal, aquello que no decía en su cátedra, que había un origen sexual en la etiología de la histeria, a lo cual Freud no podía responder sino con su asombro.

Arthur Conan Doyle tiene origen irlandés, proviene de una familia pobre que paga sus estudios con esfuerzo, pero sus notas son mediocres. Al contrario de Freud, que era un estudiante brillante, aunque, igualmente, venía de una familia pobre y, además, judía.

A sus 17 años Doyle ingresó a sus clases de medicina en 1877 y allí fue alumno de Joseph Bell, un hombre misterioso y carismático cuya ambición fue la de dar una base científica a la investigación forense; mientras la de Freud, igualmente, era que el psicoanálisis, tuviera cientificidad.

Bell pudo realizar esa ambición. Little Jhon lo invitó a participar en las autopsias de asesinados, y con sus observaciones, encontrar evidencias que permitieran emprender procesos judiciales contra los asesinos. En ello, encontró una nueva profesión antes inexistente, fundó un nuevo campo, la ciencia forense al servicio de la detección criminal. En efecto, entre 1874 y 1878, Bell dio lugar a un nuevo método de investigación criminal, a partir de lectura de señales de la escena del crimen, hoy conocida como CSI, investigación de la escena del crimen. Dicho método se fundamentaba en la química, la toxicología, la patología y el análisis grafológico.

Su eficacia se muestra en que, trabajando sobre 7 casos pudo enviar a 5 hombres a la cárcel. Pero insistió en permanecer en el anonimato, no deseaba que su nombre estuviera ni en la prensa, ni en los informes policiales.

Josehp Bell asombra a sus alumnos con su poder de razonamiento: Para él es sencillamente, el métodoObserva, infiere y confirma con pruebas indiscutibles. Ojos, oídos y memoria, son sus herramientas. Enfatizaba en la necesidad de la observación detallada, no solamente de los signos de la enfermedad de su paciente, sino también de los detalles como la ropa, por la que podía inferir su profesión.

De la misma manera que Buardel impresionó a Freud Bell lo hizo con Doyle. Éste contaba de su maestro que, alguna vez dijo a uno de sus pacientes, delante de su discípulo, diciéndole si había disfrutado de su paseo por West Listhen y el paciente sorprendido asintió. Al retirarse Bell le explicó a Doyle que no había adivinado, sino que puso saberlo por la tierra rojiza de sus zapatos, en el lugar donde había estado aquel paciente, era el único lugar de Edimburgo donde hay tierra de ese tipo. Pero, seguramente el paciente, quedó atónito por la capacidad adivinatoria de aquel médico. Este pasaje aparece relatado en el cuento de Doyle La voz del terror, atribuido a Sherlock Holmes, que se defiende de la resistencia entre algunos miembros de un Consejo de Seguridad opuestos a su contrato para investigar un caso de Estado, y Holmes, deslumbra con esa inferencia al resistente —que resulta a la postre ser el traidor, que desde esa alta posición, pasa información a los nazis.

Otra anécdota similar a la que Freud relata de Brouadel, la cuenta Doyle de Bell. Hallándose frente a un p aciente, pregunta Bell:

— ¿Qué le ocurre a este hombre?

—Un problema de cadera, señor.

—Lo sé, pero ese no es su verdadero problema, su problema es que padece alcoholismo crónico, fíjense en la nariz rubicunda, en la cara colorada, pero dado que deben hacer un diagnóstico completo, verán que por el bolsillo derecho de su abrigo asoma una botella de whisky. Luego los incita a verificar sus conclusiones. Todas sus deducciones resultaban absolutamente verdaderas. Ese tipo de inferencias abundan en el detectiv e creado por su alumno.

