Relatoría del 27 de febrero de 2015

Seminario de Conceptos 1, “Lo inconsciente”

Profesor Mario Elkin Ramírez

Estudiante: Juan David López

Capítulo abordado en la clase: III. Sentimientos Inconscientes.

Durante la sesión pasada fue inevitable que la discusión recayera sobre la pulsión en un primer término. Si la idea de pensar en la posibilidad de que existan representaciones conscientes e inconscientes había generado varias dudas sobre la naturaleza de esta última instancia, concebir ahora la existencia de sentimientos que nos son inaccesibles, implicaba un esfuerzo adicional para comprender el planteamiento de Freud, pues la primera gran pregunta que surge es ¿cómo se puede sentir sin sentir? Y de esta se desprenden muchas otras: ¿No existía ya un consenso según el cual el sentir es una cualidad particular de la conciencia? ¿Cómo es posible que estemos habitados por sentimientos que nunca llegan a ese punto en el que finalmente podemos aprehenderlos? ¿Cómo soportan estar allí, a veces tan quietos, sentimientos que de manifestarse en la conciencia causarían seguramente estragos?

Durante la exposición del texto se abordaron precisamente algunas de estas cuestiones, aunque la discusión se centró en el concepto de pulsión y la manera en la que Freud lo presenta en este artículo. Teniendo presente la advertencia del autor según la cual “Si la pulsión no se adhiriera a una representación ni saliera a la luz como un estado afectivo, nada podríamos saber de ella” (p. 173), las preguntas acerca del lugar donde reside y la singularidad de lo que Freud denominaba “representación-representante de la pulsión” eran ineludibles. A lo largo de la sesión se hizo hincapié en que la pulsión como tal, no es reprimida, sino más bien aquellas representaciones o afectos a los que se ligó. Siguiendo esta línea argumentativa, no queda claro, y Freud no lo aclarará tampoco en el apartado, dónde estaba esa pulsión antes de que se fragmentara y se adhiriera a una representación o un sentimiento, pero vale la pena traer a colación que son justamente este tipo de imprecisiones en la expresión sobre la naturaleza de lo inconsciente las que alentarán a Freud a desarrollar la segunda tópica, en la que finalmente se le dará dirección a la residencia de la pulsión.

Posteriormente la presentación del docente abordó desde el Seminario I y II de Lacan, lo que allí se presenta en relación con este artículo, rescatando algunas cualidades que Freud había precisado para el inconsciente tales como la noción de atemporalidad y el principio de no contradicción. En esta línea, uno de los planteamientos más llamativos de la sesión es la referencia a la justificación de estos dos conceptos que se aceptan de antemano sin una revisión crítica de su fundamento. Con el fin de reforzar dichas nociones freudianas, Lacan aborda la cuestión desde Hegel, quien considera que “El concepto es el tiempo de la cosa”. Su argumento se desarrolla concibiendo una diferencia entre la palabra y el objeto en la medida en que la primera puede evocar a la cosa sin necesidad de que ésta se haga presente; dicho de otro modo por Lacan, la palabra mata a la cosa.

De esta forma, si lo que Freud encontró a través de su ejercicio clínico fueron sujetos anclados en ciertos eventos de su pasado, si se topó con que una gran parte del contenido de los sueños y en general del inconsciente se remitía a momentos arcaicos de la infancia, y fue justamente este material el que lo llevó a plantear el principio de atemporalidad, se puede decir que entonces en el inconsciente, dado que se encuentra por fuera del tiempo cronológico, tanto las palabras como las cosas no están diferenciadas entre sí tal y como aparece en el discurso de la conciencia, en donde es posible percibir su distanciamiento. En este punto se hace referencia a la psicosis, pues dado que el inconsciente se encuentra en esta estructura a “cielo abierto”, se puede evidenciar cómo la palabra se toma al pie de la letra, o mejor, al pie de la cosa. Esta es la razón por la cual se aseverará luego que “El psicótico está en el lenguaje pero no en el discurso”, es decir entra en relación a las palabras y las cosas, pero no establece una diferencia entre ellas tal y como sucede en el discurso de la conciencia.

Por otra parte, durante la sesión se retomó el Esquema L que Lacan propone para situar el inconsciente en la relación que se establece entre el sujeto (Je) y el Otro con mayúscula. No obstante esta es la línea que podría conducir al contenido inconsciente, el vector que demarca la relación entre el ego (moi) y el otro con minúscula hace obstáculo, de tal forma que vuelve inaccesible el discernimiento de lo que sucede del lado del sujeto. Y va a ser esta la idea que, a mi juicio, es central en la aproximación al concepto del inconsciente en la manera que Lacan la plantea: “El inconsciente es el discurso del Otro”. Esa función de desconocimiento del sujeto que es la base de la conformación del ego, conlleva a que el análisis practicado por diversas teorías se hubiera enfocado únicamente en esa transacción narcisista constante entre un Yo y otro-yo, sin tener presente la dimensión, tanto del Otro con mayúscula como del sujeto del inconsciente. Siguiendo esta línea, es el Otro quien brindará la primera cadena de significantes al sujeto, estableciéndose una suerte de destino en la medida en que se trata de un legado en el cual él sólo está llamado para acogerlo y retransmitirlo.

Ahora bien, queda una pregunta: ¿Cómo debe interpretarse la fórmula “el inconsciente es el discurso del Otro? ¿Se debe tomar al pie de la letra? ¿Significa que aquello más esencial dentro de nosotros no es más que el efecto del Otro? Y en definitiva, ¿quién somos entonces, si “yo soy un Otro”, y ese otro también tuvo su Otro en una cadena infinita de alienación?

¿Te pareció útil este artículo? compártelo asi otros también pueden aprovecharlo
0

Dejar un comentario

Simple Share Buttons