«Singularmente eso parece llevar al resultado de que no hay nada que defender de la represión, ya que lo reprimido mismo encuentra como alojarse por esta referencia a la letra. En otros términos, el sujeto está dividido como en todas partes por el lenguaje, pero uno de estos registros pueden satisfacerse por la referencia a la escritura, y el otro por el ejercicio de la palabra. Es sin duda, lo que ha dado a mi querido amigo Roland Barthes ese sentimiento embriagador, que de todas esas buenas maneras, que el sujeto japonés no hace bloque en nada. Al menos es lo que él dice, en un libro que les recomiendo: EL IMPERIO DE LOS SIGNOS, así lo titula. En los títulos a menudo se hace de los términos un uso impropio. Se hace eso para los editores. Lo que evidentemente quiere decir es el imperio de las apariencias. Basta con leer el texto para darse cuenta de eso. Y bien, el japonés común -me dijeron- lo encuentra malo, al menos es lo que escuche por allá. Y en efecto, por más excelente que sea al libro que escribió Barthes, le opondré lo que diré hoy, a saber, que nada es más distinto del vacío producido por la escritura que la apariencia; en esto, en un principio, que es el primero de mis pliegues siempre listo para coger el goce o al menos para indicarlo por medio de su artificio».

Jacques Lacan, Seminario 18, De un discurso que no sea semblante Clase del 12 de Mayo de 1971.

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