Bell resolvió en 1878 un caso de asesinato por envenenamiento que un aristócrata culto, Eugene Chandrel, quien perpetuó sobre su mujer, creando luego una puesta en escena, para hacer aparecer que se trataba de una asfixia accidental por gas de carbón. Bell descubre manchas de vómito, lo que no es característico en estas intoxicaciones, además, el aliento de la muerta no tenía ningún olor, mientras que en un intoxicado por gas de carbón el aliento apesta de modo característico. Bell no disponía de los aparatos sofisticados con los que los investigadores forenses cuentan hoy, como el omnicrón, para captar este tipo de manchas de hierro en los fluidos del cuerpo con ADN o restos de drogas, rastros que, a simple vista, generalmente pasan inadvertidas; Bell sólo tenía su capacidad de observación y de razonamiento, y encontraba que había cosas sin sentido, detalles que no encajaban. El análisis de laboratorio y la autopsia revelan que tampoco sus órganos apestan a gas de carbón, ni su sangre tiene el tono brillante que este gas le daría. Se aseguró en reconocer señales de las enfermedades antecedentes que la mujer había padecido que cuadraran con el caso, y de los signos, por ejemplo, de una apoplejía que pudiera haberla matado, pero no los encontró. Todo le indicaba un envenenamiento, que era lo que Bell sospechaba. Pero además, siguiendo esa hipótesis, las trazas de vómito no tenían los componentes de venenos habituales, sino de opio. No obstante, llamó a un empleado de gas para inspeccionar el dormitorio de la muerta, aquel confirma la corazonada de Bell, habían cortado intencionalmente la tubería. No obstante eso no señalaba al marido como culpable. La tecnología de las huellas dactilares sólo se desarrolla como prueba irrefutable 27 años después.

El marido había comprado opio días antes de la muerte de su esposa, no se encontró, sin embargo restos de opio en su sangre. Bell recibe días después el análisis químico del vómito, confirmando que es opio. Lo cual ya si era prueba del asesinato.

El caso produjo revuelo, porque se trataba de un hombre culto, ya que, en la época, se tenía el prejuicio que los crímenes eran obra de personas iletradas. Bell no asiste al juicio, quien expuso las pruebas fue Little Jhon que lo había invitado a participar en el caso.

El lenguaje científico, en la época, está ausente de los tribunales, por eso cautivó la exposición del amigo de Bell. Luego de los testimonios fue esclarecido el móvil del crimen, resultando ser de lo más vulgar: durante sus borracheras el marido decía: «me haz engañado de nuevo, una buena dosis de opio te tumbará para siempre y nadie se dará cuenta», según testimonió una criada. Pero el móvil no era solamente sus celos patológicos; el corredor de seguros dijo que, meses antes, el marido había comprado a su esposa un seguro por 1000 libras, del que él era beneficiario. El jurado lo encuentra culpable y el juez lo condena a la horca. El condenado felicita irónicamente por su buen trabajo a Little Jhon y a Bell mismo, esto llegó a los periódicos.

Joseph Bell, en ese momento, había elegido como ayudante a Artur Conan Doyle entre el numeroso grupo de alumnos; en las memorias del estudiante, cuenta que fue una magnífica oportunidad para estudiar sus métodos, durante casi un año. En 1881 Doyle se licencia y abandona Edimburgo. Abre una consulta en Inglaterra, pero apenas vive con sus honorarios, entonces, decide escribir relatos para reajustar sus gastos.

En la primavera de 1886, en el mes de Marzo, Doyle encuentra su gran inspiración ante la declaración de impotencia de la policía londinense en la resolución de los crímenes, anunciada en los periódicos, había un fracaso en la investigación policial, es decir que, al mismo tiempo que Freud encontró un límite en la ciencia positiva para el tratamiento de las neurosis, Doyle encontró una frontera en las investigación criminal; por ello, este último, a los 27 años se decidió a escribir una novela, publicada casi dos años después, en noviembre de 1887 con el título Estudio en Escarlata.

