Por Marie-Hélène Brousse
Los políticos han reemplazado a los gladiadores y los medios de comunicación le han dado al Coliseo, un tamaño acorde a nuestra época. Tenemos nuestros campeones y con el pulgar hacia abajo decidimos su muerte, y de la misma manera, aclamamos a aquellos que nos cautivan. Metaforizada, la muerte no puede estar más presente, condenamos a muerte un número infinito de veces. Es el sueño de Sade hecho realidad, liberado de los límites del cuerpo.
«Gérard Wajcman,expone en un artículo reciente [1] como la forma de las series de televisión, expresan el espíritu de nuestros tiempos, por medio del triunfo del objeto y del fragmento». Dos series de televisión con éxito a nivel mundial, declinan los avatares de la libido puestos en juego en la conquista y el ejercicio del Poder: Game of Thrones y House of Cards. La tesis de G. Wajcman se confirma. En primer lugar, el triunfo de los objetos: por un lado, el Trono de acero y la espada de acero valyriano, y por otro lado, el Despacho Oval en la Casa Blanca y el bolígrafo Montblanc. En segundo lugar, el triunfo del fragmento: una multiplicidad de personajes e historias enredadas, fieles a la fragmentación del relato.
Sin embargo, no podríamos imaginar dos mundos más diferentes. Game of Thrones: el universo de l’Héroïc Fantasy, que por todas partes toma prestado elementos de las civilizaciones pasadas: célticas, romanas, medievales, interpretando sus mitos y sus valores a inicios del Siglo XXI. House of Cards: la realidad del universo de la vida política americana de hoy en día (la serie comienza en la fiesta de fin de año de 2013), todo lo que se pone en juego a nivel económico, político e ideológico, de rigurosa actualidad. Pero el héroe es el mismo, el goce en sí mismo de lo político, sin límites.
Los psicoanalistas postfreudianos, particularmente en los EE.UU, habían traicionado a Freud y a la clínica psicoanalítica, poniéndose al servicio de una libido genital, que debía dejar atrás las perversiones polimorfas de la infancia. Que no existiera no los frenó y prefirieron matar el psicoanálisis freudiano, en lugar de renunciar a su delirio moralizante, pretendiendo así, que éste se adaptaba a la realidad y que como era previsto, no les daría la razón. En aquella época, la adaptación exigía algo diferente, que no era precisamente el imperativo de la posición del misionero para todos. Estas dos series validan la creciente importancia del imperio del Goce, del cual Lacan, siguiendo paso a paso el texto freudiano y la experiencia analítica, resalta el síntoma, único real que anuda el Imaginario y lo Simbólico [2]. La libido, es el Goce. Y no está determinada por la genitalidad, ella es «All over the place». No se adapta, el lazo social se determina a través de ella. Forever polimorfa, se engancha a los objetos y a los dispositivos, siguiendo las marcas singulares por las que es golpeado cada sujeto. Está orientada tan solo por la modalidad del discurso que le da color. Y es eso mismo lo que la comparación de estas dos series nos demuestra.
En una de ellas, las dinastías se enfrentan (el autor, George Raymond Richard Martin, reconoce su deuda hacia la Inglaterra Shakesperiana). Padres, madres, hermanos, hermanas, hijos, hijas, todo el orden simbólico en correlación con la familia, encuentra su punto de capitón, en el Nombre del Padre. El lugar de cada uno, depende de su nombre. El trono codiciado por todos es la quintaesencia del Nombre. Al Nombre, la autoridad y el goce, los sujetos, sea cual sea su síntoma, sea cual sea su relación a la Ley simbólica, sea cual sea su perversión singular, son atraídos por el Trono de acero. Matan, aman, odian, son leales o traicionan, cada vez por razones singulares, pero todo en ellos gira alrededor del Trono. Más allá del valor, sin precio, valiendo todo y nada a la vez, vida y muerte al mismo tiempo, todos son súbditos.
En la otra, dos partidos políticos están en competencia por la Presidencia de los Estados Unidos. Individuos que subordinan todo. La misma pasión como en el universo del Nombre. Pero, el Despacho Oval, no es un Trono. Es una función, más no un Nombre. Se lo gana por un número limitado de años, se lo conquista a través de votos. El Trono se transformó en un asiento, que por esencia, es eyectable. Sin duda alguna, el síntoma de los sujetos conduce su baile. Sin duda alguna, lo invariable es la mentira, esencia del lenguaje. Pero la música ha cambiado: se acabó la relación de sumisión, de honor, hasta la traición ya no existe. El lazo que reside es el intercambio mercantil.
Al fin, el capitalismo ha triunfado y cada Uno-solo, es una mercadería como cualquier otra. Estoy en venta, estás a la venta, está a la venta. Vender, ser vendido, venderse, tres modos de la pulsión. Ahí donde estaba la sumisión, apareció la prostitución. Antes, su campo de acción, estaba reservado al acto sexual y a las mujeres, pero éste se propagó a todas las transacciones humanas sin distención de sexo. Cada uno, es para cada quien, su propio proxeneta.
En referencia a Lacan y a su modelo del punto de capitón del lazo social por el nombre, la creencia o más bien, las creencias florecientes en múltiples Dioses y los de la competencia, se confrontan. En el modelo del capitón por la función – para mi es algo inaudito en una novela americana- , el que aspira a la Presidencia, es ateo. Es algo que esconde a la multitud, pero nos lo dice, a nosotros, espectadores con quienes conversa, por supuesto gracias a Shakespeare.
Shakespeare, referencia obligatoria: con el Padre o sin él, «el inconsciente, es la política» y la política es el escenario del Goce del parlêtre.
Notas:
1 : Wajcman G., « Tres notas para introducir la forma « serie » », in La Cause du Désir, n° 87, Paris, Navarin
éditeur, pp. 42 et suiv.
2 : Lacan J., « Conferencias en las universidades norteamericanas », Scilicet, n°6/7, Éditions du Seuil, Paris, 1976
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Número 428 (selección de artículos)
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