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Poéticamente habita el hombre. Una lectura de Martín Heidegger

By 5 julio, 2013mayo 28th, 2021No Comments

Lacan_heidegger

Mario Elkin Ramírez

A partir de la pregunta de Hölderlin, en su poema comentado por Heidegger, Mario Elkin Ramírez, elabora su decir: “¿Puede cuando la vida es toda fatiga, un hombre mirar hacia arriba y decir: así quiero yo ser también? Sí. mientras la amabilidad dura aún junto al corazón, la Pura, no se mide con la mala fortuna el hombre con la divinidad.” El fragmento que Heidegger elige del poema de Hölderlin se inicia con interrogación sobre la posibilidad del hombre de ser de otra manera de lo que actualmente es, de cambiar su vida. ¿Cómo puede el hombre habitar poéticamente cuando su habitar es el alojamiento determinado por el mundo del trabajo, de la empresa, e incluso del placer cuando hay un ordenamiento de su tiempo libre?.. Hoy lo poético no determina la vida de los hombres, no ocupa un lugar central en nuestras vidas como lo hacía el arte sagrado en la Antigua Grecia.

“¿Puede cuando la vida es toda fatiga, un hombre

mirar hacia arriba y decir: así

quiero yo ser también? Sí. Mientras la amabilidad dura

aún junto al corazón, la Pura, no se mide

con la mala fortuna el hombre

con la divinidad. ¿Es desconocido Dios’

¿Es manifiesto como el cielo? Esto

es lo que creo más bien. La medida del hombre es esto.

Lleno de méritos, sin embargo poéticamente, habita

el hombre en esta tierra. Pero más pura

no es la sombra de la noche con las estrellas,

si yo pudiera decir esto, como

el hombre, que se llama una imagen de la divinidad.

¿Hay en la tierra una medida? No hay

ninguna”

El fragmento que Heidegger elige del poema de Hölderlin se inicia con interrogación sobre la posibilidad del hombre de ser de otra manera de lo que actualmente es, de cambiar su vida. Si dice que puede es porque reconoce en ese poder una esencia humana de creación de vida y de mundos, de transformarlos en consecuencia. Puede, es el reconocimiento de una fuerza del hombre de cambiarse a sí mismo.

Mientras la fatiga le viene de los méritos en los que el hombre se desgasta en esta vida terrena. Lleno de méritos ha edificado su propio mundo. La fatiga es el cansancio de la vida para el hombre, del modo de habitar del que proviene su debilidad. El mérito del que habla el poema podría ser en el hombre el de cuidar las cosas que abrigan su ser, las que crecen en la tierra. Pero el hombre es el que construye edificios y esos son, en sentido corriente sus méritos, sin embargo, ellos no dan con la esencia del habitar, porque sólo persiguen satisfacer necesidades. Construir como edificar en el mundo dominado por el trabajo es el esfuerzo cotidiano de los hombres. Pero en ese mundo del trabajo no alcanza la esencia del habitar, sino que lo restringe a la satisfacción de sus necesidades diarias y a la preocupación por el mañana, en ese sentido, el hombre es esclavo de su futuro, está atemorizado por la incertidumbre del mañana. Lucha con el mundo y de allí proviene su fatiga, en esa lucha contra la muerte misma.

Pero, ¿cómo puede el hombre habitar poéticamente cuando su habitar es el alojamiento determinado por el mundo del trabajo, de la empresa, e incluso del placer cuando hay un ordenamiento de su tiempo libre?

Lo poético no tiene cabida como una ocupación más, aunque quiera volvérselo entretenimiento para el tiempo libre. Para la empresa cultural del estado. Hoy lo poético no determina la vida de los hombres, no ocupa un lugar central en nuestras vidas como lo hacía el arte sagrado en la Antigua Grecia.

El planteamiento de Heidegger es que el habitar descansa en el poetizar, mientras el poetizar es un rasgo fundamental del hombre. Pero para reencontrar esa dimensión esencial hay que abandonar toda representación corriente de lo poético. Habitar es un rasgo fundamental del ser del hombre; lo más propio que la esencia de nuestro ser es poético originariamente, tal y como se reveló en el pensamiento presocrático, homérico o hesiódico.

Antes la filosofía habitaba en la tierra. Por ello Hölderlin quiere que el hombre vuelva a esa manera de habitar. Donde la poesía no sea el adorno o aditamento accesorio. Poetizar es para Hölderlin dejar habitar, esto es, dejar que acontezca el mundo. Con Heidegger, es hacer del mundo una residencia donde se deje que habite el hombre en la cuaternidad.

Poetizar entonces es construir con las palabras, y ya se ha dicho que construir es habitar. Es decir, llegar a su esencia.

Hay entonces una secuencia entre poetizar, construir y habitar.

Pero ¿de dónde proviene el saber de que habitar es poetizar? ¿De dónde recibe el hombre esa exhortación? De nuevo, del lenguaje.

