Mario Elkin Ramírez – NEL-Medellín
Hay un texto atribuido a Aristóteles clasificado como el problema XXX. Parece ser que este texto lo constituyen notas tomadas por Teofrasto, luego de las clases y recopiladas bajo la forma de Problemata, problemas, que Aristóteles no resolvía sino que dejaba abiertos para poner a pensar a sus alumnos.Su problema es: «Por qué razón todos los que han sido hombres que fueron excepcionales, en lo que concierne a la filosofía, a la ciencia del Estado, a la poesía o a las artes, son manifiestamente melancólicos, y algunos al punto de ser tomados por las enfermedades oriundas de la bilis negra».[1]
Aristóteles se dirigirá a pensar las causas. Aporta ejemplos que son modelos extremos para pensar la melancolía, la locura (llamada Ek-stasis).
Los primeros ejemplos que presenta de los hombres excepcionales afectados por melancolía, son Heracles, Lisandro Ayax y Bellerofón. También agrega a su lista de hombres excepcionales y melancólicos a Empédocles, del que se dice se lanzó al cráter del volcán Etna, queriendo confirmar su reputación de que era un Dios, por lo que únicamente encontraron sus sandalias. Pero también a Platón y a Sócrates, tratando de mostrar la relación entre filosofía y locura. En la antigüedad ambas cosas la locura y la filosofía provenían de la inspiración, como lo ilustraba Platón de la manía proveniente de las Musas para los poetas.
De Sócrates se decía que tenía un Daimón, una entidad que mediaba entre los hombres y los dioses y por eso, como es representado en el Banquete, antes de llegar a encontrar a sus amigos, ese día como muchos otros sufrió un rapto que lo puso fuera de sí y que podía durar poco o días enteros. Una anécdota semejante se dice de él cuando durante la batalla de Potidé permaneció inmóvil durante horas.
El texto designa la melancolía como un efecto de la mala mezcla de la bilis negra, aquí manifiesta como ek-stasis o manía.Pero es sutil poder describir estas manifestaciones o bien como enfermedades en sí mismas o como síntomas de otras.
En la traducción del griego al francés de J. Pigeaud, usa como sinónimos ek-stasis y manía. Éxtasis es relacionado precisamente con el «fuera de sí», que caracteriza muchos episodios de locura. Sergio Laia habla de Joyce como aquel que hacía escritos «fuera de sí». También Margeritte Duras, a quien Lacan le rinde homenaje, describe a su Lol V Stein como una mujer que durante años estuvo «fuera de sí», por ello titula su novela El rapto, o el arrebato de Lol v. Stein. El término que en francés Ravissement, deja filtrar un sentido de gozo ravi.
La argumentación de nuestro traductor de esa sinonimia es que en verdad es de la locura de la cual se trata en el texto, de una manera de estar loco. Se habla de ekstasis de Heracles (953 a 17), «de Ayax como estatikos (953 a 22), de Maracus el siracusano se dice que conoce el ekstasis en ciertos momentos (954 a 39). El texto nos habla de las causas del ekstasis(954 a 25). Pero también se cita a los manikoi (953 a 25), a las enfermedades maniacas o del entusiasmo (954 a 31), a gentes manikoi o de dotados (954 a 32)»[2] como si fueran sinónimos.
El autor dice que el origen de estos males para algunos es «una mezcla en el cuerpo», para otros, hay una «inclinación natural a estas enfermedades» y para aprehender la causa hace una analogía de la bilis negra con el vino.
El vino, en efecto, tomado en abundancia parece que vuelve a las personas tal y como nosotros describimos a los melancólicos, y su absorción produce un gran número de caracteres, por ejemplo, los iracundos, los filántropos, los impíos, los audaces […] el vino transforma los individuos de diferentes formas, si se observa cómo cambia gradualmente a quienes beben. Ya que se apodera de las personas que son, cuando se abstienen del vino, fríos y silenciosos, bebiendo en cantidades un poco más grandes, ya son habladores, y un poco más y helos aquí, elocuentes y confiados; si continúan, se vuelven audaces y dispuesto a actos de audacia; si absorben aún más los vuelve violentos y después locos[3].
La escala de absorción del vino que va dando por resultado distintos caracteres, transformaciones de la conducta a partir de una medida que se dirige al exceso, da efectos que se suceden, pero graduables de acuerdo a la cantidad que se ingiere.
