Publicado en francés en las Lettres de l’École freudienne n° 18. Journée des cartels. Strasbourg. Introduction aux séances de travail, 1976. Disponible en: https://goo.gl/snmdhp

26 de enero de 1975

MARCEL RITTER – Es una pregunta que me surgió esta mañana, pero que también está ligada a preocupaciones teóricas personales. Se trataba esta mañana de algunas palabras que comienzan por Un: Unbewusste, Unheimlich. Eso me hizo pensar en lo Unerkannte que encontramos en Freud, particularmente en la Traumdeutung, donde está muy mal traducido, ya que es traducido como lo desconocido, mientras que es lo no reconocido. Encontramos este Unerkannte articulado a la cuestión del ombligo del sueño. El ombligo es ese punto en el que el sueño –cito aquí a Freud– es insondable, es decir, el punto en el que, en resumidas cuentas, se detiene el sentido o toda posibilidad de sentido. Es también el punto donde el sueño está más cerca de lo Unerkannte, de lo no reconocido. Dice Freud: Er sitzt ihm auf. Traducido literalmente: está sentado encima como un jinete sobre su caballo. Pero añade que de ese punto se instituye un ovillo de pensamientos que no alcanzamos a desenredar, pero que este ovillo de pensamientos no proporcionó otras contribuciones al contenido del sueño, es decir, al texto manifiesto. En otras palabras, parece ser un punto en el que la condensación resulta insuficiente, en la medida en que es un punto que de algún modo no está vinculado sino por un único hilo, o por un único elemento, al contenido manifiesto, un punto de desvanecimiento en la red. Entonces, la pregunta que me planteo es si esto Unerkannte, esto no reconocido, señalado por ese ovillo de pensamientos, si no podemos ver allí lo real, un real no simbolizado, algo ante lo cual finalmente el sueño como red, por cierto, se detiene, donde no puede ir más lejos. Y entonces me planteo también esta pregunta: ¿de qué real se trata? ¿Es lo real pulsional? Y también las relaciones de este real con el deseo, puesto que Freud articula la cuestión del ombligo con el deseo, ya que es el sitio en el que el deseo surge como un hongo.

JACQUES LACAN – Doy mi respuesta actual, por cierto. Es todo lo que puedo decir sobre ello, hasta aquí he llegado. No pienso que sea lo real pulsional. Es difícil de hacerlo comprender. Por el momento, no puedo volver sobre todo el camino por el cual llegué hasta allí. Me asombraría mucho que algo me forzara a otra concepción. Estoy más bien sorprendido de oírlo hablar de lo real pulsional. Estoy felizmente sorprendido, porque es cierto que hay un real pulsional. Pero hay un real pulsional únicamente en la medida en que lo real es lo que en la pulsión reduzco a la función del agujero. Es decir, lo que hace que la pulsión esté vinculada a los orificios corporales. Pienso que aquí todo el mundo está en condiciones de recordar que Freud caracteriza a la pulsión por la función del orificio del cuerpo. Parte de una especie de idea, de la constancia de lo que pasa por este orificio. Esta constancia es indudablemente un elemento real. Yo mismo he intentado figurarla con algo matemático, que en matemática se define como lo que se llama una constante racional, lo cual resulta estar bien empleado para que nosotros signifiquemos allí que se trata de aquello que se especifica del borde del agujero.

Creo que es preciso distinguir lo que sucede a ese nivel del orificio corporal, de lo que funciona en el inconsciente. Creo que, también en el inconsciente, algo es significable de modo por entero análogo. Creo que es eso ante lo cual Freud se detiene en su momento como ombligo del sueño, ya que es a ese respecto que emplea el término Unerkannt, no reconocido, creo que es eso de lo que se trata. Es lo que llama, lo que designa expresamente en otra parte, lo Urverdrängt, lo reprimido primordial (eso se ha traducido como se pudo). Creo que es en el destino de lo reprimido primordial, a saber, de eso que se especifica por no poder ser dicho en caso alguno, cualquiera sea la aproximación, por estar, si puede decirse, en la raíz del lenguaje, que podemos dar la mejor figuración de aquello de lo que se trata.

La relación de este Urverdrängt, de esto reprimido originario, puesto que hace un rato se planteó una pregunta que concierne al origen, creo que es a eso a lo que Freud vuelve respecto a lo que fue traducido muy literalmente como ombligo del sueño. Es un agujero, es algo que es el límite del análisis. Esto tiene evidentemente algo que ver con lo real, que es un real perfectamente denominable, denominable de un modo que es de hecho. No por nada pone en juego la función del ombligo.

