Mario Elkin Ramírez 1
El contexto de la guerra
Durante la Primera Guerra Mundial, los primeros psicoanalistas continuaron sirviendo a la causa freudiana en el frente de batalla. Su combate fue el de demostrar la eficacia del psicoanálisis para el tratamiento de las neurosis de guerra y, a la vez, encontrar una psicopatología específica para las mismas, elucidando su etiología, mecanismo, estructura y sintomatología. Su procedimiento común fue la comparación de este fenómeno desconocido con las neurosis y psicosis conocidas en tiempos de paz, para encontrar sus semejanzas y resaltar sus diferencias.
Sigmund Freud, debido a su avanzada edad, permaneció en Viena entre los civiles, pero sosteniendo a sus epígonos en el frente, por medio de su correspondencia y la circulación, entre ellos, tanto de sus propios trabajos científicos como los de aquellos. En sus primeras concepciones sobre las neurosis de guerra, elucida la reivindicación de la pulsión de autoconservación frente al peligro de muerte que significaba volver al frente de batalla. De allí se desprende el reconocimiento de una ganancia primaria y secundaria de la enfermedad, así como del refugio en la enfermedad. Pero dicha huida en la enfermedad es un procedimiento inconsciente. El síntoma es un medio de consuelo del sujeto frente a una realidad demasiado dolorosa y terrible, mientras que el traumatismo es pensado como un espanto del que estos pacientes inconscientemente no se recuperaban.
Es notable que, a pesar de la innovación que durante esos años Freud hace a sus teorías, sus discípulos -inmersos en la urgente y exigente tarea de curar las neurosis de guerra-, no disciernen la magnitud de esa trasformación. Los más avanzados piensan estas neurosis con el modelo del yo y sus conflictos, desprendido de textos de Freud del comienzo de la guerra; otros, con el modelo de las neurosis traumáticas y la primera concepción del trauma de 1895; otros más, como Simmel, con una combinación de sugestión, catarsis e hipnosis, aplican el psicoanálisis en sus tratamientos. No obstante, los descubrimientos psicoanalíticos de las patologías de la guerra son, en ellos, notables.
Las neurosis de guerra son psiconeurosis
Sándor Ferenczi demuestra que las neurosis de guerra son psiconeurosis. Aísla dos grupos de casos: en el primero, en aquellos en quienes encuentra como significado de sus parálisis la conmemoración del momento traumático, considera la neurosis de guerra como una histeria de conversión, porque sus extremidades permanecían petrificadas en la posición en que estaban al sufrir un susto ante una explosión de un obús, una granada u otro proyectil. Arriesga como explicación económica de las perturbaciones de la vida sexual, el retiro de la libido de los objetos externos del mundo exterior desestimado, con lo que la potencia sexual también se vería afectada. En segundo lugar, reconoce en otras neurosis de guerra, en las que las tentativas de desplazamiento, la inervación voluntaria para incorporarse o caminar, reactivan la amenaza de repetición de la experiencia patógena, una histeria de angustia. Resalta en estas neurosis un rasgo característico, a saber: que por estar expuestos a una angustia ante un peligro tan real en el frente de batalla, se puede encontrar con tanta nitidez esa combinación de temblor y perturbación de la marcha, más bien escasos en las astasias y abasias habituales en las neurosis de paz. Aporta a Freud material para repensar la función de realización de deseos del sueño, frente a las pesadillas y la repetición onírica de las terribles escenas vividas durante la guerra.
En su informe para el congreso de Budapest, Ferenczi hace una revisión crítica de la literatura neurológica sobre la cuestión, reunida en tres tendencias: la mecanicista-organicista, en la que se ignora por completo la dimensión psíquica y la propuesta psicoanalítica para el tratamiento de las neurosis de guerra; la que utiliza el psicoanálisis, con imprecisión en algunas nociones y sin citar la fuente, y aquella que acepta los principios del psicoanálisis, dentro de la cual propone sus propias tesis. En la neurosis traumática el sujeto es dominado por la angustia, la pusilanimidad, la depresión hipocondríaca, la incapacidad de soportar un sufrimiento moral o físico, y una excitabilidad que explica los accesos de rabia. Su explicación es que se trata de una hipersensibilidad del yo, debida a que el paciente ha retirado el interés y la libido de los objetos para concentrarlos en el yo. Esto coincide con una regresión al narcisismo infantil, manifiesto en que los enfermos desearían ser cuidados, mimados y arrullados como niños.
