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Entrevista: Reflexiones sobre la constitución subjetiva y la época. Entrevista a Mario Elkin Ramírez

By 6 abril, 2014mayo 28th, 2021No Comments

por Viviana Berger

V: Recientemente Grama Ediciones ha publicado un libro tuyo, «Actualidad de La agresividad en psicoanálisis de Jacques Lacan», en el que trabajas dicho texto junto con comentarios de unas conferencias dictadas por Eric Laurent y Jacques Alain Miller en 1989-90. A propósito de ello, ¿cuál crees tú que es el aporte que desde este texto en particular, puede hacer el psicoanálisis respecto de los problemas de violencia que imperan en nuestro siglo?

ME: Es un libro que incluye en su título la palabra «Actualidad», lo cual lo saca de una cronología para hacerlo avanzar hacia el «tiempo lógico», por supuesto que está sujeto a la historia, pero tiene la intención de señalar que hay algo atemporal, que siempre será actual, a saber, la agresividad como tal en el humano, y así mismo, el texto de Lacan que la reflexiona en el psicoanálisis, y desde el campo psicoanalítico, hacia el fenómeno social.

Cómo tu misma señalas, hay una marca en la historia de vida de quienes participamos en el lapso de tiempo y de trabajo que dio lugar al texto. 1989-1990 fue el año en que varios estudiantes colombianos nos encontramos en París e iniciamos de la mano de Jacques-Alain Miller y Eric Laurent, el estudio de ese escrito de Lacan. Fue un momento privilegiado de nuestras vidas, porque tuvimos su enseñanza de manera muy cercana y pensando un problema que, desde entonces, nos lanzaba a la perspectiva que hoy recoge tu pregunta, precisamente: ¿cuál es el aporte del psicoanálisis para pensar la violencia en el siglo? Hoy diría en este siglo y los pasados, en Colombia, pero también en el mundo.

Y bien, esa fue la pregunta que nos hicimos en aquel entonces, ¿cómo puede servirnos el psicoanálisis de orientación lacaniana, más allá de asegurarnos una formación psicoanalítica, para reflexionar ese fenómeno social, que, se sabe, desde hace muchos años ensangrenta la historia de nuestros países.

La sugerencia de Miller de iniciar esa reflexión por ese texto de Lacan, tuvo un valor de interpretación, en mí y en otros que seguimos el índice que nos señalaba una senda perdida. Desde entonces, algunos seguimos pensando los fenómenos sociales desde esa perspectiva y hemos llegado a producir algunas investigaciones publicadas al respecto: «Órdenes de hierro», «Psicoanalistas en el frente de batalla», «Aporías de la cultura contemporánea», «Dinámicas de guerra y construcción de paz», «Usos y abusos del maltrato», «El sujeto criminal», en fin, una serie de libros en cuya base está el que hoy comentamos y que se aplican a pasar del fenómeno a la estructura, del relato social al hueso de lo que se juega en profundidad a nivel psíquico y social.

Lacan decía: «que renuncie aquel psicoanalista que no incluya en su reflexión el horizonte de goce de su época», también que: «el inconsciente es el discurso del Otro», son frases sueltas aquí en una entrevista, pero anudadas en una fuerte argumentación que nos muestra, primero que hay una ética del psicoanalista que lo obliga a pensar su contexto, segundo que la configuración de la subjetividad en psicoanálisis no se hace sin el Otro, esto es, sin sus semejantes, sin la primera estructura social que rodea el sujeto, cual es la familia o sus sucedáneos, tercero que en esa configuración se articula al inconsciente el goce de una época.

Por ejemplo, respecto a la agresividad Freud lo reconoce como un componente importante de la subjetividad, sea para su afirmación especular, sea para la satisfacción de la pulsión de muerte en la propia autodestrucción del sujeto o secundariamente para la destrucción de los demás. Pero no bastan esas condiciones necesarias, a ello se suma la contingencia de vivir en nuestros países, en nuestra época. Lacan también nos aporta herramientas de pensamiento que aplicamos en la investigación precisa de fenómenos sociales. Por ejemplo, es distinto pensar la agresividad en el discurso del amo antiguo, a pensarla inserta en las relaciones sociales que impone el discurso capitalista. Son lógicas distintas. No es lo mismo pensar, como cuando escribí: «Clío y Psiqué, ensayos sobre historia y psicoanálisis», que los discursos podrían ser una clave para la lectura de nuestros contextos y poder ahora plantear una reflexión psicoanalítica, a partir de la frase de Lacan que: «el objeto (a) está en el cénit social». Eso da una visión radicalmente distinta al pensamiento psicoanalítico de lo social.