Efectivamente, es un ombligo particular, el de su madre, aquel al que alguien a fin de cuentas se encontró pendido, reproduciéndolo, si puede decirse, por la sección para él del cordón umbilical. Es evidente que no es al de su madre al que está pendido, sino a su placenta. Es por el hecho de haber nacido de ese vientre y no de otra parte, que cierto ser hablante, o incluso lo que por el momento llamo, lo que designo con el nombre de parlêtre, lo que resulta ser otra designación del inconsciente, es por haber nacido de un ser que lo deseó o no lo deseó, pero que ya solo por ese hecho lo sitúa de un cierto modo en el lenguaje, que un parlêtre resulta excluido de su propio origen, y la audacia de Freud en aquel entonces es simplemente decir que se tiene en alguna parte la marca en el sueño mismo. El sujeto, por sus producciones imaginativas –no olvidemos la condición de la Darstellbarkeit, que es tan importante en la formación del sueño, que esta representacionalidad, si puede decirse, lo hace poder figurarse en el sueño– conserva en alguna parte la marca de un punto donde no hay nada que hacer. Es precisamente el punto de donde sale el hilo, pero ese punto está tan cerrado como cerrado está el hecho de que nació en ese vientre y no en otra parte, que está en el sueño mismo el estigma, puesto que el ombligo es un estigma. Es un estigma por donde -es el único punto– hay algo en común con todo lo que fue dado a luz bajo ese modo vivíparo, pero con el agregado de que se trata de un ser placentario y de que este ser placentario conserva una huella que allí se señala en el nivel mismo de la simbolización. Es cierto que solo el parlêtre, el ser hablante, puede llegar a la noción de la que partí en lo que se refiere al inconsciente. Hay algo que no por nada se resume en una cicatriz, en un sitio del cuerpo que hace nudo y que ese nudo es indicable, ya no en su lugar mismo, por supuesto, puesto que se encuentra allí el mismo desplazamiento que está ligado a la función y al campo de la palabra.

En el campo de la palabra hay algo que es imposible reconocer, de modo que el Un tiene allí otro valor que aquel que le dábamos esta mañana. Estrictamente hablando, el Un designa la imposibilidad, el límite. Cuando hablábamos de lo impoético, es el fondo sobre el cual se produce lo poético. Cuando hablamos de lo Unerkannt, eso quiero decir imposible de reconocer. No es simplemente una cuestión de hecho, es una cuestión de imposibilidad. Es por eso que, lo que esta mañana procurábamos ceñir respecto a la ambigüedad del Un, evidentemente conlleva dos polos, y a uno de esos polos no llegamos esta mañana.

Lo Unerkannt es lo imposible de reconocer. Freud no lo destaca en el pasaje sobre el ombligo del sueño. Es solo en otra parte que tenemos la noción de lo reprimido primordial. Pero, incluso la noción de lo reprimido primordial, en la forma que le dio, no pone el acento sobre esta función de imposibilidad. Es el sentido del Un en el término que designa en alemán lo imposible. Es lo Unmöglich de lo que se trata. Eso no puede ni decirse ni escribirse. Eso no cesa de no escribirse. Es una especie de negación redoblada, que es aquella por la cual podemos aproximarnos a este empleo completamente radical de la negación. Cuando digo eso no cesa de no escribirse, es allí que juega esta especie de flu, de flu que resulta de esto: que, estrictamente hablando, el único modo de definir lo posible, sería decir que lo posible cesa de escribirse, es el único modo verdaderamente establecido de ceñirlo de cerca. Es precisamente la distancia que hay en el alcance de ambas negaciones. No es no cesar de escribirse, lo que remitiría, por el efecto que se le da habitualmente a la doble negación, a limitarse a eso que cesa de escribirse. Sino que el no cesa de no escribirse, está allí lo que me parece el sentido de lo Unerkannt en tanto que Unverdrängt. No hay nada más a extraer de ello. Es eso lo que Freud designa al hablar del ombligo del sueño. Es allí que no se comprende más nada. No hay medio alguno de tirar más de la cuerda, salvo para romperla. De modo que eso designa una analogía, enteramente análoga a lo que usted acaba de designar allí como lo real pulsional.

