Mario Elkin Ramírez 1
Resumen
Luego de un breve recorrido por una sucinta historia del amor, se encuentra el lugar revolucionario que la obra de Gustave Flaubert constituyó como nuevo paradigma del amor y de la feminidad. Se retoman a continuación las formulaciones de Jules de Gaultier, quien introdujo el término de Bovarysmo en la psiquiatría, para, finalmente, mostrar el destino de esa noción en el psicoanálisis lacaniano.
Palabras clave: amor, Bovarysmo, realidad, ideal, imaginario, Gaultier, Lacan.
THE BOVARYSME
Summary
After a short pass through a brief love story, Gustave Flaubert work that constituted a new love and femininity paradigm found a revolutionary place. Jules de Gaultier formulations where the Bovarysme term was introduced in psychiatry are restudy to show this notion destiny in the Lacanian psychoanalysis.
Keywords: Love, Bovarysme, really, ideal, imaginary, Gaultier, Lacan.
LE BOVARYSME
Résumé
Après un bref parcours par une courte histoire d’amour, il se trouve le lieu révolutionnaire que l’oeuvre de Gustave Flaubert a constitué en tant que nouveau paradigme de l’amour et la féminité. Ensuite. C’est Gaultier, qui a introduit dans la psychiatrie le terme de bovarysme, sont reprises pour, en fin, montrer le destin de cette notion de la psychanalyse lacanienne.
Mots-clés : amour, Bovarysme, réalité, idéal, imaginaire, Gaultier, Lacan.
Los historiadores de las mentalidades han examinado la relación entre el amor, la sexualidad y el matrimonio, verificando lo que son para los psicoanalistas de orientación lacaniana los irreductibles del amor, el deseo y el goce, sin que correspondan uno a uno los términos de los historiadores con los del psicoanálisis.
Quiero poner de presente en esa historia el destino del amor y el vuelco que en su concepción inscribe la obra de Gustave Flaubert Madame Bovary, además de algunas sus consecuencias para el psicoanálisis.
Desde la antigüedad greco-romana el amor fue un gran ausente en los vínculos matrimoniales, éstos se hacían por conveniencia y conforme a un cálculo, en el que era determinante la dote económica y los lazos de poder de las familias de los cónyuges. Incluso se piensa que: “[…] el amor es un gran peligro. La sociedad se sostiene sólo porque la gente permanece dueña de sí, calidad necesaria para mandar a otro. Este dominio de sí militar impone no ceder a los sentimientos. Y en una institución noble como el matrimonio, tampoco es cuestión de caer en una atmósfera sentimental” (Veyne, 2005: p. 45). El ideal social era entonces el del dominio de sí. Por lo cual, dejarse someter por un amado, asumir la posición de amante, de carente, asumir una servidumbre voluntaria en el amor era algo mal visto.
En la Edad Media, según Jacques Le Goff, en una auténtica historia de amor “[…] los únicos que se aproximaron al amor cortés fueron Eloísa y Abelardo” (Le Goff, 2005: p. 52). Pero no hay que olvidar que por su aventura, Abelardo fue literalmente castrado y Eloísa enclaustrada, sus apasionadas cartas se intercambian luego de esas circunstancias. Igualmente, el amor fue reprimido cuando el “Cantar de los cantares”, libro que subyugó por su belleza literaria al siglo XII, cantando al amor conyugal, a la fiebre amorosa y hasta al erotismo: “[…] inquietó a la iglesia. Entonces para poner fin a las palabras consideradas peligrosas y blasfematorias de ese bello texto, algunos teólogos ortodoxos van a encontrar un freno dándole una interpretación alegórica: ‘la bienamada’ de quien se habla en el Cantar de los Cantares es… ¡la Iglesia! El amor debe ir únicamente a Dios” (Le Goff, 2005: p. 61).
En el Antiguo Régimen, al final de la Edad Media, entre las clases altas las chicas se casan jóvenes: “[…] como Julieta desposada por Romeo con menos de 15 años” (Solé, 2005: p. 69) y el amor sigue excluido de esa transacción que es el matrimonio. Sin embargo, el fenómeno mayor de este período es que a partir de 1550, entre las clases populares, las mujeres comienzan a casarse a los 24 años y los hombres a los 26, y “[…] ¡los campesinos inauguran el matrimonio por amor! […] Las clases superiores los seguirán lentamente en este progreso de la afectividad” (Solé, 2005: p. 70).