De la bilis negra se trata igualmente de un asunto de grados, ella produce efectos análogos al vino, anudados a dos elementos más que el autor presenta, lo frío y lo caliente, que son referencias de su esquema explicativo. La bilis negra es la fuente del comportamiento melancólico, es fía o caliente, y por esencia inestable, además comporta el viento.
La expresión «mezcla de bilis negra» hace que el asunto dependa de la medida, del exceso o el defecto. Es un viejo problema de Aristóteles el de la justa medida.
En el libro II de la Ética a Nicómaco, dedicado a la Naturaleza de la virtud ética introduce en el capítulo 6, «Naturaleza del modo de ser», la noción de término medio. Dice en 1106a28:
[…] lo igual es un término medio entre el exceso y el defecto. Llamo término medio de una cosa al que dista lo mismo de ambos extremos, y éste es uno y el mismo para todos; y en relación con nosotros, al que ni excede ni se queda corto, y éste no es ni uno ni el mismo para todos.[4]
El estagirita se refiere en principio a dimensiones mensurables, dice en 1106a32: «si diez es mucho y dos es poco, se toma seis como término medio en cuanto a la cosa, pues excede y es excedido en una cantidad igual, y en esto consiste el medio según una proporción aritmética.» No obstante, su objetivo es pensar, mediante ese símil, es proponer el término medio relativo a las virtudes, a aquello que es inconmensurable. Esto es, «el medio relativo a nosotros» y no el relativo a la cosa que es aquel que es mensurable.
La virtud ética para este filósofo tendrá que tender al término medio;
[…] pues esta se refiere a las pasiones y acciones, y en ellas hay exceso, hay defecto y hay término medio. Por ejemplo, cuando tenemos las pasiones de temor, osadía, apetencia, ira, compasión, y placer y dolor en general, caben el más y el menos, y ninguno de los dos está bien; pero si tenemos estas pasiones cuando es debido, y por aquellas cosas y hacia aquellas personas debidas, y por el motivo y de la manera que se debe, entonces hay un término medio y excelente; y en ello radica precisamente la virtud. En las acciones hay también exceso y defecto y término medio». (1106b17-24)
A pesar de estos circunstanciales sigue existiendo la pregunta: ¿cuál es el término medio de una virtud? Ya que, señala Aristóteles, tanto el exceso como el defecto pertenecen al vicio.
Ingemar Düring describe la estructura de la acción ética a partir de la razón intuitiva, la cual sirve al hombre en la vida práctica, para ver que algo se le aparece como un bien. Enseguida, entra en funcionamiento el apetito y transforma el juicio en un deseo y el conocimiento de dicho bien, en una tendencia al mismo, considerado como fin. La razón ordena y la voluntad toma en consecuencia la decisión, para cuya realización luego debe atinar con los medios para encontrar ese bien, vuelto fin. En el encuentro de los medios es que de nuevo la razón práctica, despliega «el sentimiento de tacto moral«.[5] Ese tacto moral es el que guía hacia el término medio, la moderación, sõfrosinê, hilo conductor o medida.
Düring discute con Jaeger[6] sobre el ideal de exactitud que éste ve a este respecto, tanto en Aristóteles como en Platón, tratando de encontrar argumentos para hacer de la ética una ciencia exacta, de manera similar a la geometría. Pero, el proceso psicológico mediante el cual se conocen las normas no es exacto.
En algunas ocasiones la virtud se encontrará más cerca del exceso que del defecto y en otras, más próxima al defecto que al exceso, su resultado proviene de la naturaleza misma de los hechos o «de nosotros mismos», dependiendo del vicio al cual estemos más inclinados los unos o los otros le opondremos la virtud contraria. Pero, como dice W. D. Ross: «después de todo, ninguna regla general nos ayudará a saber lo que debemos saber; debemos esperar a encontrarnos en las circunstancias particulares de nuestra acción y tomarlas a todas en cuenta».[7]
Por ello, la virtud moral debe ser combinada, a juicio de Ackrill, con la sabiduría práctica phronesis, la virtud del razonamiento práctico. «Esta capacita al hombre para decidir en cada circunstancia particular qué es lo justo, amable y generoso: cuál es la cosa correcta que se ha de hacer. La excelencia del carácter garantiza entonces lo que uno hará».[8]
Volviendo a nuestro problema, mientras que «la pasión debe ser llevada a una media, a partir de una mezcla de dos fuerzas opuestas y de sentido contrario. En realidad todo reposa en general sobre el equilibrio del placer y del dolor que acompañan cada pasión»[9]. Lo que correspondería en la fisiología al equilibrio de los humores y al equilibrio del frío y el calor. La justa medida es la norma de la salud. Y la melancolía aparece por un desequilibrio de la bilis negra. Por un exceso de la misma que escapa a la justa medida.