¿Acaso estoy seguro de este enteramente? Digamos que soy yo el que lo hace análogo. Allí es donde se designa el límite por el cual lo simbólico se encuentra finalmente repercutido, que haya algo que, en lo decible, sea comparable por metáfora a lo que es de la pulsión. No obstante, es allí también que la pulsión se opacifica completamente, que se identifica a otra cosa, puesto que allí se trata de lo que podría llamarse la esencia del nudo. En el nivel de lo simbólico, allí, está anudado, no ya bajo la forma de un orificio, sino de un cierre. Comparar este cierre a un agujero es evidentemente algo ante lo cual el pensamiento se detiene. No es cómodo si a la palabra ombligo se le da su presencia de nudo corporal. Eso no es cómodo, aunque, por otra parte, lo que ese nudo cerró es algo por lo cual, durante un tiempo considerable –nueve meses– provenía todo lo que es vida. Es eso lo que permite la analogía entre este nudo y el orificio. Es un orificio que se cerró. Esto me parece importante, en el estado actual de las cosas. Es entonces allí tal vez que podemos admitir una revisión, una revisión posible, que es que, a fin de cuentas, a lo largo de este batimiento entre el orificio y el nudo, entre la identificación del agujero a un punto anudado, es a fin de cuentas eso que, si puedo decirlo, me allanó el camino a esta fórmula que doy como especificando, estrictamente hablando, este ser que caracterizamos por tener palabra, que me permití adelantar esto: que, en el nivel de su real, que allí es el tercer término, contrariamente a lo que pueda creerse, es formando imágenes, es decir, como enteramente imaginario, que el cuerpo subsiste.

Si hablo de imaginario, de simbólico y de real, puesto que es de eso de lo que a fin de cuentas partí, los retomo para decir que lo real se especifica también por un Un, en el sentido de un imposible. Es esto, debe ser demostrable, y toda la experiencia analítica no hace sino converger en demostrarlo. Es demostrable que la relación como tal entre dos partenaires especificados sexualmente, pero de modo radicalmente diferente, está precisamente marcada por lo que de su relación al sexo es de algún modo una relación parasexuada. Y que de tal modo se pueda poner acento sobre la bisexualidad, tanto como Freud lo hizo, es verdaderamente decir que la identificación del sujeto a un sexo entre dos, es algo que no se hace sino secundariamente y por azar, y que resulta de algo más radical, que podría ser exactamente correlativo a que este ser, entre todos los seres, sea hablante.

No por eso llegamos más lejos. Esto puede venir como relleno. Después de todo, la demostración es algo que comporta cierto rigor. El hecho de la experiencia ya testimonia lo que apenas indiqué esta mañana respecto a lo que se llama pulsión, que es algo que deja completamente abierta la formulación de la relación de un sexo como tal a otro. Parece completamente manifiesto en nuestra experiencia de todos los días que esa sea la cuestión ante la cual encontramos más obstáculos: escribir una x y una y que serían estrictamente hablando el sexo como macho y como hembra, es lo que manifiestamente no podemos hacer. Hay una relación al falo que instaura allí un tercero irreductible. Por lo demás, no es preciso creer sin embargo, como Freud lo adelantó tal vez con un poco de imprudencia, no es preciso creer que esta relación al falo sea el falo. Digo el falo, que no es lo mismo que lo que designamos por medio del órgano que resulta tener, especialmente en el parlêtre, una importancia prevalente. No porque no la mostrase también en otra parte, aunque no podamos saber en lo absoluto lo que es la experiencia de la copulación en animales tan lejanos como la rana o el sapo, en donde la copulación marca, en efecto, un carácter manifiesto completamente sorprendente. Parece, en todo caso, que la noción que no por nada Freud designó con el término de función fálica, introduce irreductiblemente en el parlêtre, en la relación entre los sexos, un tercero, cuya importancia no es menor en una mujer, como me expreso, puesto que voy a decir simplemente que la mujer no es universalizable. Que no haya toda Mujer especifica lo que recién llamaba universalidad, no hay sino mujeres, digamos particulares, pero es tal vez demasiado decirlo, porque lo particular tiene mucho que ver con lo universal. Lo que por el momento trato de forjar y que anuncié en mi último seminario, es que, para el hombre, una mujer es siempre un síntoma. Es evidentemente difícil de tragar y no es sin precaución ni vacilación que lo he adelantado. Tras ello, di vueltas, reflexiones, y tuve la satisfacción de ver confirmarse en esta ocasión que es recíproco. Debo decir que me alivió un poco, después de haber adelantado que una mujer, en la relación que tiene al hombre, es un síntoma, recibir esta confirmación de que precisamente en algunas mujeres, y no importa en cuáles, en las que este tercero fálico es particularmente resonante, estas mujeres, como contrapartida de mi seminario, me dijeron que era exactamente así la fórmula que les había venido a la mente cuando –no tanto el hombre, porque justamente la noción de hombre como tal no está tan presente para una mujer– por el hecho de que son una mujer, es también un hombre, y obtuve como contrapartida este testimonio que se habían perfectamente formulado a sí mismas acerca de por qué amaban a un tal: es un síntoma. Entendieron lo que les sucedía, si puedo decirlo, como siendo algo del orden del síntoma.

