CURSO: ADOLESCENCIA Y CRIMEN
PROFESOR: MARIO ELKIN RAMIREZ
ESTUDIANTE: DANIEL HERNÁNDEZ
FECHA DE LA CLASE: 18 DE ABRIL DEL 2016
En primera instancia se leyó el protocolo de la clase del día 13 de abril, posteriormente la compañera Juliana Jurado desarrolló la exposición del capítulo seis del libro “Juventud desamparada” de August Aichhorn, en el cuál el autor trata teóricamente el tema de la transferencia. Se definió la transferencia, desde el texto de Aichorn, como la respuesta emocional que dirige el alumno al orientador, basado en sus primeras relaciones sociales, siendo esas relaciones el punto dónde el analista se permite indagar sobre las conductas disociales de los individuos. Tales conductas se producen por los desequilibrios en los afectos que recibe el individuo en sus primeros años de vida, ya sea por exceso o por defecto. Por este motivo se hizo hincapié en la importancia del conocimiento que debe tener el analista sobre las relaciones familiares del individuo tratado, además de ganar la confianza del mismo, para que el proceso reeducativo sea exitoso y haya una transferencia efectiva del lazo social, dónde el individuo sea abierto respecto a sus vivencias. Es así cómo August Aichhorn se propone a teorizar su experiencia con aquellos niños tratados en su institución, demostrando que la teoría sobre la transferencia podría operacionalizarse más allá de la clínica, tratándola como el conjunto de cualidades, emociones, pasiones y representaciones que el paciente transfiere al psicoanalista. Al lado de la transferencia se ubica el concepto de contra-transferencia, término acotado por mujeres de la escuela psicoanalítica inglesa y que se refiere a las actitudes que el maestro transfiere a su alumno o el terapeuta al paciente (Sin embargo este término es cuestionado por la escuela lacaniana).
Retomando lo expuesto por Aichhorn, el profesor Mario Elkin Ramírez se refiere a una serie de complejos familiares (complejo de intrusión, de destete, complejo de Edipo y de castración) que la persona tratada da a conocer al terapeuta al hablar de sus experiencias en la niñez. Sin embargo, sostiene que no todo se recuerda, que la niñez trae consigo amnesias, y dice esto para concluir desde la interpretación de autores como Freud y el mismo Aichhorn, que aquello que no se recuerda puede repetirse, entonces “lo que no pasa por la palabra se vuelve acto”, tal como lo evidenció Aichhorn con algunos niños y jóvenes de su institución, quiénes incurrían en robos y fugas.
Las decepciones o la indulgencia excesiva se convierten en los pilares de la conducta disocial, debido a que genera moldes de reacción incompletos, causando inseguridades en el individuo respecto a sus semejantes, circunstancia importante para el desarrollo de la conducta delincuencial.
Entonces Aichhorn hace dos clasificaciones respecto a la conducta delincuencial: Los casos neuróticos fronterizos con síntomas disociales y los casos disociales sin síntomas de neurosis. En el primero hay un conflicto interior y la conducta disocial proviene de ese conflicto y en el segundo el individuo tiene un conflicto con su alrededor. En este contexto y con el fin de tratar la conducta disocial, el terapeuta escucha al paciente como si se fuera el padre y acepta ser visto de tal manera, pero “se corre de lugar”, en el sentido que hace entender al paciente que no es igual al padre y no vivencia con él el conflicto que tuvo con ese miembro de la familia, evitando un proceso repetitivo y fomentando una reeducación exitosa.
Se problematiza el caso de las personas narcisistas que no transfieren debido al exceso de amor propio que dificulta la asignación de roles a los demás, sin embargo se evidenciaron casos donde tal factor pudo ceder, haciéndose posible una clínica que trate problemas propios de la psicosis.
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