La analogía con el vino conduce a pensar el aspecto polifacético del melancólico. Donde progresivamente, como en el caso del vino, el individuo va siendo conducido a un «fuera de sí».
Así prosigue el texto en su comparación entre la bilis negra y el vino que también es ventoso pneumatôdes: «y es verdad que se puede volver impío, feroz o taciturno; en cambio, en ciertos individuos permanecen absolutamente silenciosos, y sobre todo los melancólicos, todos aquellos que están locos»[10].
Y luego un detalle clínico:
Es por esto que el vino incita a las gentes al amor, y es a justo título que se dice que Dionisos y Afrodita están ligados el uno a la otra; y los melancólicos, en su mayoría, están obsesionados por el sexo. Ya que, el acto sexual, pone en acción el viento. La prueba es el pene, la manera en que se le conoce, cuan pequeño es, [tiene] una extensión rápida, porque se infla bajo los efectos del viento. Y mucho antes de que pueda emitir la esperma, nace un cierto placer en aquellos que son aún infantes cuando, antes de la pubertad, se dejan ir a frotar sus penes. Es claro que esto se produce porque el viento recorre los canales por donde, más tarde, se transporta el líquido[11].
Ya conocía el placer de órgano infantil. Pero después anotará que «después de una relación sexual la mayoría de la gente tiende a ese sentimiento de desaliento […] y de esa manera se enfrían». De allí viene la sentencia atribuida igualmente a Aristóteles post coitum omne animal triste est.
Para explicar el temperamento melancólico en las gentes de genio, dice el autor que hay:
[…] personas normales, que si tienen bilis negra, pero en cantidades proporcionadas, y una minoría que tiene un evidente exceso de bilis negra en un equilibrio relativamente estable. A estos últimos se les adjudicaba un temperamento melancólico y se creía que tenían una tendencia a tener dotes especiales como consecuencia de ello […] «el desaliento de la vida diaria (ya que con frecuencia nos encontramos en situaciones en que sentimos tristeza sin poder encontrarle una causa, mientras que en otros momentos nos sentimos alegres sin saber por qué), ya que todos tienen algo de bilis negra dentro: pero los melancólicos «están completamente empapados» de esos sentimientos que «forman parte permanente de su naturaleza.[12]
Sorprende un detalle en la descripción y es el sin-sentido de la tristeza y la alegría, pues recalca Aristóteles que quien los siente no puede dar cuenta de sus causas. «Hacia el final del ensayo –continúa nuestro historiador- el autor observa que, si el temperamento «fuera más frío de los límites de lo normal, produciría desaliento sin razón» y la persona correría el riesgo de suicidarse».[13]
El texto de Aristóteles luego dice que si la bilis negra, que es de naturaleza fría, se encuentra en exceso en el cuerpo produce entre otras enfermedades somáticas, las atímias o terrores, «pero si es demasiado caliente, está en el origen de estados de eutimia acompañada de cantos y locura ek-stasis«[14].
Atímia se ha traducido en el lenguaje psiquiátrico y psicológico como depresión. Eutímia y distimia son nociones usadas entre la medicina, la moral y filosofía. En el Corpus hipocrático (Epidemias, VI, sección 5 V. L 316) se señala que eutimia es un estado de exaltación febril del thymos, según nuestro traductor esto quiere decir:
[…] ese lugar indeterminado del sentirse a sí mismo, del centro de las emociones, de las pasiones, de lo que en el siglo XIX se llamará el sentido íntimo. La atímia o distimia son lo contrario [a la eutimia]. El origen filosófico de la noción es sin duda democritiana. No es un concepto platónico. Se le encuentra en la tradición aristotélica, pero no en Aristóteles. La eutimia se encuentra en la taxonomía de las pasiones. Definida por Andrónicos «la eutimia es el gozo en el tiempo que pasa, y la ausencia de preocupaciones respecto de todo». Es la sabiduría empírica[15].
