Mario Elkin Ramírez1
Sigmund Freud elucidó en su Massenpsychologie, la identificación como la base de constitución de las masas artificiales tales como la Iglesia y el Ejército. Llegó incluso a proponer una topología en la que ilustra el mecanismo psíquico que se realiza en cada miembro de un grupo, a saber, que toma inconscientemente un rasgo del líder y conforme a ese modelo transforma su yo, en el sentido en que sustituye su propio ideal del yo por esa identificación al caudillo o a la idea rectora que lidera el grupo. Lo cual asegura un lazo al líder y otro, efecto del primero, a los miembros de la comunidad constituyente del grupo.
Esta identificación configura en el sujeto un rasgo común con los demás, que lo identifica como miembro del colectivo, lo que le da una “segunda naturaleza”, es decir, una “identidad” que lleva consigo un principio de unión, de comunidad con dicho grupo y a la vez un principio de segregación de todo aquel que no pertenezca al mismo.
Según Jacques-Alain Miller, “La tesis de Lacan es que Freud comenzó a interesarse verdaderamente en la psicología de las masas, en la identificación como fenómeno de masas, no sólo por razones históricas, el fascismo, etc., o por un interés de la época por los fenómenos de masa, sino también a partir de los fenómenos que constataba en la institución analítica” 2.
En efecto, Freud enfrentado con el problema institucional acepta ese modelo de la Iglesia y el Ejército. Es famosa la comunidad del anillo que Freud constituye con sus más cercanos seguidores, al estilo de la guardia pretoriana antigua o de las comunidades secretas. A pesar de que, según su correspondencia, Freud exigía de sus seguidores una fidelidad absoluta, si adoptó este estilo de agrupación, a mi juicio, más allá de su ambición de erigirse en general de un ejército de militantes —donde se recuerda su admiración adolescente por Aníbal—, o en un jefe religioso, lo hizo para proteger su descubrimiento. El psicoanálisis creció por fuera de la universidad y Freud necesitaba un mecanismo de protección y de transmisión del mismo.
“¿Cómo se las arregló Freud? —se pregunta Miller— Habría que considerarlo aún. Según Lacan, instituyó un orden de ceremonia. Creó un modelo de Sociedad Psicoanalítica dominada por el formalismo y animado por un cierto número de ritos. Esa es la crítica que se puede encontrar, poner en conjunto, a partir de ciertos textos de Lacan, en la noción que da, en filigrana, de los analistas: son débiles, no se puede confiar en su aptitud natural o en su iniciativa para conservar viva la llama de la experiencia analítica. Las formas que Freud instituyó esconden y hacen desconocer el real del que se trata, pero, al mismo tiempo, en cierta forma lo protegen. Esa es la hipótesis de Lacan. Freud quiso sociedades ritualizadas y formalizadas para proteger al psicoanálisis de los psicoanalistas, y tomó el riesgo de un estancamiento para que al menos fuera preservado, incluso desconocido, el real en juego en el psicoanálisis” 3.
Así fue como Freud fue fundando, primero la Sociedad Psicoanalítica de Viena y de distintas ciudades y luego la International Psychoanalisis Asociation, conocida como IPA.
Y en efecto, la obra de Freud se conservó, el psicoanálisis es una de las pocas disciplinas en las que el mayor corpus conceptual proviene esencialmente de su fundador. Pero esto no dejó de tener enormes consecuencias negativas. Rápidamente se formó una ortodoxia, con principios de identidad y de segregación. Los que reforzaban la identidad pasaban por la identificación, al punto de lo caricaturesco. En algún congreso, —decía Lacan— era posible de acuerdo a su manera de vestir inferir quién se analizaba con quién. Y la manera como Freud analizaba, su forma singular de usar la herramienta de la técnica se elevó a la dignidad de un estándar. Cinco sesiones semanales de una hora, en una atmósfera neutra, etc. La contrapartida de este estilo de Asociación fue el ejercicio del principio de la segregación. No tardó en aparecer la vigilancia de todos sobre todos de que se cumpliera a la letra los rituales, surgieron los traidores, los desviacionistas, los infieles. Y luego vendrían las expulsiones, los odios, las heridas, la excomunión. Lacan vivió la experiencia de la excomunión —que él iguala a la de Spinoza al ser eyectado de la comunidad judía ortodoxa y condenado tanto en vida, como su alma después de la muerte.