Más que por sus trabajos en medicina e historia o por sus incursiones en política o su interés en los fenómenos paranormales, Conan Doyle será recordado esencialmente como el creador del más importante detective de ficción. Esta novela es protagonizada por un personaje desdoblado en dos: Sherlock Holmes, inspirado en Bell, de quien sabemos más por el personaje de ficción que por su exigua biografía, es el investigador privado; y el médico John Watson, en el que Doyle se representa a sí mismo, pues, la principal actividad de Watson es escribir las hazañas de Holmes, como la de Doyle escribir de manera novelada las virtudes de Bell. En ese libro Doyle hace la primera descripción de Holmes, la cual coincide con la de Bell, no solamente en su físico o en su conducta, sino también en su manera de pensar. Holmes obtiene su vivacidad del modelo que sirvió de inspiración a Doyle. El libro cautiva a los lectores y a los críticos, Doyle vendió más 40.000 ejemplares de este texto el primer año.

Mientras tanto, precisamente en el verano de 1888, Joseph Bell, está a punto de unirse a la cacería del más famoso asesino sexual en serie de Inglaterra, Jack el destripador. Un asesino sexual en serie. Bell estudia el expediente de las muertes del destripador, fotografías, cartas del asesino e informes forenses de sus víctimas. Pudo inferir detalles como si el asesino era diestro o zurdo, si había estrangulado a las prostitutas, antes de destriparlas y envolverlas en sus propios órganos internos. Construye una imagen del asesino.

Joseph Bell le explica su método a su colaborador Littel Jhon, quien también ha estudiado el expediente: «éramos dos a la caza, y cuando dos hombres buscan una pelota entre la hierba, la encontrarán donde se crucen las líneas rectas de los ojos de sus mentes. Del mismo modo cuando dos hombres se ponen a investigar un crimen, allí donde se crucen sus búsquedas estará el resultado». Bell estudia la caligrafía del asesino en sus cartas, para inferir algo de su personalidad. Hoy no estudian la caligrafía sino las características de dicha caligrafía con el propósito de identificar al autor, además del estudio químico de tintas y papeles. Además del estudio con luz ultravioleta de las marcas posibles sobre otro papel mientras era escrito el documento en cuestión, es decir la detección de marcas dejada sobre otros papeles por la presión al escribir el documento conocido. Es el procedimiento llamado detección electrostática, que revela texto invisible a simple vista.

Tanto Little Jhon como Bell sacan sus propias conclusiones por su lado, luego, confrontan sus versiones y realizan un sorprendente hallazgo, coinciden el nombre del sospechoso, sacado de la lista de seis iniciales, establecida por la descripción de la imagen del asesino que Bell había hecho. No obstante, algunos años después, el informe de Bell, posteriormente desaparece de Scotland Yard. Dejando el nombre de Jack el destripador ignorado para la posteridad. Este hecho ha inspirado otras ficciones, como la película From Hell (Desde el infierno) de Hughes Brothers.

En 1886 Arthur Conan Doyle recibe el encargo de escribir seis historias de Sherlock Holmes para la revista The Strand Magazine, que aumentó su tiraje de un modo impresionante. Y luego fue traducido a múltiples idiomas.

Doyle tomó los nuevos métodos científicos de investigación médica y los trasladó al nuevo territorio de la investigación detectivesca.

En El signo de los cuatro Doyle hace que Holmes imite la actuación que tuvo Bell en el juicio de Eugene Chandrel, permaneciendo en un segundo plano en el momento del juicio, y es el investigador oficial quien presenta las pruebas. Allí mismo dice: «la detección debería ser una ciencia exacta y debería ser tratada con la misma frialdad y ausencia de emociones».

Bajo la forma de tributo, Artur Conan Doyle cuenta alguna vez, quien es su inspirador. La prensa entrevista a Joseph Bell, pero la gratitud de Doyle se convierte en una maldición para Bell. Quien se defiende buscando para sí una imagen ante los otros mejor que la que describió Doyle, de frío y calculador. Decía que su doble literario, Sherlock Holmes, lo atormentó hasta su retiro de la vida médica a los 64 años.