Pero a pesar de que la reivindicación del matrimonio por amor corre a todo lo largo del tiempo de las Luces, en realidad en las clases aristocráticas se quedan en el matrimonio por conveniencia: “[…] la Revolución [Francesa] no va a cambiar nada de eso. Esas costumbres llegarán tal cual hasta el siglo XIX” (Ozouf, 2005: p. 86). También para los revolucionarios se trata de controlar y codificar las relaciones humanas, poner la cabeza en la República y no en la vida interior, ni en la intimidad de los sentimientos. Por lo cual: “¡El amor, esa relación no preparada, no negociada, espontánea, que puede poner todo patas arriba! El amor es inaceptable para quien quiere reglamentar la vida privada. El amor es el enemigo de la Revolución” (Ozouf, 2005: p. 90).
Después del gélido paréntesis revolucionario, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, con el Romanticismo:
[…] un nuevo código amoroso se elabora tras la Revolución […] Se apela a los impulsos del corazón, se huye lejos del cuerpo hacia un angelismo diáfano, y se abandona uno a sueños de amores etéreos […] El discurso romántico […] está atravesado de metáforas religiosas: el amante es una criatura celestial; la muchacha, un ángel de pureza y virginidad; el amor, una experiencia mística. Se habla de confesión, de sufrimiento redentor, de adoración; uno está “extraviado de amor”, los corazones “sangran” […] La palabra, que sería demasiado escandalosa, es remplazada por un rozamiento, un rubor, un silencio, una mirada (Corbin, 2005: pp. 98-99).
Pero todo esto cambia a partir de 1860, es como si allí comenzara otro siglo XIX. “El código romántico comienza a degradarse […] ¡Se acabó el angelismo y las mujeres diáfanas! El sentimiento amoroso se desvaloriza […] Madame Bovary se burla del adulterio, la novela lleva en sí un cuestionamiento a la imaginería romántica. La mujer deja de ser un ángel. Ahora da miedo […] El amor implica riesgos. Se vuelve trágico” (Corbin, 2005: pp. 108-109).
Es a partir de esa célebre novela de Flaubert, que el filósofo Jules de Gaultier, a comienzos del siglo XX, creó la palabra “Bovarysmo”, definido como: “el poder dado al hombre de concebirse otro distinto del que es”, acepción que fue rápidamente incorporada a la lengua corriente para designar “la evasión en lo imaginario por insatisfacción” (Tendlarz, y otros, 1993: p. 9). El estudio de Jules de Gaultier pone en evidencia el poder del ideal determinado por el medio social, por esta razón interesó a Jacques Lacan, quien, en efecto, retoma el término de Bovarysmo para describir la personalidad de Aimée, la paciente de su tesis en psiquiatría, precisamente en el momento antes del desencadenamiento de su psicosis.
El Bovarysmo da cuenta de la manera en que Madame Bovary se presentaba en el mundo y la forma como construía los acontecimientos de su historia. En la medida en que el Bovarysmo equivale a los ideales de la personalidad y que ésta permanece ligada al medio social, con este término Lacan llega a determinar la forma en que el Otro se toma al sujeto.
Pero el Bovarysmo en Gaultier no se limita a la falsa concepción que los individuos tienen de sí mismos, en el Bovarysmo la total aprehensión de lo real se vuelve aproximativa, por lo que también corresponde a: “una manera de mostrar las cosas de modo diferente de lo que son” (Tendlarz, y otros, 1993: p. 9).
