Stendhal ilustra a la perfección el carácter discorde de la idea seguida por todos, hombres y mujeres, atormentándose cuando algo les falta pero que intentan, al mismo tiempo, no acercarse demasiado: Que quieren y no quieren, que desean y temen, prisioneros, como son, de las paradojas del deseo.
Pero este no es el tipo de felicidad que puede exigirse a los gobiernos en reivindicaciones y manifestaciones callejeras. No tiene sentido… porque ese tipo de felicidad no es un derecho, como tampoco lo es el amor, que sobrepasa la esfera pública. Esta felicidad no se encuentra codificada en las normas que regulan la vida de una comunidad.
De hecho, es ese tipo de felicidad la que se espera de un psicoanálisis. Ciertamente al psicoanálisis se pide una cierta felicidad. La población quizá podría contentarse -en el sentido de la felicidad espartana de Saint-Just- siguiendo los modelos definidos por un plan gubernativo, o según los parámetros establecidos por los economistas.. pero las personas, individualmente, buscan otra cosa, algo diferente.
Las personas no buscan la felicidad lineal, objetiva y cuantificable, sino que persiguen una felicidad paradójica, que ofrezca siempre algo nuevo, perdiéndose, a veces, en los laberintos del hiperconsumismo. Se podría quizás, pensar en un «extra» que hiciera de la vida propia algo distinto de un proceso vital destinado tan solo a autorreproducirse.
¿Y dónde conseguir ese «plus» que no reduzca la vida al mero mantenimiento de sí misma sobre el hilo esencial de las necesidades y las distracciones? Este suplemento el psicoanálisis lo encuentra, no en el sentido de la vida -objetivo que pertenece al pensamiento religioso y que va hacia la trascendencia-, sino en el goce, que se realiza en la inmanencia.
El goce es, sin embargo, por definición algo que se pierde en el mismo momento en que el hombre se constituye como tal, en el mismo momento en el cual no es simplemente animal, sino animal racional, es decir, ser parlante. MF