Aquel que dijera en su cátedra que «al médico se le enseña en un aula, pero aprende junto a una camilla» y que «nada sustituye a la práctica», muere a los 74 años, en 1911. Artur Conan Doyle le dedica su obra. «A mi viejo profesor Joseph Bell, Doctor en Medicina, de Edimburgo»; aunque termina siendo una nota de pie de página en la descripción de las hazañas de su doble literario, por medio de Sherlock Holmes, Bell se hizo inmortal, aunque, igualmente su legado sigue vivo en los laboratorios forenses de todo el mundo.

Freud y Doyle comparten entonces una ambición, pero la realizan emprendiendo caminos diversos: Doyle abandona la medicina para ponerla —al lado de la investigación forense— al servicio de la literatura y Freud pone su pluma literaria —que le mereció el premio Goethe— al servicio de la nueva ciencia que terminó por descubrir. Compartían, además, un amor a la verdad, a través de su personaje Doyle (y Bell) querían esclarecer la verdad jurídica, Freud la verdad subjetiva.

Bell influye de manera determinante en Doyle para la creación del personaje literario y su forma de razonamiento. Brouadel influyó en Freud sólo desde el punto de vista de una actitud metodológica que luego éste perfeccionó, desprendiéndose de la observación, para llevarla a la escucha. Escucha de detalles rechazados por la conciencia: el lapsus, el sueño, el olvido, el síntoma, el sueño. Migajas despreciadas por el banquete de la ciencia positiva que luego recibió con escándalo y resistencia el resultado de sus inferencias.

La lógica que Conan Doyle dio a Holmes, seguramente la construyó además, a partir de la educación que recibió de los jesuitas. Fue una mezcla del espíritu escolástico de Aquino (números, elementos y sintaxis que vienen de la retórica medieval) con el espíritu científico del siglo XIX. En efecto, el género de Doyle aborda uno de los logros más inquietantes del siglo XIX: la reducción de los individuos a casos y de las personas a números estadísticos. Las obras de Doyle influyeron a que se desarrollaran estos métodos como el retrato hablado o retratos robots. En esa vía, los británicos en Bengala, India, fueron los primeros en 1897 en tomar las huellas digitales y expandir su práctica a gran escala. La dactiloscopia se convirtió en el instrumento más importante de la detección criminal hasta nuestros días. Las huellas digitales aparecen en las historias de Holmes, como por ejemplo en El constructor de Norwood.

Del mismo modo en que Freud supo tirar partido de sus propias vivencias para crear el psicoanálisis, usando sus propios sueños, olvidos, lapsus, etc.; Doyle supo extraer de su vida el material para hacer literatura, representó a su padre alcohólico en el hermano de Watson, su amor por las artes marciales viene del aprendizaje de defensa en las calles del peligroso barrio donde vivió su infancia, tomó el apellido de uno de sus camaradas de colegio para nombrar su peor enemigo, Moriarti; las vivencias de su vida de internado, se reconocen en los escenarios de sus novelas. La locura y tragedia de su padre es también reelaborado en algunos pasajes de sus relatos. Arthur Conan Doyle murió el 7 de Julio de 1930, Freud lo sobrevivió 9 años más.

El método de Sherlock Holmes

Cuando Doyle escribió el Estudio en escarlata no sospechaba del éxito que tendría. Por tanto, no tenía ninguna idea de que el personaje que allí creaba iba a tener tantas consecuencias como las tuvo en la investigación forense y de que estaba contribuyendo a crear un nuevo paradigma científico, el paradigma indiciario; Doyle sólo era conciente de que hacía literatura inspirado en el antecesor en este género, Edgar Alan Poe.

Las áreas de conocimiento en que Holmes tenía mayor grado de adquisición eran: la Botánica, sobre todo de venenos y narcóticos, la Geología. «distingue de un golpe de vista la clase de tierras. Después de sus paseos me ha mostrado las salpicaduras que había en sus pantalones, indicándome, por su color y consistencia, en qué parte de Londres le había saltado», Química, en la que tenía conocimientos exactos pero no sistemáticos. Anatomía, que conocía en profundidad y literatura sensacionalista en la que poseía un conocimiento detallado de todos los crímenes perpetrados en el siglo. Todo este saber, aparentemente ecléctico, va a tener todo su interés, a la hora de sustentar sus inferencias, comparando los datos con las reglas que se desprenden del funcionamiento habitual de los objetos de dichos saberes, para luego inferir el caso particular.

