La ciencia irrumpió en el mundo con la pretensión de encontrar las leyes de lo real, más allá de la fugacidad de las apariencias y los equívocos del lenguaje.
Naturaleza era el nombre de ese real dotado de una regularidad sin falla y capaz, supuestamente, de funcionar como una garantía última.
De él se pretendía incluso deducir una moral capaz de orientar las decisiones, de ordenar los deseos del hombre.
Sin embargo, los efectos del discurso de la ciencia no son en este sentido los esperados y lo que asoma en el horizonte es más bien un real sin ley, por retomar una expresión reciente de Jacques-Alain Miller.
¿Qué ocupa, para el ser hablante y para las sociedades humanas, el lugar vacante de la ley natural? EB
Tomado del sitio: icfgranada
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