El psicoanálisis de orientación lacaniana aporta herramientas para pensar lo social, pero no solamente sus conceptos, también su clínica vuelta método de investigación, por ejemplo, aplicada al «análisis del discurso», tomando los discursos del comandante guerrillero, del jefe del ejército paramilitar o de los generales del ejército de la república, estamos elaborando una investigación, a partir de considerar esos enunciados como un texto, y aplicando las herramientas de la formación clínica, estamos pudiendo elucidar, cómo se construye el enemigo por parte de los actores armados en el contexto colombiano hoy y cómo luego esa construcción se difunde en los medios de comunicación con intenciones políticas, económicas, militares, pero también a partir de profundas satisfacciones pulsionales.

No se trata, por supuesto, de patologizar la guerra colombiana, a sus actores o a sus pueblos, sino encontrar los resortes subjetivos que fundamentan sus posiciones. No es lo mismo darle «estatus político» a un adversario cuando se sienta a negociar la paz, que declararlo «terrorista» y cerrar la puerta a la palabra para no dejar sino la vía del plomo y el fuego como forma de relación al enemigo.

Volviendo a tu pregunta, el aporte particular de este libro es la elucidación en profundidad de la agresividad en la constitución subjetiva como fundamento de la reflexión de un fenómeno social tan devastador como la violencia. Lacan nos enseña algo al respecto y en ese libro está la exégesis, por parte de Jacques-Alain Miller y Eric Laurent, de eso que Lacan ense, adem᳡s, de algunas ideas sobre el problema de la agresividad en lo social y en la clínica psicoanalítica, por ejemplo, en la reacción terapéutica negativa, pero también, de la diferencia entre la agresividad en la neurosis y en la psicosis, entre otras cosas.

V: ¿Podrías desarrollar un poco esa frase que suena «moralmente» tan polémica, en relación a que «El hombre odia a su semejante tanto como a sí mismo?

ME: Esa es una idea freudiana. Freud se aterra ante el precepto cristiano de «amar al otro como a sí mismo». En «El malestar en la cultura» lo devela como algo impracticable, pero lo esclarece y encuentra que en el corazón del amor a sí mismo, llamado narcisismo, habita la pulsión de muerte. Por lo tanto es algo aterrador decir que hay que amar al prójimo «como a sí mismo», cuando ese «sí mismo» a lo que tiende de modo radical es a su propia autodestrucción.

Lacan retoma en algunos de sus seminarios esa reflexión freudiana, para mostrarnos su impacto. Eso quiere decir que no es sólo cuestión de, en nombre de los bienes que quisiéramos concedernos, arrasamos al semejante, eso ya lo había mostrado Marx, sino que si hay en el corazón de cada hombre el goce de su suicidio, sea lento como las adicciones, la anorexia, etcétera, o sea súbito;elevar ese modelo autodestructivo a la dignidad de un ideal de relación al otro, es mostrar por qué es tan fácil franquear el límite de tratar el semejante como colaborador, para luego tratarlo como objeto de explotación de una fuerza de trabajo y no resarcirlo, es demasiado tentador para algunos sujetos pasar de la consideración del semejante como un objeto amoroso, a tratarlo como un instrumento de goce perverso, como lo vemos en la paidofilia, en la violación sexual, entre otros fenómenos; es frágil la frontera entre amar al prójimo y considerarlo amigo, a odiarlo y volverlo enemigo, el odio es el revés del amor, Freud lo había descubierto en la transferencia y llamó a esa doble cara de Jano la ambivalencia de los sentimientos, porque en la constitución subjetiva, dice, hay una gran dosis de agresividad. Lo que hace que el hombre no sea una criatura bienaventurada que sólo atacaría para defenderse. La historia da la razón a Freud, en su concepción de la constitución moral de los individuos.

V: Es muy fácil constatar, sobre todo para los profesionales que trabajan en instituciones que asisten a víctimas de violencia, cómo en los sujetos involucrados se repiten una y otra vez escenas del mismo tipo. ¿Por qué razón estos sujetos que podrían alejarse de tal padecimiento vuelven a someterse a dichas condiciones? ¿Cuál es la trampa en la cual cae la guerra preventiva del discurso de la ciencia y que lo hace fracasar a la hora de liberar al sujeto dicha esclavitud?