Pero Lacan había vivido antes una experiencia que lo transformó y de la que da cuenta en su escrito La psiquiatría inglesa y la guerra. Fue su visita a Londres en septiembre de 1945, pocos días después del final de la Segunda Guerra Mundial. Allí dice Lacan: “Debemos, pues, llegar a hablar de heroísmo y evocar las marcas, desde las primeras apariciones a nuestra llegada, en esta ciudad devastada, cada doscientos metros de calle, por una destrucción vertical, con el resto perfectamente descombrado […] Tan severos y sin mayor romanticismo, a medida que el visitante iba caminado, se le descubrían otros signos, por azar o por destino […] el agotamiento íntimo de las fuerzas creativas que, por sus confesiones o por sus propias personas, médicos u hombres de ciencia, pintores o poetas, eruditos, hasta sinólogos, que fueron sus interlocutores, traicionaban por un efecto tan general como lo había sido la obligación de todos”4.
Fue un momento en el que Lacan encontró a Wilhem Bion a quien rinde homenaje en ese escrito, porque se ocupó de una manera muy novedosa, precisamente de los neuróticos de guerra, es decir, de aquellos sujetos enfermos del ideal, enfermos de la identificación vertical al líder o al ideal patriótico en el que ya no creían, se habían des-identificado y, por tanto, desde la trinchera de su neurosis se resistían a volver al campo de batalla.
En la tesis V de otro texto contemporáneo a éste: La agresividad en psicoanálisis, aparece la noción de “fraternidad discreta” deseada por Lacan y opuesta a la constitución de masas descrita por Freud. Lacan había visto descubrir a Bion la transferencia horizontal con la que pudo constituir un nuevo lazo social en los neuróticos de guerra. Bion pudo rehabilitarlos y en cierto modo Lacan da a entender que fue gracias a esa invención y no solo aplicado a los soldados, inadaptados psicológicos, sino a la población inglesa, que se pudo ganar la guerra. “Fraternidad discreta” es entonces lo contrario de identificación al grupo, que refuerza una fraternidad continua con el caudillo.
En el texto sobre La psiquiatría inglesa y la guerra: dice Lacan: “Dedico la fórmula a aquellos de mis oyentes que ven la condición de toda cura racional de los trastornos mentales en la creación de una nueva sociedad, [neo-societé]en la que el enfermo mantenga o restaure un intercambio humano, cuya sola desaparición redoble por sí sola la tara de la enfermedad”5.
Es decir, que ve en ese nuevo lazo social, con el que los neuróticos de guerra y los decepcionados recuperaron su dignidad y fueron a defender sus intereses y vidas, un nuevo lazo posible de crear una sociedad distinta, que no sea una nueva utopía comunitaria.
Una neo-sociedad, inspirada en la idea de un grupo sin jefe. De manera inédita Bion y Rickman crearon un ejército de la nada. “Se constituyeron equipos de diez sujetos aproximadamente, ninguno de los cuales es investido de una autoridad preestablecida: se les propone una tarea que deben resolver colaborando, y cuyas dificultades, escalonadas, conciernen a la imaginación constructiva, al don de improvisación, a las cualidades de previsión, al sentido del rendimiento”6.
Luego de su excomunión Lacan piensa en otra forma de institución psicoanalítica, que sea la contra-experiencia de la IPA. De este modo idea la forma Escuela. “La Escuela como experiencia inaugural es un esfuerzo por arreglárselas en forma diferente a la de Freud con los analistas —como resultado de un análisis—, y con la enseñanza y la transmisión del psicoanálisis […] La apuesta de la experiencia inaugural de Lacan es mantener al grupo analítico sin ritos. Por un lado, promovió al retorno a Freud en lo que concierne a la teoría, a la experiencia, a la práctica, pero, por el lado institucional, en todo caso se trata evidentemente de un nuevo comienzo, incluso de un comienzo lejos de Freud. Esto es lo que marca la Escuela en el lugar de la Sociedad Analítica”7.