La guerra como factor desencadenante
Karl Abraham reconoce como factor desencadenante de la neurosis de guerra, un acontecimiento banal en sí mismo, a pesar de ocurrir en el frente de batalla, y que le sirve de detonante a una sintomatología. Dicho evento producía una histeria que estaba allí antes de la guerra, con todos los factores de predisposición conocidos en las neurosis en tiempos de paz. Su ponencia se propone el objetivo de destacar la importancia del inconsciente y de la sexualidad en adición a los factores reconocidos en la neurosis de guerra. Que un hombre atraviese con salud las difíciles pruebas físicas y mentales que la guerra le impone, mientras que otro, ante un accidente comparativamente nimio, desencadene una neurosis grave, tiene para él su explicación en el hecho de que los neuróticos de guerra, antes del trauma, con frecuencia eran sujetos emocionalmente inestables. A partir de casos clínicos demuestra la etiología sexual de la neurosis en general y concluye que la guerra es, sencillamente, la contingencia en que se detona su histeria conversiva. Abraham vuelve, además, sobre el punto en el que estos pacientes pueden vivenciar el miedo a matar como el miedo a morir, en una especie de identificación con la víctima.
¿Psicosis de guerra?
Víctor Tausk critica a los autores que usan el término “psicosis de guerra” cuando abrigan la esperanza de que estas perturbaciones tuvieran características dinámicas específicas, confundiendo la estructura con el momento de eclosión de la psicosis, mientras que, para él, esta circunstancia es irrelevante: la guerra sólo proporciona el escenario, el contenido de una producción mental, trastornada y preexistente. Trata los casos con la conceptualización clásica freudiana de la melancolía y la paranoia, lo que no le impide subrayar lo nuevo. Da cuenta de numerosos casos en los que se desarrollan cuadros clínicos simultáneos de melancolía y paranoia. Esto no dejaba de presentar problemas epistémicos: ¿cómo conciliar la autodenigración y el autodesprecio de la melancolía con la idea megalomaníaca de ser el centro de atención de la paranoia? La solución la encontró en la observación de que los autorreproches en el melancólico son, en el fondo, reproches dirigidos hacia el objeto amado perdido, los cuales, en estos casos, cobran una representación homosexual, en cuya defensa se forma la paranoia. Esta fantasía homosexual aparece favorecida por el entorno masculino de la guerra. Propone llamar legítimamente psicosis de guerra al hecho que el trauma no proviene de la acción bélica, sino de lo sexual implicado en la convivencia forzada entre hombres en los ejércitos, lo que da una condición favorable para que el componente homosexual emerja ligado a esas circunstancias.
Los shoks de guerra
Ernest Jones enfrenta a los críticos del psicoanálisis, quienes consideraban inútil la búsqueda de otras condiciones etiológicas por fuera del conjunto de factores de la guerra, cuya presencia era indiscutible: eran activos en la mayoría de los casos y suficientes por sí mismos para producir las neurosis de guerra, lo cual volvía las condiciones freudianas poco esenciales, por no estar presentes en todos los casos. Y ante la falta de verificación en éstos, algunos críticos llegaron hasta postular, en consecuencia, la inconsistencia y falsedad de todas las ideas de Freud. El galés concentra su contraataque en dos tesis de sus adversarios: la primera, la tensión psíquica. El autor contra-argumenta la escasez, en las tropas inglesas, de las neurosis de guerra como verdadero estado clínico patológico, a pesar de que la tensión psíquica estaba presente. Era preciso entonces suponer, en las víctimas de estas neurosis, otros factores de predisposición, ocurridos con anterioridad a la guerra. La segunda se refiere a la consideración que invalidaba la teoría freudiana para su aplicación a la psiconeurosis de guerra. Argumenta que las psiconeurosis resultan de conflictos mentales inconscientes. Señala que los shocks de guerra producen efectos diferentes en los sujetos, quienes bajo la misma influencia reaccionan de modo distinto, es decir, uno por uno. Por tanto, los factores etiológicos englobados en la tensión de guerra eran más complejos que su mera descripción.