Ahora bien, el autor no deja de señalar cuál es la relación con el saber de su personaje; Watson dice:

No era medicina lo que estudiaba […] Tampoco parecía haber seguido en sus lecturas ninguna norma que pudiera calificarlo para graduarse en una ciencia determinada o para entrar en uno de los pórticos que dan acceso al mundo de la sabiduría. Pero con todo era extraordinario su afán por ciertas materias de estudio, y sus conocimientos, dentro de límites excéntricos, eran tan notablemente amplios y detallados, que las observaciones que él hacía me asombraban bastante.13

Es decir, que hay una especie de extraterritorialidad de esa formación, es claro que la semiología médica contó tanto en Doyle, como en Freud, y en Morelli, como se verá más adelante, pero no se limitó solo a ella. Holmes no se limita al discurso de la universidad. Su aprendizaje está por fuera de los pórticos de la sabiduría universitaria. Y en esto hay algo en común con Freud. Pues, si bien los curricula de estudios, por ejemplo de Medicina, han variado, ya que Freud, por ejemplo, estudió Filosofía en los primeros años de Medicina, lo cual es ahora impensable, por la tendencia al saber técnico y cada vez más especializado en un minúsculo capítulo de un campo específico. Freud no se limitó a sus estudios universitarios, por su cuenta leyó los clásicos, se apasionó por la arqueología y la historia antigua, memorizó la literatura del romanticismo alemán, leyó en español al Quijote. Su biblioteca no se limitaba a la medicina, la neurología o la psiquiatría, había allí, historia del arte, filosofía, filología, historia de las religiones y muchas otras materias.

Además, de que su condición judía, le limitó ser nombrado joven como profesor universitario, en su época era usual que el saber proliferara en los cafés, en los salones, en las sociedades y círculos privados, como el famoso círculo de Viena, la sociedad psicoanalítica de Viena, etc. Hay pues, en este paradigma una extraterritorialidad en el saber. Por lo que aun hoy las Escuelas de psicoanálisis se hacen por fuera de la universidad.

No obstante, el ideal de conocimiento ni en Freud ni en Doyle era la erudición, había una razón fundada para cargar su memoria con ciertos datos de aquí y allá. En boca de Holmes esto se describe así:

[…] el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera […] el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático de su cerebro. Solo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de estas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto […] Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles.14

Holmes no adquiría conocimientos ajenos a aquello que lo ocupaba. «Pretendía sondear los más íntimos pensamientos de un hombre aprovechando una expresión momentánea, una contracción de un músculo del ojo […] llegaba a conclusiones tan infalibles como otras tantas proposiciones de Euclides».15 También Freud, a partir de pequeños detalles pretendió un sondeo similar en el alma humana. Pero es notable que el autor se esmere en comparar el saber de lo humano que generalmente es conjetural al saber de lo exacto de la geometría o matemáticas que Holmes pretendía.

Hay en Doyle una máxima confianza en la lógica de un razonamiento, que tiene como a priori, el conocimiento de las cosas.

Quien se guiase por la lógica podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar nunca de ellos. Toda la vida es, asimismo, una cadena cuya naturaleza conoceremos siempre que nos muestra uno solo de sus eslabones.16

Ese es el presupuesto, que hay un encadenamiento en los fenómenos de la naturaleza, también en la naturaleza humana, que es susceptible de inferirse a partir de la elucidación de sus eslabones. Es inevitable para un psicoanalista lacaniano la evocación aquí de la cadena significante que luego Lacan elucidó con la lingüística del siglo XX, o el reconocimiento del aparato psíquico de los primeros años de Freud, a partir de sustratos concéntricos de memoria con grados diferentes de represión alrededor de un núcleo patógeno, pero también de enlaces múltiples, redes que conectan todas las superficies con el centro y de nuevo a la periferia o a cualquier otro punto. No obstante se trata de un tejido con un encadenamiento causal. Es obligada la evocación del pasaje freudiano donde habla del ombligo del sueño como el lugar de mayor densidad del tejido reticular de las asociaciones. El presupuesto es que hay un encadenamiento lógico en la naturaleza psíquica que es susceptible de ser reconstruido a partir de un detalle develado de su tesitura.

