Clase del Jueves 28 de Febrero de 2013

Profesor: Mario Elkin Ramírez

Por: Ximena Yadira Perdomo Quiñonez
A lo largo de los años de la historia del psicoanálisis, ha resultado enigmática la práctica analítica tanto para quienes la admiran como para quienes  niegan su valor;  Freud mismo lo menciona en su texto dedicado a “Consejos al Médico en el tratamiento psicoanalítico” haciendo referencia a: “cuando se tiene que analizar diariamente a siete u ocho pacientes, el rendimiento mnémico conseguido por el médico ha de despertar la admiración de los profanos, cuando no su incredulidad, y desde luego, su curiosidad por conocer la técnica que permite dominar un material tan amplio, suponiendo que habrá de servirse de algún medio auxiliar especial ”.
Pues bien, la admiración de dicho proceder tampoco escapa a quienes nos estamos formando en la Maestría en Investigación Psicoanalítica, de tal modo que no solo nos preguntamos sobre cómo es que resulta posible mantener una atención libremente flotante mediante la cual se acojan de manera homónima todas las ocurrencias del paciente, absteniéndose de tomar apuntes y silenciando sus propios afectos durante las sesiones del paciente, sino que además surge toda una discusión alrededor de si tendría cabida la analogía entre prostituta y analista, en el sentido de que ambos reciben un dinero a cambio de un servicio que por supuesto difiere, a ambos se les adjudica un lugar de SSS, pero además de esto, ambos prestan su cuerpo real por cuanto encaja aquí una dimensión de desecho donde el otro transfiere unas cargas del orden que sea.
Tal es el caso, que la psicoanalista  Iraní Mitra Kadivar, al recibir pacientes en su consultorio,  fue vista en su país como sospechosa de contradecir la moral, por cuanto la encerraron en un hospital psiquiátrico, de donde hace poco fue liberada gracias a la presión internacional que ejercieron sus colegas. Este caso, permite aterrizar un poco la analogía prostituta-psicoanalista, encontrando que en ambos casos, tanto el cliente como el analizante pagan con un dinero por un servicio, que en alguna medida, podría verse como una estafa dado a que paga por algo que supone encontrar y que por el contrario, se trata más bien del desencuentro.
En este sentido, se pone en juego una dimensión en el orden del no decir, en tanto que el analista de entrada no pone al analizante frente a lo horroroso que puede resultar escuchar de parte de aquel a quien se le ha adjudicado un lugar de SSS que así como una mujer puede ser un síntoma para un hombre, un hombre puede ser un estrago para una mujer, por solo citar un ejemplo.  Por tanto, efectivamente en el análisis se encuentra implícita una dimensión de estafa como bien lo señaló Lacan mismo alguna vez, cuyo término me remite al fin de análisis cuando se caen las identificaciones.
Pues bien, en estos mismos términos de transferencia, Lacan realiza un análisis de la relación establecida entre Freud y Dora en lo que llama Los tiempos en el análisis, mostrando que la palabra del otro, el reconocimiento de su deseo y las consecuencias del reconocimiento de ese deseo pueden tener puntos de convergencia en lo que el denominó las Fluctuaciones de la Líbido. Para ello, Lacan se inclina por indagarse acerca de lo que sería una ciencia que incluya los otros criterios de verdad y donde sea la vía libidinal la base que permita dar cuenta de ciertos fenómenos.
Siendo así, encuentra que en el algoritmo de la transferencia además del Sujeto que pone en el otro un significante cualquiera para despejar los significantes (s1, s2, … sn), aparece además un objeto libidinal que también se instala en la clínica del caso por caso. Para Dora este objeto libidinal era de tipo oral, por eso ella fumaba y el recuerdo más arcaico que evocaba era el chuparse su pulgar. Este objeto libidinal aparece no solo a nivel fantasmático, cuando ella imagina que su padre satisface a la señora K con el sexo oral, sino que también se encuentra implícito en la transferencia, en la medida en que ella le transfiere a Freud el deseo de realizar su fantasma mediante el sueño en donde el señor K la había besado, dejándole impregnado el olor a humo, además de que había elegido a Freud, también fumador, como su analista, en gran medida bajo el imperio de su fantasma oral.
Puede verse entonces, cómo el fantasma se caracteriza por una cualidad fija e inmóvil, que constantemente se le está transfiriendo al analista, pero a diferencia del analisante, se deduce que la experiencia de análisis le permite al analista responder desde una disimetría, para intervenir desde la neutralidad. Pero en el caso de Dora, Lacan elucida que Freud responde desde una posición de simetría, en tanto pone en juego su propio prejuicio teórico con relación al complejo de Edipo que para entonces estaba desarrollando y operó en este caso desde la sugestión.
Lacan se sirve de este caso para darle paso al desarrollo de Las fluctuaciones de la líbido, las que parecen corresponder entonces, a un conjunto de fenómenos que acontecen bajo efecto de transferencia, a saber:
Los significantes (s1) que se repiten en el discurso del analisante y que toman el nombre depuntos de resonancia, estarían anudados al fantasma, acercándose o distanciándose de un centro. Dichos puntos de fluctuación libidinal representan un investimento  del analizante hacia su analista; es decir, estaría repitiendo su manera de relacionarse con su objeto de goce. Se espera, entonces, que el analista responda como un Espejo Plano mostrando una imagen especular, mediante la cual solo refleje lo que el analizante pone en el dispositivo. Se trata de no mostrar su propio fantasma, ni su propio goce para garantizar la disimetría y seguir interviniendo bajo efectos de la transferencia, bajo la cual el analizante pueda hablar en asociación libre, aunque no vendría a ser tan libre, pues también se encuentra mediatizada por aquello que escapa a su propia comprensión, por lo cual la atención flotante permite pesquisar los significantes que siempre retornan para poder producir una interpretación.
Ahora bien, es solo bajo efecto de transferencia que una palabra cobra valor, debido a que el contenido libidinal que enviste al analista da lugar a la sorpresa, de lo contrario, se caería en el riesgo de los indeseables efectos de lo que Freud llamaría las interpretaciones de un análisis silvestre.
Cabe señalar, además, que la repetición del significante contiene un Automaton y como tal no se trata solamente de la repetición de la demanda, sino también que mediante este discurso en espiral se despliega un deseo que puede llegar a cristalizarse bajo los efectos mismos de la transferencia, mediante el sentido que aporta el analista con los pertinentes señalamientos.  Es decir, pareciera que al exigirle al analizante que hable sin censura, se le está animando a que a medida en que avanza en su discurso, vaya desenmascarando también el deseo que le anima.
Al trasladar lo anterior, a la figura de El Toro descrito en la topología Lacaniana, permite entrever que el Automaton que se repite como aquello que da lugar a la pulsión, está presente tanto en la Demanda que se va desplegando en espiral internamente alrededor del deseo, pero al mismo tiempo se encuentra en la superficie externa en donde se ubica el aSe encuentran conectados así, el vacío interior con el externo, lo cual da lugar a la pregunta: ¿Cuál es la relación que existe entre el a y la extimidad?
Finalmente podría decirse que cuando el analista se despoja de su yo, puede asumirse como semblante del objeto que causa el deseo, produciendo en el analizante un efecto de querer saber de sus significantes que se repiten, de su Automaton significante y en esa misma medida, que devele una verdad que le permita encontrar un sentido a su síntoma y le permita cristalizar su deseo. Esto quizá sea lo que definitivamente diferencie el ejercicio del analista del de la prostituta.
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