El thymos designa un conjunto complejo [nos dice en otro lugar nuestro traductor] La atímia, eutimia, distímia, son las formas con las que el individuo aprehende su ser en el mundo, se siente ser, se siente vivir en la facilidad o en la angustia. [Hipócrates dice en (Aforismos VI, 23 = IV L 568)]: «si el miedo y la distímia duran largo tiempo, un tal estado está ligado a la bilis negra». El Corpus hipocrático tampoco ignora las alternativas de la atímia y de la eutimia [en Epidemias V, 84 ( V L 252) y (VII, 89 (V L 446) precisa: ] «parmeniscus fue presa de atimia y de un deseo de quitarse la vida: y después inversamente de eutimia[16].
No hay que olvidar que el infijo Eu, significa alegría o felicidad, por eso se hablaba de eudaimonía, es decir tener un Daimonfavorable. Muy cerca de la manía en sentido decimonónico sería entonces la eutímia.
Las variaciones de la bilis negra, como las gradaciones del vino los grados de ebriedad, es lo que da lugar a las modulaciones de la capacidad del disfrute de la vida, la eutimia estará en su máximo, la atímia o distímia en su mínimo, e incluso, «a la ausencia de todo deseo de ser, hay el desespero, la muerte y el ahorcamiento»[17].
Entonces plantea que:
[…] aquellos en los que la mezcla [de bilis negra] se encuentra abundante y fría son presas del estupor; aquellos que la tienen demasiado abundante y caliente, están amenazados por la locura (manikoi) y dotados por naturaleza, inclinados al amor, fácilmente arrastrados a los impulsos y a los deseos […] muchos, por la razón de que el calor se encuentra cerca del lugar del pensamiento, son tomados por la enfermedad de la locura y el entusiasmo […] Pero aquellos en quienes el calor excesivo se detiene, en su empuje, en un estado medio, esos son ciertamente los melancólicos pero son más sensatos, son menos extraños, sin embargo, en muchos otros dominios, son superiores a los otros, los unos en lo que concierne la cultura, otros las artes, y aún otros la gestión de la ciudad[18].
Finalmente, dice: «Cuando, en efecto, en algunas ocasiones [la mezcla] es muy fría, se engendran las distímias sin razón. Es la causa de los suicidios por ahorcamiento se encuentran sobre todo en los jóvenes, aunque también se ve en los viejos»[19].
Los estoicos articularon cuatro pasiones básicas: A. El apetito o el deseo. B. El miedo. C. El placer, gozo o alegría y D. El dolor, pesadumbre o tristeza, reconocieron en todas ellas algo irracional y el reconocimiento de la oposición entre la exaltación, ligada a la alegría como «expansión o arrobamiento irracional de la mente, que implica una opinión de un bien presente o actual [y la melancolía como] «contracción o depresión irracional de la mente, que implica una opinión reciente de un mal presente o actual».[20]
- Aristote, L´Homme de genie et la mélancolie, traducción de J. Pigeaud, Paris, EditionsRivages, 1988, p. 83. Frase inicial clasificada 953 a 10.
- Ibíd., p. 39.
- Ibíd., p. 87.
- Nos hemos guiado por la traducción de Julio Pallí Bonet en: Aristóteles, Ética nicomaquea, Madrid, Gredos, 1985, p.169.
- Ingerman Düring, Aristóteles, México, Universidad Autónoma de México, 1990, p.717. Las itálicas son nuestras.
- Werner Jaeger, Aristóteles, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 106-107.
- W. D. Ross, Aristóteles, Buenos Aires, Sudamericana, 1957, p. 282.
- J. L. Ackrill, La filosofía de Aristóteles, Caracas, Monte Ávila, 1984, p. 246.
- Aristote, Op. Cit., p. 22.
- Ibíd., p. 89
- Ibíd., p. 92.
- Stanley W. Jackson, historia de la melancolía y la depresión, desde los tiempos hipocráticos a la época moderna. Madrid, Turner, 1989, p. 39.
- Ibíd.
- Aristote. Op. Cit., p. 95.
- Ibíd. p. 120.
- Ibíd. pps. 30-31
- Ibíd., p. 32.
- Ibíd., p. 97.
- Ibíd., pps. 101-103.
- Stanley W. Jackson, historia de la melancolía y la depresión, desde los tiempos hipocráticos a la época moderna. Madrid, Turner, 1989, p. 27.