El cerebro es, junto al código genético, el lugar en el que hoy se supone que está escrito el Libro de la vida. Las llamadas «ciencias cognitivas», siguiendo el auge de las neurociencias, han encontrado así una nueva razón para considerar y tratar al sujeto como un sistema cibernético, un ordenador, injertado en un organismo animal cuya última función sería la adaptación a la realidad. Tal ilusión cientificista se suele fundar en la certeza de que hay en el cerebro una escritura que se da a leer, por ejemplo, en las imágenes coloreadas de las «resonancias magnéticas». De hecho, fue el propio Sigmund Freud el primero en ingeniar la fabulosa ficción de una escritura neuronal, hipótesis según la cual las representaciones del lenguaje estaban inscritas en las neuronas. Dejó el proyecto en el cajón por considerarlo un delirio científico. Descubrió entonces un real propio de la experiencia psicoanalítica al que llamó inconsciente y al que sólo se puede acceder por «resonancia semántica», por medio de la palabra y las leyes del lenguaje. Jacques Lacan formalizó esta hipótesis y la llevó a su límite para reintroducir en la ciencia aquello que quedaba excluido: el sujeto de la palabra y del goce como irreductible a la anterior perspectiva en sus síntomas y malestares. MB

¿Te pareció útil este artículo? compártelo asi otros también pueden aprovecharlo
0

Dejar un comentario

Simple Share Buttons