Luego, Jones pasa a reflexionar sobre los puntos de posible encuentro entre la teoría de Freud y la experiencia de la guerra, a saber, el hecho de que la teoría de las pulsiones agresivas y sexuales en conflicto con las exigencias de la civilización, es demostrada de modo estruendoso por la guerra. Durante ésta, la población masculina de una nación está no solamente autorizada, sino que es empujada a conducirse de manera que inspira el más profundo horror, al espíritu del hombre civilizado, a cometer crímenes y a asistir a espectáculos que sublevan profundamente nuestra conciencia moral y hieren nuestro gusto estético. Todos los impulsos defendidos, y que, hasta ahora, habían sido evitados: impulsos crueles, sádicos, asesinos, etc., se despiertan y manifiestan una fuerza extraordinaria, y los antiguos conflictos intrapsíquicos que constituyen la causa esencial de todas las perturbaciones neuróticas y que se había logrado constreñir por la represión de una de las fuerzas en conflicto, se encuentran de repente reforzadas, y la persona es llevada a enfrentarlas en esas circunstancias totalmente diferentes entrando en el ejército.
Sobretodo cuando se aproximan al campo de batalla, los hombres se ven obligados a sufrir una rectificación considerable de su actitud de espíritu respecto a sus reglas de conducta anteriores; esa acomodación varía de grado, de un hombre a otro, y se efectúa más fácilmente en unos que en otros. En todas las circunstancias está obligado a hacer cosas que repugnan sus convicciones y exigencias más íntimas. Los hombres sustituyen el ideal del yo, que entra en conflicto con las exigencias contrarias, provenientes de los ejércitos y de la vida de guerra, y que el yo desaprueba. Así, un sujeto adulto experimentará la más grande dificultad para adaptarse a los aspectos crueles de la guerra, lo que significa en realidad que los impulsos de la crueldad infantil reprimida, es decir, inconscientes y desde hace largo tiempo evitados, hacen que el sujeto experimente horror con la posibilidad de su existencia en su alma; pero reciben un nuevo estímulo del hecho de la guerra, con sus espectáculos y sus logros horribles. Helo aquí de nuevo obligado a enfrentar el antiguo conflicto interior entre los dos polos de su naturaleza, con la complicación de más de que debe someterse, por así decir, a una transmutación de todos sus valores anteriores, e incluso adoptar algunos nuevos, totalmente opuestos a aquellos: debe formular nuevas reglas de conducta, imponer a su espíritu nuevas actitudes, habituarse a la idea de que las tendencias que eran en otro tiempo reprobadas con toda la fuerza de su ideal del yo, ahora están permitidas e incluso son loables en ciertas condiciones.
Psicoanálisis y neurosis de guerra
En la posguerra, Freud es llamado como experto por la comisión que pretendía recoger pruebas contra los psiquiatras militares que hubieran incurrido en excesos en el tratamiento de los neuróticos de guerra. En esa experticia apunta a dos propósitos: el primero, argumentar la teoría psicoanalítica de las neurosis de guerra; el segundo, hacer un contraste ético entre la práctica más humanitaria del psicoanálisis y la disciplinaria usada por la psiquiatría, que aplicó el tratamiento eléctrico, el cual no apuntaba a restablecer al enfermo, sino sobre todo a restablecer su aptitud militar.
Lo que no deja de ser sorprendente es que en la segunda sesión, en ausencia de Freud, que no fue convocado, el objetivo se cambia, y es el psicoanálisis el que termina en el banquillo, pues, además de que se le consideró un tratamiento largo, costoso y sin resultado, era demasiado sutil a la hora de diferenciar la histeria de la simulación.