ME: Jacques-Alain Miller en un capítulo del curso «El partenaire-síntoma», habla sobre la parábola de San Martín, y desarrolla ese apólogo que Lacan en varios lugares había referido. Es muy interesante pensar desde allí lo que me preguntas, porque el fundamento axiológico de esas instituciones que asisten a las víctimas de la violencia, es un fundamento en la «Caritas», sea porque de modo franco son de corte cristiano o porque bajo el manto de valores seculares e incluso humanistas: la solidaridad, los derechos humanos, etcétera, esconden valores como la caridad, y eso tiene sus contragolpes agresivos, como dice Lacan precisamente en el texto, sobre «La agresividad en psicoanálisis».

Por ejemplo, en esas instituciones se parte de que alguien es una víctima y, en efecto, esa persona pudo haber sufrido un destierro forzado por los actores armados, o haber estado sometido a un secuestro por parte de la guerrilla o a escenarios sociales de violencia extrema como las víctimas de los paramilitares, o a pérdidas de seres queridos para mostrarlos luego cómo bajas del enemigo por parte de fuerzas estatales, bajo la forma de terrorismo de Estado. Allí hay objetivamente una víctima de la violencia, pero si bien darle a alguien el estatuto de víctima significa resarcirle derechos que la violencia le ha arrebatado, que alguien se identifique al estatus de víctima pone toda la responsabilidad de lo que le ha pasado en el otro que lo ha violentado o en el Otro que quiere repararle el daño sufrido. Y eso significa quitarle la responsabilidad subjetiva y por tanto, arrasar su deseo.

Puede ser que no haya elegido encontrarse en esas circunstancias, pero sí es responsable de lo que haga con su vida durante o después del acontecimiento traumático. Porque no escogió sus cartas pero le queda jugar la partida con las que le tocaron, y de ello somos responsables nos enseña el psicoanálisis.

Victimizar es la mayoría de las veces desresponsabilizar al sujeto y eso trae consecuencias, como, por ejemplo, que las víctimas no hagan nada para cambiar su situación, que se queden esperando la solución del Otro, al que incluso se la exigen como si hubiera sido el victimario, eso instala un sujeto en la reivindicación inconmensurable, es el síndrome del pensionado, del que se hablaba en la Primera Guerra Mundial, cuando los psicoanalistas poneros tuvieron que atender las Neurosis de Guerra.

Pero además, esas instituciones parten, como en el apólogo de San Martin de que saben lo que la víctima quiere, y en general, lo reducen en ese acto a un ser de necesidad, no un sujeto de deseo, entonces, como no se le consulta a la víctima qué quiere, sino que se supone que necesita lo que se le da, allí hay un aplastamiento de su deseo que responde de manera agresiva a ese aplastamiento, por eso quien ayuda en esa posición siente que las víctimas son «desagradecidas», porque en el fondo el caritativo espera agradecimiento, sumisión, reconocimiento por parte de la víctima, pero no ven que su acto caritativo es agresivo porque da el manto y no el rango y coloca en posición de servidumbre a la víctima.

Precisamente, por ignorar la subjetividad de la víctima, y partir de lo que se supone necesita, sin consultarlo, se interpreta la compulsión a la repetición del goce por parte de la víctima como signo de su mala fe. La clínica psicoanalítica aplicada a las urgencias subjetivas nos enseña que no hay que apresurarse en un furor sanandi a «curar» un síntoma, sin antes haber comprendido que función cumple en la subjetividad de alguien. Freud había visto lo que era la ventaja primaria y la ventaja secundaria de la enfermedad, pero además, si alguien no ha renunciado a una adicción, a una compulsión, a la repetición de un goce, es porque eso cumple una función subjetiva para él que es lo que hay que averiguar.

El goce siempre se expresa en un: «es más fuerte que yo», por eso no sirven las terapias de la fuerza de voluntad, por ello el psicoanálisis se ocupa de lo inconsciente, de lo que es más fuerte que el yo, de lo que lo lleva arrastrado por las narices al sujeto, la rectificación subjetiva que se puede en algunos casos obtener no se hace sin una rectificación en el goce, eso es la clínica de lo real que nos orienta.