Es cierto que eso me ha animado mucho a intentar poner mayor precisión en esto que había adelantado con enorme dificultad, incluso con timidez. No creo, y eso en razón de que no hay referencia posible a La mujer, porque La mujer universalmente no existe, que el síntoma-hombre tenga en absoluto el mismo lugar para una mujer. Pero eso va muy lejos. Implica, pone en entredicho, como todo lo que es del orden del síntoma, al inconsciente por entero. Es del todo concebible que la relación de una mujer al inconsciente sea diferenciable de la relación del hombre al inconsciente. Por otra parte, eso permitiría explicar muchas cosas. Si el inconsciente está menos íntimamente trenzado a la realidad de una mujer que a la del hombre, lo cual, debe decirse, es perceptible, eso explicaría que ella lo comprenda mucho mejor. Hablo de una mujer. Es un hecho que las mujeres que existen como plurales, que las mujeres tienen mejor dotes para hablar del inconsciente de un modo eficaz que la media de los hombres. Si al hombre le llevó tanto tiempo descubrir el inconsciente, darse cuenta de que el hecho de habitar el lenguaje no es algo que no deje huellas, que haya llevado tanto tiempo reconocer el hecho de las consecuencias de haber nacido hablante, y de dos seres particulares por los cuales habitualmente les es vehiculizado el parlêtre con dos funciones totalmente diferentes: la del padre y la de la madre, todo sobre lo cual Freud puso el acento, que haya llevado tanto tiempo reconocer que el ser humano cae en un mundo de lenguaje y que el hecho de que sean sus padres, con todo lo que eso supone detrás, en particular que haya sido deseado o no deseado, que sean sus padres quienes lo orienten… Leo un librito de Kant: ¿Cómo orientarse en el pensamiento? No es esa la cuestión. No se trata de orientarse en el pensamiento. Se trata de orientarse en el lenguaje, y que el ser humano esté en un campo ya constituido por los padres y que concierne al lenguaje, es a partir de allí que es preciso ver su relación al inconsciente y que, esa relación al inconsciente, no hay razón alguna para no concebirla como lo hace Freud: que hay un ombligo. A saber, que hay cosas que en su inconsciente están cerradas para siempre, de modo que no nos queda sino designarlo como un agujero, no reconocido, Unerkannt, según lo que usted adelantó hace un rato.

Me disculpo por haberme extendido tanto, pero es preciso decir que la pregunta que usted adelantó requería al menos esto, me parece, para responderla, puesto que es, en efecto, una cuestión que es la simple puesta en palabras de aquello que, desde el origen, en el reconocimiento mismo del inconsciente, es la noción de que, lo que hace de eso la consistencia, lo que hace estrictamente hablando a lo real, es un punto de opacidad. Es un punto infranqueable, un punto imposible. Es por eso que la noción de imposible me parece situar de un modo completamente central, y de una cierta imposibilidad que está ligada, que es coherente, que permitiría especificar en la cadena de los seres, como Freud mismo lo destacó, que permitiría especificar al ser humano no como obra maestra de la creación, el punto de despertar del conocimiento, sino, por el contrario, como la se de de otro especial Unerkennung, es decir, no solamente un no reconocimiento, sino una imposibilidad de conocer lo que atañe al sexo.

