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La adolescencia satanizada

By 5 julio, 2013mayo 28th, 2021No Comments

virgen de los sicarios

Mario Elkin Ramírez

 

El exhibicionismo, con el que los medios de comunicación cubren el hecho violento, lo eleva a la dignidad de la pornografía. En Colombia, incluso, se acuñó el término de «porno-miseria», para aquellas películas, series de televisión o notas de periodismo, que al contrario del documental, no acompañan de un aparato crítico y de un análisis, la imagen violenta, sino que se ponen al servicio de la oscura satisfacción de cierto morbo anónimo del espectador.

Es cada vez más frecuente que aparezcan en la televisión, sin comentarios reflexivos, es decir, como carente de un sentido o de un contexto simbólico, imágenes impactantes que conectan al espectador con lo más real del sinsentido. Y que, a falta de palabras, se la repite muda, con la peligrosa convicción de que «una imagen vale más que mil palabras». Lo que contribuye a una desvalorización radical de lo que nos humaniza, lo que nos da la dignidad de humanos, el que somos seres hablantes.

La imagen sin palabras de esos hechos, es decir, desanudada del sentido, es también violenta, maltrata al espectador. La mirada agrega algo de mas, un plus, al hecho violento. Porque, en general, él no ha elegido verla, sino que se le presenta de repente, está forzado a hacerse espectador, pero además, cómplice pulsional de lo que ve.

No obstante, cuando el espectador, se queda con esa imagen anudada a la angustia, al horror, a la sorpresa o a cierta turbación. Ese anudamiento es fuente de la formación de prejuicios afectivos, para tratar de encontrarle un sentido. O tratará, para asegurarse, de comparar la civilización de su país con la barbarie de los países «extranjeros», a quienes corresponden esas imágenes.

Pero en el reino de la imagen globalizada, ya el monopolio de la violencia no lo tiene ningún país. Ya eso no pasa afuera, en lo más alejado posible del espectador, ahora, la realidad que le viene por la televisión, lo refleja. El enemigo es cada vez más íntimo.

El nuevo protagonista de la porno-miseria es el adolescente. Y a partir de la exhibición de casos aislados de violencia juvenil, se comienza a satanizar a los adolescentes en general.

Esa imagen mercadeada, pero incontrolable, hace que «hasta los propios jóvenes violentos utilicen los medios libres, como YouTube, por ejemplo, para subir sus propios actos de violencia», dice el Antropólogo español Carles Freixa. [2]

Coincido con el Antropólogo, en que de una parte, esto ocurre para «decir: ‘si me dicen que soy malo, pues lo voy a ser’.» En lo cual se reconoce conforme a la lectura que estos adolescentes hacen del deseo de Otro social: padres, profesores, pares, un autorretrato. Y toman a la letra ese rechazo social como justificación para hacer de esa maldad su destino. Hacer que el dicho del Otro social se convierta en una profecía que su acto cumple. «Soy malo, conforme a tu deseo». En el fondo, se trata de culpar a la sociedad, de modo radical, por sus actos.

De otra parte, pienso que al subir a los medios libres la filmación de la declaración de sus intenciones, o de sus actos, llaman a un testigo anónimo: el espectador, o bien para provocar su culpa, o para abofetearlo. Devolviéndole vengativamente el desprecio que le atribuye haber sentido por él.

Pero, finalmente, creo que en la mirada hay algo por fuera del sentido, una oscura satisfacción que resuena horrorosamente en el espectador. Que puede, no querer saber nada de ella, elaborar un prejuicio o cuestionarla. Bien que en el espectador-medio las dos primeras alternativas son las más frecuentes. Es la razón por la cual, los medios de comunicación pueden ser un poder «formador de opiniones», o como en el caso, «formador de prejuicios».

Por supuesto que algunos adolescentes pueden ser violentos. Todos ellos están en un momento de su existencia de cuestionamiento de las identificaciones infantiles, formadas a partir del entorno social primero. Ya no creen en los padres, ni en los valores familiares, religiosos, culturales y sociales que se les ha transmitido. Todo eso es cuestionado con rebeldía, muchas veces. Por lo que el adulto se siente agredido.

Es una queja que viene desde la antigüedad, ya en la Grecia clásica, Aristófanes lo ponía en escena en Las nubes, donde hay un conflicto generacional reflejado en la educación antigua y la moderna. Todas las generaciones adultas y conservadoras ven siempre en las nuevas, signos de caos de degeneración. Y, frecuentemente, quieren encaminarlas de nuevo por la fuerza.

Pero lo que no se ha pensado es que el cuestionamiento de los adolescentes de sus propios fundamentos, los coloca así mismo, en una gran desorientación y en una gran angustia, puntos de sufrimiento que puede enmascarar con agresividad.

En medio de ese extravío, en la actualidad muchos adolescentes, por no tener a la mano figuras consistentes y abiertas que los orienten y escuchen, acuden con frecuencia a identificaciones nómadas, que encuentran en las tribus urbanas: Emos, Punks, Góticos, etc., en las barras bravas del fútbol o en las pandillas. Y en el caso colombiano, además, en la guerrilla o en los grupos paramilitares, como declara el filósofo colombiano Héctor Ospina. [3]

Pero, al igual que la producción de imagen es una industria, la violencia también tiene mercado y es un objeto de consumo. No olvidemos que el mayor negocio del mundo es la venta de armas y el segundo la venta de drogas alucinógenas. Y que el discurso capitalista es sin ética en los negocios, luego entonces, ¿por qué la masa de los adolescentes estaría al abrigo de ser consumidores de estos objetos? Pero eso es una cuestión de fondo, donde se tocan intereses multimillonarios. Por lo que, para dejar intactos los negocios, es más fácil encontrar chivos expiatorios, los adolescentes satanizados.

Ese es el contexto en el que se discuten en diversos Estados de América Latina la baja de la imputabilidad de los menores. En vez de una respuesta orientadora y desangustiante, los Estados conservadores, prefieren el endurecimiento de las normas. Pero esto los introduce en un callejón sin salida, porque, por ejemplo en Colombia, en los años 90 ya hubo sicarios de 10 y de 11 años de edad. Y la «solución» ante el fracaso de la jusdicialización fue una soterrada «limpieza social», un terrorismo de Estado parapolicial. Órdenes de hierro,[4] como un retorno en lo real horroroso, de aquello que se eludió resolver en lo simbólico de la ley de los derechos, de la educación, de las oportunidades laborales, de la humanización de las mil palabras irremplazables por una imagen. 
Psicoanalista Colombiano, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana, NEL-Medellín. Profesor del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Antioquia.

Consideraciones recogidas por el periodista Carlos Rodríguez, en: «Lo que crece es el eco social».

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