Doyle continúa dándole la voz a Holmes.

La profesión de una persona puede revelársenos con claridad ya por las uñas de los dedos de sus manos, ya por la manga de su chaqueta, ya por su calzado, ya por las rodilleras de sus pantalones, ya por las callosidades de sus dedos índice y pulgar, ya por su expresión o por los puños de su camisa. Resulta inconcebible que todas esas cosas no lleguen a mostrarse claro el problema al observador competente.17

Ese es el modelo de investigador para Holmes, el de un observador competente. Su énfasis está puesto en la mirada minuciosa del detalle y la deducción a partir de éste del encadenamiento de los hechos, es una actitud reivindicada como eminentemente práctica. Se trata de una especie de «intuición» (sic) a partir del detalle, «poseo una cantidad de conocimientos especiales que aplico al problema en cuestión […] la facultad de observar constituye en mí mi segunda naturaleza».18

La aplicación en el relato de este método vuelto facultad se ilustra en la siguiente viñeta.

Al conocer a Watson, Holmes lo sorprende diciéndole:

—Por lo que veo, ha estado usted en Afganistán.

—¿Cómo diablos lo sabe usted?

Pero sólo le resuelve el mecanismo de su sutil inferencia mucho después de exponer su «ciencia de la deducción» , luego de lo cual le dice:

Yo descubrí que usted había venido de Afganistán. Por la fuerza de un largo hábito, el curso de mis pensamientos es tan rápido en mi cerebro, que llegué a esa conclusión sin tener siquiera conciencia de las etapas intermedias. Sin embargo, pasé por esas etapas. El curso de mi razonamiento fue el siguiente: he aquí un caballero que responde al tipo de hombre de Medicina, pero que tiene un aire marcial. Es, por consiguiente, un médico militar con toda evidencia. Acaba de llegar de países tropicales, porque su cara es de un fuerte color oscuro, color que no es natural por su cutis, porque sus muñecas son blancas. Ha pasado por sufrimientos y enfermedad, como lo pregona su cara macilenta. Ha sufrido una herida en el brazo izquierdo. Lo mantiene rígido y de una manera forzada… ¿En qué país tropical ha podido un médico del ejército inglés pasar por duros sufrimientos y resultar herido en un brazo? Evidentemente, en Afganistán. Toda esa trabazón de pensamiento no me llevó un segundo. Y entonces hice la observación de que usted había venido de Afganistán, lo cual lo dejó asombrado.19

Llama la atención que haya descrito su cerebro como un receptáculo vacío que llena de conocimientos escogidos minuciosamente, y que no tuvo conciencia de el encadenamiento de las partes en una parte de su razonamiento. Se trata de un texto de 1887. La palabra inconsciente existía en los círculos literarios o filosóficos pero no era un concepto para designar una instancia psíquica. Pero aun con la precariedad de su concepción del psiquismo —en lo que tampoco hay que olvidar que se trata de una novela y no de un tratado de psicoanálisis—, dice que observa concientemente, pero, por su hábito mental, una parte de su razonamiento intuitivo pasa por otra instancia no conciente y sólo se conecta a la conciencia su solución.