Entonces, que un sujeto vuelva a someterse a las condiciones de su sufrimiento, como tú dices, es porque existen los circuitos pulsionales la compulsión a la repetición como el modo fijo del funcionamiento del goce. Y es en esa singularidad de cada uno donde hay que intervenir, sea en contextos de violencia o en las situaciones de la paz relativa que coyunturalmente se puede alcanzar los países.

Esa es otra dificultad en la intervención institucional, mientras los modelos de tratamiento son concebidos con protocolos y estándares «para todos», no cuentan con «la locura de cada uno», es decir, con la singularidad de cada quien, con aquello a lo que apunta el psicoanálisis, es decir, lo que hay de más singular en un sujeto, aquello que lo hace irrepetible, distinto radicalmente a los demás, y allí encontrar la posibilidad de la invención, la creación o el descubrimiento que cada quien puede hacer para vivir su pulsión sin victimizarse a sí mismo o a los demás. Eso es el horizonte de nuestra clínica aplicada también en las instituciones donde un psicoanalista puede ser llamado o infiltrarse.

De otra parte, la trampa de la «guerra preventiva» de la ciencia, de la que hablas, consiste justamente en querer que la vida se reduzca a lo previsible, al cálculo del goce fálico, al destino significante, a que nada escape al control, a que haya planeación exahustiva, es el sueño obsesivo de la ciencia al servicio del poder, que se pueda eliminar la tyché, el azar, lo imprevisto, es decir, lo real. La trampa es soñarlo y creerlo posible. Por eso con un modelo epidemiológico se fomentan campañas y planes de prevención sobre tal o cual problema social, por ejemplo, el embarazo adolescente. Lo paradójico es que lo que quiere prevenirse termina por promoverse. Porque como dice Lacan, lo real es sin ley. La ciencia quiere eliminar lo real por eso forcluye el sujeto, pero como sucede en general con lo forcluido, retorna desde lo real de manera catastrófica.

V: Finalmente, es un hecho de estructura que hay algo que se excluye permanentemente. En la sociedad, contra una «raza», por ejemplo. En un grupo, tal vez, contra aquél cuyo goce no se integra al universal. También en el sujeto mismo, que rechaza la parte no simbolizada de su goce. Al respecto, ¿cuál sería la apuesta en la que se enmarca el psicoanálisis?

ME: Lacan esclareció que el fundamento de la identidad es la segregación, esto es, que si bien un puñado de griegos del siglo V antes de nuestra era, pudo marcar la humanidad veintiséis siglos con su filosofía, su mitología, su ciencia; la identidad helénica se fundamentaba en la segregación de los bárbaros, es decir, los no griegos. Así mismo, Claude Levi-Strauss lo encontraba con los Bororos del Brasil, que se designaban a sí mismos como los hombres y a los demás como gusanos de tierra. Es algo no sólo de la psicología de las masas, sino también de la subjetividad individual, Lacan lo muestra en «El estadio del espejo», pero también se puede pensar con Miller como la configuración de la ex-timidad. Poner afuera, en el otro, lo más íntimo de sí, para tratarlo como extraño, como lo odiado, como la parte maldita. Es lo que vemos ahora con el estudio de este texto en la Nel, en el Seminario Clínico Itinerante.

El sueño del control total de la ciencia al servicio del poder es el de uniformar los goces, que todos gocen de igual manera para así, en ese bíopoder, vigilar y castigar, es el panóptico social, global. Es el delirio de la ciencia, que suscita el delirio conspirativo de la resistencia.

El psicoanálisis se sitúa a contrapelo de todo ello. Porque si se ocupa de lo singular reconoce que es un sueño imposible, es la utopía comunitaria del mundo feliz, cada uno consumiendo el soma de la felicidad. El psicoanálisis devela que el goce siempre es singular, es el exilio radical del sujeto. El goce del Uno lo exila de los demás, pero la apuesta del psicoanálisis es que a pesar de la no relación sexual que ello implica, a pesar de que no haya comunidad de goce, pueda el sujeto abrirse a la contingencia, al encuentro del otro, a fraternidades discretas, a un lazo social posible que no sea mortífero.

Tomado de: http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/varite/edicion/Sobre-la-agresividad/364/Entrevista-Reflexiones-sobre-la-constitucion-subjetiva-y-la-epoca

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