Esto conduce a Lacan a producir una modificación radical en la forma asociativa de los analistas, ya que lo que está en juego es de tratar un real, para el que la identificación había fracasado.
Mi hipótesis es que retomó la experiencia de Bion, aquella en la que aquel pudo construir esa “fraternidad discreta” para proponérsela a los analistas. Así, en el seno de la Escuela no puso un caudillo, ni una doctrina como reliquia intocable, sino un vacío, para poder dinamizar la teoría, la clínica y la política del psicoanálisis. Esto a condición de desidentificarse de las formas antiguas de funcionamiento institucional, porque esa Escuela estaba en principio creada para los analistas, en el sentido en que un analista es del resultado de un análisis y del mismo se espera una caída de las identificaciones.
Propuso en su Acta de fundación lo siguiente: “A quienes puedan interrogarse sobre lo que nos guía, les revelamos su razón. La enseñanza del psicoanálisis no puede transmitirse de un sujeto al otro sino por las vías de la transferencia de trabajo”8.
“No es pues una transmisión en masa —dice Miller— Esto es lo que instaló como el secreto de la Escuela […] Así se instala la enseñanza de Lacan en el corazón de la Escuela como elemento central y al mismo tiempo éxtimo […] La fundación de la Escuela —Lacan lo indicó sin falsa vergüenza, sin falso pudor— tiene como fin proseguir lo que es su agalma, a saber, la enseñanza de Lacan. En todo caso, eso es lo que dijo Lacan. Tuvo el coraje, la honestidad y la precisión de decir que la Escuela está constituida alrededor del elemento agalmático susceptible de producir la transferencia de trabajo”9.
Esta transferencia de trabajo es radicalmente distinta a la que se desprende de la identificación al caudillo o al cuerpo dogmático como idea rectora, sobre el que se soportan además el enamoramiento y la hipnosis, no es la de la “jerarquía ni la cooptación de sabios”10. La transferencia de trabajo, al contrario, está soportada en dispositivos de formación como el cartel, el análisis, el control, el pase, la enseñanza, que si quiere designarse bajo la forma de un nuevo lazo social, será el de la fraternidad discreta de los des-identificados. Es decir, de aquellos que pueden soltarse del dominio de los semblantes que hasta ahora, con un orden ceremonioso, habían cubierto lo real en juego en la formación de los analistas.
Des-identificación al falo, que conlleva la metáfora paterna, pero también, la des-identificación que lleva consigo ir más allá del padre a condición de servirse de él. Des-identificación del Otro que disuelve el sujeto supuesto saber, y que, por tanto, permite a un sujeto instalarse en un saber hacer con su singular sinthome, en medio de nuestra época, la del Otro que no existe y que ha elevado el objeto a al cenit social.
Para ello se asocia en la Escuela con esos otros a los que ya no se identifica. Esto no es para nada una felicidad institucional, sino la posibilidad de asociarse aceptando la incomodidad inherente al lazo social y con los dispositivos de tratamiento del real en juego ya que nos regimos por una ética de las consecuencias.
Notas
1 Psicoanalista, Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana –sede de Medellín. Profesor titular en el Departamento de psicoanálisis de la Universidad de Antioquia.
2 Jacques-Alain Miller, Política lacaniana, Buenos Aires, Colección Diva, 1999, p. 39.
3 Ibíd., p. 21.
4 Jacques Lacan, “La psychiatrie anglaise et la guerre”, en: Autres écrits, París, Seuil, 2001, p. 102.
5 Ibíd., p. 111
6 Ibíd.
7 Jacques-Alain Miller, Op. cit., pp. 21-22.
8 Jacques Lacan, Acta de fundación, (21 de junio de 1964), Escansión I (1989), p. 13.
9 Jacques-Alain Miller, Op.cit. p. 23-24.
10 Ibíd., p. 24.