Es así que ya en la historia del crimen que resuelve en su texto les da detalles a los detectives del asesino que nadie ha visto, a partir de sus observaciones de la escena del crimen:

Aquí se ha cometido un asesinato, y el asesino fue un hombre. Ese hombre tiene más de seis pies de estatura, es joven, de pies pequeños para lo alto que es. Calzaba botas toscas de puntera cuadrada y fumaba un cigarro de Trichinopoly. Llegó a este lugar con su víctima en un coche de cuatro ruedas, del que tiraba un caballo con tres herraduras viejas y una nueva en su pata derecha delantera. Hay grandes probabilidades de que el asesino fuese un hombre de cara rubicunda y de que tenía notablemente largas las uñas de los dedos de su mano derecha. Se trata únicamente de algunos datos, pero quizá les sean útiles a ustedes.20

Después le explica a Watson y al lector, como llegó a tener certeza de su descripción.

Lo primero en que me fijé al llegar allí fue que un coche había marcado dos surcos con sus ruedas en el bordillo de la acera. Ahora bien: hasta la pasada noche, y desde hacía una semana, no había llovido, de manera que las ruedas que dejaron una huella tan profunda necesariamente lo hicieron durante la noche. También descubrí las huellas de los cascos del caballo; el dibujo de una de ellas estaba marcado con mayor nitidez que el perfil de las otras tres, lo que era una indicación de que se trataba de una herradura nueva. Supuesto que el coche se encontraba allí después que empezó a llover y que no estuvo en ningún momento durante la mañana, en lo cual tengo la palabra de Gregson, se deduce de ello que no tuvo más remedio que estar allí toda la noche; por consiguiente, ese coche llevó dos individuos a casa […] nueve casos de diez puede deducirse la estatura de un hombre por la longitud de sus pasos […] Yo pude ver la anchura de los pasos de este hombre en la arcilla de afuera de la casa como en la capa de polvo del interior. Fuera de esto, dispuse de un medio de comprobar mi cálculo, cuando una persona escribe en un pared, instintivamente lo hace a la altura, mas o menos, de sus ojos. Pues bien, aquel escrito estaba a un poquito más de seis pies del suelo […] cuando un hombre es capaz de dar pasos de cuatro pies y medio sin el menor esfuerzo, no es posible que haya entrado en la edad de la madurez y el agotamiento. De esa anchura era un charco que había en el camino del jardín y que ese hombre había, sin duda alguna, pasado de una sancada. Las botas de charol habían bordeado el charco, y las de puntera cuadrada habían pasado por encima […] La escritura en la pared se hizo con el dedo índice empapado de sangre. Mi lente de aumento me permitió descubrir que al hacerlo había resultado el revoque ligeramente arañado, lo que no hubiera ocurrido si la uña de aquel hombre hubiese estado recortada. Recogí algunas cenizas esparcidas por el suelo. Eran de color negro formando escamillas; es decir, se trataba de cenizas que solo deja un cigarro de Trichipolys. He realizado un estudio especial sobre la ceniza de los cigarros […] Queda todavía mucho que está oscuro, aunque yo sé a qué atenerme acerca de los hechos principales.21

Así, va elucidando como llegó a cada inferencia, a partir de la comparación del detalle dejado por el caso investigado, con el comportamiento habitual de las cosas sabido por los conocimientos acumulados. Por ejemplo supo que el asesino que dejó el letrero no era alemán. «[…] un alemán auténtico, cuando escribe en tipo de imprenta, lo hace indefectiblemente en caracteres latinos, y por eso podemos afirmar sin temor a equivocarnos que ese letrero no fue escrito por un alemán, sino por un desmañado imitador que quiso hacerlo demasiado bien».22 Porque la A del letrero tenía un cierto parecido con la letra impresa al estilo alemán.

