Mario Elkin Ramírez O.

Pudiéramos evocar, de manera prustiana, al pequeño escolar que es solicitado por sus profesores para buscar un listado de palabras en el diccionario; ese enorme libro, pesado para sus fuerzas, enorme volumen que nadie termina nunca de leer por más que se esmere en realizar las tareas. No obstante, el juicioso escolar subido en una silla, con sus pies balanceantes, anticipa en esa víspera el reconocimiento de sus maestros cuando al día siguiente, frente a sus compañeros, lea “el significado de las palabras” que le ha sido demandado.

Pero “el significado” no está escrito. Lo que encuentra frente a cada palabra es otra serie de palabras. El escolar ha sido engañado. El significado es esquivo, y él, que contaba con irse a jugar luego de cumplir con sus deberes, se da cuenta de que, además de encontrar las palabras de su lista, debe descifrar su significado en esos pequeños numerales que ordenan el grupo de palabras que se ofrecen al frente como su definición. Es el gesto que repetí para ustedes, y es de nuevo la sensación de engaño que, después de tantos años, reencontré.

El Breve diccionario etimológico de la lengua castellana 1 dice de responder: Del lat. [latín] RESPÖNDÉRE. El pretérito antiguo fue respuso, h. [hacia] 1250, luego ha cambiado en repuso, todavía usual. Deriv. [derivados] Respondón, h. 1580. Respuesta, 1220-50. Corresponder, 1559; correspondiente, 1438; correspondencia, 1438; corresponsal. Responso ‘respuesta’, h. 1250; ‘palabra o verso que se repite muchas veces’, h. 1490; ‘el que se dice por los difuntos’, h. 1600; Tom. [tomado] del Lat. Responsus ‘respuesta’. Responsable, 1737; responsabilidad, S. XIX.

Dice el Diccionario de la lengua española 2, de la primera parte de nuestro título: “respuesta. (De respuesto) f. [es decir, sustantivo femenino] Satisfacción a una pregunta, duda, dificultad o demanda.”

Cuando se trata de las respuestas del analista, ya encontramos aquí un problema. Si en el código lingüístico, en el tesoro de los significantes, en el Otro encarnado por el monumental diccionario, una respuesta es una satisfacción, las del analista no persiguen ese fin. Es su particularidad el no satisfacer las preguntas; porque una pregunta, generalmente, es el signo de que hay una duda, y si hay una duda, algo de lo real ha sacado al sujeto de su plácida creencia, quien busca con una respuesta colmar ese vacío, resolver la incomodidad, taponar el displacer de su interrogante, y reinstalarse en una nueva creencia que busca como respuesta apaciguadora de la boca de un interlocutor.

Pero si se dirige a un analista, éste no responde de manera satisfactoria porque eso colmaría la inquietud y cerraría el inconsciente. Luego entonces, las respuestas del analista no pueden ser satisfactorias de la demanda, no resuelven la duda; tal vez, permiten enunciar mejor la dificultad al llamar -como el diccionario-, a que el sujeto produzca nuevas palabras, y a que se deje llevar por la lógica de la “libre asociación”, la lógica significante, que puede conducirlo a otro nivel de comprensión de la causalidad de ese real que lo despertó de su letargo fantasmático. En vez de satisfacer rápidamente su duda y poder ir a jugar.
“2. -continúa nuestro diccionario- réplica, refutación o contradicción de lo que otro dice”. Es una acepción que sitúa la respuesta en una inter-subjetividad, pues siempre se dirige a un semejante y se sitúa, en consecuencia, en el eje imaginario de la comunicación.

esquema L 2

a—a’ es su ámbito habitual. Desde allí se refuta, se replica, se contradice al otro; hay una dimensión combativa en la respuesta. Las respuestas del analista, no caben tampoco en esa definición. No se mueven en lo imaginario, tienen que trascender esa superficie, son simbólicas apuntando a un real.

“3. Contestación a una carta o billete”- prosigue definiendo el volumen. Es, quizás, el único sentido próximo a lo que serían las respuestas del analista. Ya que éstas acusan recibo del mensaje del sujeto, incluso, más allá de su enunciado en su enunciación. El analista lee las letras del sujeto, la carta de amor, que toda pregunta, en tanto demanda, entraña, y también los índices, los signos de su goce a los que responde de un modo tan particular que escapa a una definición universal. De allí, que no haya una respuesta estandarizada del analista; por eso, su pluralidad. Esta acepción se articula con la señalada por Corominas, en la que encuentra un nexo etimológico con corresponsal. Y, en efecto, el analista se hace el corresponsal, el destinatario de la palabra del sujeto. Quizás su respuesta sea esa posición; la de aquel a quien, por el error sobre la persona de la transferencia, se hace corresponsal de la palabra del sujeto neurótico, y escriba del psicótico decía Lacan.

“4. Acción con que uno corresponde a la de otro”, señala, finalmente, el texto repertorio. Es acorde, parcialmente, con lo que podrían ser las respuestas del analista, por cuanto, de un lado, responde con un acto que se espera analítico. Sí, es un acto de habla, pero también un acto del que se espera que tenga consecuencias: un silencio, un corte abrupto de la comunicación; en todo caso, una acción leída por el analizante como acto del deseo del analista.

De otro lado, no es una respuesta enmarcada en la correspondencia al otro que propone el compendio de significantes. Las respuestas del analista no se enmarcan en la armonía que supone co-responder. Se hacen sobre el fondo de una no correspondencia, de una disimetría, y cuentan con el equívoco que conduce a la verdad.

Son significaciones muy diversas al código común las que pueden darse a las respuestas del analista; sentidos que dan cuenta del esfuerzo del psicoanálisis por cernir la particularidad de su práctica en un plano diferente al estereotipo de las definiciones, en una lógica que las trascienda y dé cuenta de que el psicoanálisis ha develado un vínculo inédito entre los humanos, llamado transferencia, en el que una respuesta ya no es común, ni universal.

Un sentido etimológico que llama la atención es el de ‘palabra o verso que se repite muchas veces’ pues a diferencia de un artificio estético del coro, o de la repetición fervorosa o poética, las respuestas del analista no se repiten, quizás sólo citen un dicho del analizante, sólo que allí esa repetición del mensaje del sujeto, hace que le regrese como una respuesta en un otro sentido.

Igualmente, es singular que en el siglo XIX se anude a la respuesta la responsabilidad, pues, tan responsable es el analista de su respuesta, como el analizante al recibirla de modo que lo intime y pueda hacerse cargo de los dichos que la suscitaron y de las consecuencias de los mismos.

Otro Diccionario 3 recoge otras acepciones interesantes: “Mostrar, diciendo alguna palabra o de otro modo, que se ha oído una llamada de cualquier clase.” (Moliner, 1996). Hay en la repuesta del analista una dimensión de señalamiento verbal o no de una fase del analizante, pero además ese gesto asiente que se ha sido corresponsal del llamado del sujeto.

“Tener alguien a su cargo una cosa con obligación de que se conserve o se desenvuelva debidamente.” (Moliner, 1996) Es el mismo sentido que señalaba Corominas de la responsabilidad, lo que nos permite agregar que el analista ha tomado a su cargo una obligación, la de dirigir una cura, por ejemplo, y allí responde por su acto, pagando, como dice Lacan en la Dirección de la cura y los principios de su poder, con su persona, sus palabras y su falta en ser.

1 Corominas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Gredos, Madrid, 1997, pág. 505.
2 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Vigésima Edición, Madrid, 1984, pág. 1180.

3 Moliner, María, Diccionario del uso del español, Primera Edición, Gredos, Madrid, 1996.

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