Pero para saberlo hay que escuchar verdaderamente, siguiendo su rastro en las palabras del poema. Abandonando la idea de ser dueños del lenguaje y de utilizarlo como medio de expresión. Como instrumento de la empresa que le da un “reinado seguro” y lo hace medida de todas las cosas. El lenguaje nos dice siempre nuestro ser, nuestra existencia en su totalidad. El animal nunca sabe lo que es por no tener lenguaje. En ese sentido, hay que corresponder al habla del lenguaje, a las señales del ser en el lenguaje, para comprender el ser de las cosas. El nombrar del lenguaje es señalar (semainen) por ello se trata de escuchar esos signos en el lenguaje más que significado. Hay que aguzar el oído para escuchar el elemento del poetizar en el decir que habla. Cuanto más libre escucha el hombre, las palabras del poema más se aleja el hombre del representar. Esa escucha es de la tonalidad, del sonido, atendiendo al relieve respecto a lo que lo precede y lo sucede.

Es en esa zona de fatiga que el hombre eleva la mirada como algo extraordinario, un acontecimiento cumbre. Mirar hacia arriba, al cielo, le da otra perspectiva, otra medida. Abandona la medida horizontal y se mide con lo celeste, con la divinidad. Con lo desconocido que se manifiesta en el cielo. Allí se olvida de sí mismo, abandona su medida para todas las cosas. Es lo que el poeta Hölderlin propone, una nueva medida para el hombre habitar en el mundo. Aquella que emerge al mirar al cielo y la que, en esa confrontación le permite descubrir que no hay medida para la tierra. Pero el hombre ha pensado que esa desmesura es el caos y ha pretendido poner allí su orden, su cosmos.

Pero cuando el hombre se entrega a la libertad poética está más allá de toda necesidad. Por ello se trata también de habitar la tierra, entregándose a la fantasía, creando mundos extraterrestres, supra-terrestres, al mirar al cielo. Pero al tiempo mismo en que se arraiga, que hecha raíces en la tierra, a su suelo.

Esa mirada hacia arriba no sobrevuela la tierra para abandonarla, abarca el entre la tierra y el cielo es la interpretación entre el cielo y la tierra, acontece en la dimensión que se extiende entre esas dos entidades de la cuaternidad. Es una mirada, entonces, que despeja, que abre un espacio, que permite que se abra un claro, el del ser. En esa dimensión se casan la tierra y el cielo, se miran. Se abre el cielo al alzar la mirada.

Que el hombre aspire a ser también así lo vincula con lo sagrado, así, como dice más adelante, en la forma sencilla de las imágenes, en la sencillez de la virtud y de la alegría como sentido de afirmación de la totalidad del mundo, del bien y del mal. Si el quiere ser como el cielo, es porque quiere ser otro diferente de quien es, con una medida distinta a la suya. El hombre quiere ser imagen de la divinidad, afirmar su apariencia allí donde se le muestra lo desconocido. Quiere afirmar la realidad como apariencia del Dios que se le muestra. Allí, no quiere medirse el hombre con la mala fortuna.

Con esa mirada el hombre sale de sí, en un instante de bondad y alegría. Y mientras dura la amabilidad junto al corazón, es decir, la gracia, la unidad del hombre y lo divino, le viene del re-cordare, corazón, cordial, amabilidad. Esa es la garantía del retorno de los dioses.

Quiere el hombre encarnar como imagen, como aquello que trae al parecer, eso desconocido que es lo divino mismo. El hombre se mide con los celestes, y ello no es una medida ocasional, es en esa confrontación que se le revela su esencia mortal y allí tiene los otros dos elementos que completan la cuaternidad. Los mortales y los inmortales.

Es la medida a la que el hombre no puede sustraerse, a la muerte, incluso hoy, en un mundo donde se ha anunciado la muerte de los dioses o su huida. Sólo medido con la divinidad el hombre es capaz de ser en su esencia mortal para habitar sobre la tierra, lo que también llena la muerte de elementos sagrados. La muerte aparece como el cofre sagrado que revela el misterio de la vida, esa es la experiencia de lo desconocido. Es la medida que complementa la esencia mortal del hombre. Por ello es fuente de alegría, es afirmación de la vida en su totalidad. La raíz de todo mal es el afán de que el hombre se vuelva medida de la vida y de las cosas. Poetizar toma la medida de Dios con la palabra que acoge lo desconocido.

Pero ¿qué es la divinidad? Es lo desconocido en tanto que es, no tiene nombre, es neutro. Es la nueva invención de la divinidad. Los dioses son invención de los poetas como imagen y los griegos lo sabían, pero aun así se dejaban llevar por ese sueño, para transfigurar su existencia.

Eso desconocido da cuenta de sí, se muestra en la apariencia de las cosas, en la realidad sensible, sin embargo, deja lo divino en el estado de lo desconocido.

Develar lo misterioso es dejar aparecer la medida mortal, que sólo adviene cuando la mano se cansa de explotar y acoge la medida, la toma, se deja interpelar, la escucha, eso es poetizar.

La tierra y el cielo que nos han antecedido y nos precederán son máscaras del Dios. Son el recipiente del caudal del Dios desconocido, de lo invisible. Pero la esencia de la imagen, aunque no aprehende por completo y oculta, es también dejar ver algo, es lo que aparece en la palabra poética. Es la imagen de lo desconocido incrustado en lo familiar, es la imagen que reúne luz y oscuridad, noche, habla y silencio.

El hombre habita en tanto construye lo desconocido en la palabra, por ello el poeta “fábula” mundos. Se trata de un acontecimiento de lenguaje, de palabra que pronuncia la verdad. Poetizar hace que el mundo devenga fábula, como nueva medida de ese mundo.

Fuente:
http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=12111

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