Lo que hace que Watson exclame:

«Usted ha convertido el detectivismo en una cosa tan próxima a una Ciencia exacta, que ya nadie podrá ir más allá».23

Algunos aspectos adicionales de este método son dignos de mencionarse. Al final de la novela dice:

Ya le tengo explicado que todo aquello que se sale de lo vulgar no resulta un obstáculo, sino que es más bien la guía. El gran factor, cuando se trata de resolver el problema de esta clase. Es la capacidad para razonar hacia atrás […] Son muchas las personas que, si usted les describe una serie de hechos, le anunciarán cuál va a ser el resultado. Son capaces de coordinar en su cerebro los hechos, y deducir que han de tener una consecuencia determinada. Sin embargo, son pocas las personas que, diciéndoles usted el resultado, son capaces de extraer de lo más hondo de su propia conciencia los pasos que condujeron a ese resultado. A esta facultad me refiero cuando hablo de razonar hacia atrás; es decir, analíticamente.24

Este pasaje nos inspirará otras anotaciones respecto a la manera como Freud reconstruía, hacia atrás, los procesos psíquicos a partir de las formaciones del inconsciente. Pero esto será un trabajo por venir.

Notas

Mario Elkin Ramírez – Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana, Sede de Medellín. Profesor en el Departamento de psicoanálisis de la Universidad de Antioquia. marioelkin@gmail.com

2 Carlo Ginzburg, «Spie. Radici di un paradigma scientífico» , en: Rivista di Storia Contemporánea, vol. 7, 1978, pp. 1-4. Luego fue readucido al inglés en dos ediciones (1980 y 1983) al alemán y al francés (1980), seis ediciones al español (1982, 1983, 1989, 1995, 2003, 2004), además de al holandés, griego, japonés, danés, ruso, coreano, reseñadas por Carlos A. Aguirre Rojas, «Indicios, lecturas indiciarias, estrategia indiciaria y saberes populares», en: Contrahistorias, 7, México, 2006/2007, pp. 37-62. Además de las ediciones en distintos idiomas incluida en el libro Mitos, Emblemas, Indicios, publicado desde 1986 en Italia. Traducido luego además de los idiomas reseñados, al portugués, español, sueco, finlandés.

3 Carlos A. Aguirre Rojas, «Indicios, lecturas indiciarias, estrategia indiciaria y saberes populares», en: Contrahistorias, 7, México, 2006/2007, p. 38.

4 Carlo Ginzburg, «Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales», en: Mitos, emblemas, indicios, Barcelona, Gedisa, 1994, p. 138.

5 Paul Laurent Assoun, Introducción a la epistemología freudiana, México, Siglo XXI, 1982.

6 Paul Bercherie, Genèse des conce pts freudiens, Paris, Navarin, 1983.

7 Carlo Ginzburg, Op. cit. p. 140.

8 Citado por Ginzburg de Arthur Conan Doyle, The Cardborard Box, en The Complete Sherlock Holmes Short Stories, Londres, 1976, p. 932. El subrayado es nuestro.

9 Carta de Freud a Jung, del 18 de Junio de 1909, The Freud/Junng Lettres: The Correspondence between Sigmun Freud and C.G. Jung, editado por William McGuire, traducido por Ralph Mannheim y R. F. C. Hull, Princeton University Press, Princeton, 1974, pps.234-235. Citada por John Kernn, La historia secreta del psicoanálisis, Barcelona, Crítica, 1995, p. 212.

10 Sigmund Freud, «Prólogo a la traducción al alemán de J. G. Bourke, «Scatologic Rites of All Nations», en: Obras Completas, Volumen 12, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p. 359. Si el trabajo de la muchacha era el de criada, seguramente limpiaba pisos arrodillada, por ello tenía las rodillas sucias, signo de que era trabajadora y por lo tanto, era honesta.

11 Sigmund Freud, «Informe sobre mis estudios en París y en Berlín», en Obras Completas, Volumen 1, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p.

12 Sigmund Freud, Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, en: Obras completas, Volumen 14.

13 Arthur Conan Doyle, Estudio en escarlata, Madrid, Anaya, 2004, p. 23.

14 Ibíd., p. 24.

15 Ibíd., p. 28.

16 Ibíd., p. 29.

17 Ibíd., pp. 29-30.

18 Ibíd., p. 31.

19 Ibíd., pp. 31-32. El subrayado es nuestro.

20 Ibíd., pp. 49-50.

21 Ibíd., pp. 54-55.

22 Ibíd., p.54.

23 Ibíd.

24 Ibíd., p. 174.

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