En el libro de Gaultier sobre el Bovarysmo, y partiendo de la psicopatología de la época, él describió sus formas: moral, pasional y científica —éstas formas son subrayadas por Lacan en su tesis sobre Aimée— (Lacan, 1975: p. 75, n. 70). Gaultier desarrolla un análisis de la acción del Bovarysmo sobre los individuos y sus colectividades y concluye ampliando el concepto de tal modo que puede aplicárselo a la humanidad entera. Traduzco in extenso algunos párrafos por su importancia y por la rareza de esta fuente: Dice Gaultier:
Entre las falsas concepciones que el hombre toma de sí mismo y que componen el Bovarysmo esencial de la humanidad, se ha dado el primer lugar a la creencia del libre albedrío porque engendra consecuencias prácticas inmediatas y que es, por ese hecho, la más sobresaliente. Sin embargo esta creencia no es más que una consecuencia a su vez de otra ilusión más profunda y que la explica en parte: la ilusión de la personalidad, la creencia en la unidad del yo. El hombre compuesto y resultante de instintos y de momentos múltiples se concibe uno” ( Gaultier, 1993: p. 18).
[…] con la pasión del amor, el hombre se concibe otro distinto al que es. Un instinto se eleva en él con una violencia extraordinaria. Se cree interesado en el triunfo de ese instinto: emplea a su servicio todos los recursos de su inteligencia y de su voluntad, y esta lucha se termina en provecho de un ser en el que él no se reconoce más a sí mismo. Se despierta de su pasión, cargado de consecuencias que no ha querido, como si hubiera sufrido una sugestión por otro que hubo abusado de su nombre y explotado su energía contra él. Se ve como una equivocación de esta especie tiene su fuente en un Bovarysmo de la personalidad. El yo, que no es más que una razón social, más que una representación abstracta, como la ciudad o el estado, es tomado por un ser provisto de una unidad real” ( Gaultier, 1993: p. 20).
La facultad de descontento en los humanos es:
[…] la causa y el pivote de todo progreso. Y se ve entonces desde entonces la ley irónica, el Bovarysmo esencial, que gobierna aún aquí la humanidad. Movido por ese sentimiento de malestar que hace parte de su constitución más íntima, el hombre se cree el propicio para llevar el remedio modificando el universo […] el hombre se concibe dotado del poder de aumentar sus goces, pero solo consigue aumentar su saber” (Gaultier, 1993: p. 26).
De la misma manera que con la pasión amorosa, el hombre, creyendo actuar en vías de su felicidad, cumple el deseo del genio de la Especie, igualmente, con la búsqueda científica, creyendo mejorar las condiciones de su vida, sirve a los objetivos del Genio del Conocimiento. Así, todo el esfuerzo utilitario de la humanidad es desviado hacia fines desinteresados. El hombre se concibe dotado del poder de modificar el Universo a su provecho, es aquí como de otra parte se concibe otro del que es y mientras tiende hacia ese fin egoísta toda su energía, desarrolla una fuerza que es utilizada para otro fin distinto” (Gaultier, 1993: p. 28).
Gaultier encuentra en los personajes flauberianos la tara que supone esencialmente al ser humano, “una falla de la personalidad” que, bajo el efecto del entusiasmo, de la admiración, del interés o de la necesidad vital, los empuja a asumir un carácter diferente al suyo. En la medida en que esta debilidad se une a la impotencia, esos personajes no logran igualar el molde propuesto por los ideales que aparecen bajo la acción del ejemplo o la educación. Se establecen entonces dos líneas distintas que, aproximándose y alejándose, forman el ángulo que servirá de índice al Bovarysmo. En efecto, es la distancia entre las propias posibilidades del individuo y la acción de los ideales que determinará el grado de Bovarysmo alcanzado. Para retomar los términos de Gaultier: “mide la distancia que existe en cada individuo entre lo imaginario y lo real, entre lo que él es y lo que cree ser” (Tendlarz, y otros, 1993: p. 9).
Ese uso tiene el interés de oponerse a las teorías constitucionalistas de la época, a pesar de que la teoría constitucionalista de Génil-Perrin2 y de Lévy-Valnesi3 han puesto en correspondencia el Bovarysmo y la constitución (Tendlarz, y otros, 1993). Lacan se independiza de esta equivalencia y logra dar a ese término un nuevo sentido. La existencia de una constitución paranoica implica que la aparición de la psicosis se produce en una continuidad de rasgos existentes desde el comienzo. Hablando de Bovarysmo, Lacan puede, al contrario, indicar que ese desencadenamiento de la psicosis es un momento de ruptura, de discontinuidad, un “punto fecundo” (Lacan, 1975: p. 107) donde la emergencia del delirio paranoico permite la distinción entre el Bovarysmo y la erotomanía.