Consecuencias clínicas, políticas y epistémicas de las neurosis de guerra
Las neurosis de guerra ponen de presente un conjunto de problemas que llevan al psicoanálisis a un cierto número de modificaciones, teóricas y clínicas, en textos de Freud que, por introducir nuevos conceptos, toman, en cierto modo, fuera de lugar a sus seguidores. Es decir, él se distancia de las propias teorías, que sirvieron a sus alumnos para pensar las neurosis de guerra durante la Primera Guerra Mundial. Supera el esfuerzo de sus epígonos de redescubrir los mismos mecanismos de las neurosis de paz en las neurosis de guerra. Devela así otra etiología: en las neurosis de guerra lo temido es, a fin de cuentas, un enemigo interno, a diferencia de las neurosis traumáticas puras, y en analogía con las neurosis de transferencia.
La pulsión de muerte, cuyo descubrimiento imponen las neurosis de guerra, da cuenta de una tendencia originaria en el hombre hacia su propia destrucción, más allá del principio del placer que, hasta entonces, se pensaba como aquel que regulaba el funcionamiento del aparato psíquico. Dicha pulsión hace que el sujeto, en la repetición, por ejemplo, de los sueños de las vivencias más horribles, devele una tendencia hacia su propia muerte, anidada en el corazón del narcisismo de cada hombre. De esta manera, Freud aísla, en las neurosis de guerra, la pulsión de muerte como el elemento traumático, que, entonces, tendrá un alcance teórico mayor, al reconsiderar la práctica analítica anterior, y al introducir esta pulsión como originaria en el sujeto, que se manifiesta en un compelimiento a la repetición mortal de lo doloroso, de lo que le hace mal al sujeto. Con esto, Freud tendrá que postular, igualmente, un masoquismo primario primordial en todo sujeto.
En cuanto al trauma, al contrario de sus opositores, que creían abandonada para siempre esta noción, Freud la hace retornar con gran fuerza a partir de la consideración de las neurosis de guerra. Él le da una nueva definición, desde la cual explica la génesis de la neurosis traumática corriente, como consecuencia de la efracción de las paraexcitaciones y de la repetición onírica de las horribles escenas de guerra en estos neuróticos. Esto le permite inferir que dichos sueños tienen por meta el dominio retroactivo de la excitación bajo el dominio del desarrollo de angustia. La omisión de esta angustia es la causa de la neurosis traumática. Los sueños abren la perspectiva sobre una función del aparato psíquico que, sin contradecir el principio del placer, es independiente de él, y parece más originario que la búsqueda de la ganancia de placer y el evitamiento del displacer. El propósito de Freud es conceder una excepción a la propuesta del sueño como realización del deseo; estos sueños podrían realizar deseos al servicio de las tendencias masoquistas del yo.
Las consecuencias epistémicas mayores para el psicoanálisis, desarrolladas por Freud a partir de las neurosis de guerra, encontraron mucha resistencia a ser aceptadas en el movimiento psicoanalítico. Gracias a estas ideas, muchos de sus adeptos lo abandonarán, mientras otros se limitarán a confirmar sólo una parte de sus descubrimientos. No obstante, serán pertinentes a la reflexión de las neurosis de guerra algunos años después, en las reflexiones de otros de sus discípulos y seguidores durante la Segunda Guerra Mundial, y más allá, en otros conflictos bélicos que se extienden hasta nuestros días; pero eso ya es materia de otras investigaciones de mayor aliento, que en un futuro esperamos realizar.
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Notas:
* El presente artículo corresponde a la conclusión general de la investigación: Estado del arte de los estudios psicoanalíticos sobre las neurosis de guerra, desarrollada entre el 2004 y el 2006, y financiada por el CODI de la Universidad de Antioquia y que será publicada próximamente por la editorial de la Universidad de Antioquia bajo el título: Psicoanalistas en el frente de batalla.
1 Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la NEL-Medellín. Profesor del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Antioquia.