Eso nos permitiría aclarar (en fin, nos llevaría demasiado lejos) que hay algo que el abordaje científico reconoció en la vida: es la coherencia del sexo y de la muerte. No puede decirse que esta no relación sexual, que considero como fundamental en lo real en lo que se refiere al parlêtre, no puede decirse que eso corresponda a un pequeño despertar del lado de la universalidad de la muerte. Hay un pequeño despertar, pero un despertar a fin de cuentas también muy limitado. El hecho de que se diga que todo hombre es mortal, no quiere decir sin embargo que haya prevalencia de la muerte. Que la muerte esté a fin de cuentas tan taponada en lo vivido, por la vida, en lo vivido de cada uno, es no obstante algo muy sorprendente. Pero que sea por la vía del inconsciente que alguien haya podido hablar de pulsión de muerte, es decir, de algo que tiene una relación con la muerte, pero casi del mismo modo en que hay una relación con el sexo; hay una relación con el sexo en cuanto el sexo está por todas partes donde no debería estar; no hay en ninguna parte la posibilidad de establecimiento, de algún modo formulable, de la relación entre los sexos. Podemos decir lo mismo respecto a la pulsión de muerte: es también una relación a la muerte, pero también desplazada. No por estar desplazada no ocurre de tanto en tanto que logre abrirse paso, pero lo mismo sucede para lo que tiene relación al sexo. Está propagado, está extendido, en lugar de ser captable de cerca. De igual modo, esta pulsión de muerte, a la que Freud, es preciso decirlo, fue conducido por la experiencia analítica, es por eso que el inconsciente, el inconsciente como tal, es importante distinguirlo de esta no relación sexual, en tanto que esta no relación sexual estaría ligada a lo real del ser humano, mientras que es en el nivel de lo simbólico que este descubrimiento de una cierta relación a la muerte es detectable y, de hecho, por la pluma de Freud, se ha abierto camino. De algún modo, hay aquí una disociación de la relación sexual, de la cual sin embargo es del todo concebible que algo lleve su marca en el inconsciente, mientras que lo que fue demostrado por todo lo que descubrió Freud, es precisamente esto, que todo lo que es del orden de lo sexual está desplazado.

Como decía esta mañana, lo que es del orden de lo genital es del orden del mito, y del mismo mito que es aquel al que se consagra la religión, lo genital es lo que conduce a la reproducción. ¿Pero qué es lo que hace que haya acercamiento de los sexos para esta reproducción? Es precisamente lo que queda abierto, que queda particularmente abierto en la gente provista de un inconsciente, es un hecho.

Nadie me interrumpió, y Dios sabe a dónde me habría llevado eso, para preguntarme qué era la pulsión sadomasoquista, de la cual habla Freud y ampliamente. No obstante, es muy curioso que, para pescarlo, no hayamos nunca hablado del sadomasoquismo antes de Sade y antes de Sacher Masoch. Es igualmente curioso que tampoco se hayan adelantado nunca cosas como esas, que haya sido preciso que hubiese dos literatos, por lo demás, ambos completos débiles mentales, para que comenzáramos a darnos cuenta no solo de que había pulsión sadomasoquista, sino de que es fundamental de la realidad humana, que no se haya percibido que el deseo del hombre es el infierno.

Una vez dije eso ante un cura. Como soy yo quien habla, naturalmente vi al cura humillarse. Quiero decir que él estaba allí como un felpudo. El deseo del hombre es el infierno, es evidente a partir del momento en el que lo digo, y lo digo por primera vez hoy ante ustedes porque nunca quise arriesgarme hasta el momento, salvo ante ese cura. Es preciso decir algo que me consuela, ya que debo decirme a su vez que no es solo porque sea Lacan que puedo hacer oír ciertas verdades. Esta verdad es evidente. Me consuelo con esto: ese cura era dantista, no dentista, se ocupaba de Dante, y es evidente que nadie se interesa en Dante más que en el infierno. No obstante, es también muy interesante lo que cuenta sobre el paraíso. Sin embargo, nadie desea leerlo. Gracias al hecho de que este cura era dantista puedo consolarme. No es solo porque yo se lo he dicho que ha dicho que sí, sí… En fin, no lo he dicho aun en mi seminario.

Ven ustedes entonces que eso quiere decir que aquí me encuentro a mis anchas, no se me hacen preguntas idiotas. Elogio a Marcel Ritter por haberme planteado esta pregunta sobre lo Unerkannt. Me he dejado llevar un poco, les pido disculpas. Era evidente, no podía no hacerlo. Es preciso decir que hay mucho que decir para volverlo sostenible. Y ya también para responderle con eso a la persona que me había planteado la pregunta sobre el origen del deseo. Así cerramos el círculo. Por lo demás, es por eso que Freud comenzó su Traumdeutung con la fórmula que conocen: “si no puedo conmover a los dioses, acudiré” – ¿a qué? “al infierno”, precisamente. Si hay de todos modos algo que Freud vuelve patente, es que del inconsciente resulta que el deseo del hombre es el infierno y que es el único medio para comprender algo. Es por eso que no hay religión que no le haga su lugar. No desear el infierno es una forma del Wiederstand, es la resistencia.

Traducción: Lorena Buchner.

Tomado del sitio: http://www.psicoanalisisinedito.com/2015/07/jacques-lacan-respuesta-una-pregunta-de.html

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