En su tesis Lacan considera que el Bovarysmo es una de las funciones esenciales de la personalidad (Lacan, 1975: pp. 32,75). La toma en consideración en la definición de la personalidad según la experiencia común, en la que la distancia entre la síntesis y la intencionalidad de los fenómenos traduce el índice de Bovarysmo establecido por Gaultier (Lacan, 1975: p. 32) en función de la acción de los ideales – ideales que se encuentran igualmente en la definición objetiva de la personalidad en relación con la “concepción de sí mismo” (Lacan, 1975: p. 42).
Lacan encuentra rasgos de Bovarysmo en Aimée a lo largo de toda su historia. Estudiando las tendencias afectivas que revelan los escritos de Aimée, afirma que ellos demuestran una sensibilidad esencialmente bovarysta: “refiriéndonos directamente por esa palabra al tipo de la heroína de Flaubert” (Lacan, 1975: p. 180). Esta “soñadora del idilio” —como llama Lacan a Aimée (Lacan, 1975: p. 198, n. 5) — guarda en sus búsquedas sentimentales un grado de Bovarysmo: “en el que juegan su papel los sueños ambiciosos” (Lacan, 1975: p. 228) de un lado, y del otro “el entusiasmo” bovarysta.
En sus “Propósitos sobre la causalidad psíquica”, refiriéndose al Bovarysmo, Lacan insiste una vez más en la importante acción de los “ideales bovarystas”, señalando que esto no tiene nada de despreciable (Lacan, 1966: p. 170).
En medio del Seminario 3 se encuentra de nuevo una mención del Bovarysmo, esta vez para hacer equivaler el sistema filosófico construido por Jules Gaultier, alrededor del Bovarysmo, al sistema delirante de Schreber (Lacan, 1981: pp. 66-67). El término desaparece luego definitivamente de la obra de Lacan, integrado en el concepto de ideal (Tendlarz, y otros, 1993: pp. 9-10).
Referencias bibliográficas
Corbin, A. (2005). El tiempo de las pavotas y los burdeles. [aut. libro] Dominique Simmonet y et al. La más bella historia del amor. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2005.
Gaultier, J. de (1993). Le Bovarysme essentiel de l’humanité. [aut. libro] Silvia Tendlarz y et al. Sept références introuvables de la thèse de psychiatrie de Jacques Lacan. París : Les documents de la Bibliothèque de l’École de la Cause freudienne, 1993, Vol. 1.
Lacan, J. (1975). De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité . París: Seuil, 1975.
Lacan, J. (1981). Le séminaire, livre III, les psychoses. París: Seuil, 1981.
Lacan, J. (1966). Propos sur la cuasalité psychique. En: Écrits (pp. 151-193.). París: Seuil, 1966.
Le Goff, J. (2005). Y la carne se volvió pecado. [aut. libro] Dominique Simonnet y et al. La más bella historia del amor. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2005.
Ozouf, M. (2005). El terror de la virtud. [aut. libro] Dominique Simmonet y et al. La más bella historia del amor. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2005.
Solé, J. (2005). También el sentimiento. [aut. libro] Dominique Simmonet y et al. La más bella historia del amor. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2005.
Tendlarz, S. et al. (1993). Sept références introvables de la thèse de Jacques Lacan. París: Les documents de la Bibliothèque de l’École de la Cause Freudienne, 1993. Vol. 1.
Veyne, P. (2005). La invención de la pareja puritana. [aut. libro] Dominique Simonnet y et al. La más bella historia del amor. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2005.
Notas:
1. Psicoanalista practicante en la ciudad de Medellín, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana sede de Medellín, Profesor en el Departamento de psicoanálisis de la Universidad de Antioquia
2 Cfr. Génil-Perrin (1926), Les paranoiaques, Paris : Maloine, p. 192.
3 Cfr. Lévy-Valnesi (1930), « Bovarysme et constitutions mental », en: Journal de Psychologie.
Tomado de:
Affectio Societatis Nº 15/ diciembre 2011 /ISSN 0123-8884 7/ Departamento de Psicoanálisis | Universidad de Antioquia /http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/affectiosocietatis