Profesor: Mario Elkin Ramírez
Relatoría de la clase del 5 de abril de 2013
Por Jaime Velásquez
Los griegos consideraban el amor como algo peligroso, ya que es, en esencia, sometimiento. De ahí que propusieran, más bien, la apatía, teniendo en cuenta la definición platónica de las pasiones como un pathos del alma. De manera similar se puede entender la posición del analista, la cual debe ser una posición sin pathos.
San Agustín, por su parte, propone la necesidad de ser mesurados en el amor y establece la relación entre amar mesuradamente y cordura. La desmesura, pues, está del lado de la hybris, sería el goce. Sin embargo, para él sí hay un amor desmesurado: el amor a Dios. Más tarde, en el Renacimiento, este modelo de desmesura pasa de ser el amor a Dios al modelo entre las relaciones humanas. De otro lado, en este amor desmesurado del uno por el otro, hay una exigencia de reciprocidad. Y esta exigencia es, precisamente, la que el analista no puede satisfacer en la transferencia.
Se puede entender fácilmente cómo se instala la transferencia en un neurótico. Éste siempre duda, siente la falta en sí mismo, la división, y, gracias a esto, tiene la posibilidad de amar. Pero, ¿cómo entender la transferencia en un psicótico, quien no siente tal división, en quien siempre hay una convicción? La solución en este caso sería la erotomanía –la partícula manía en esta palabra nos muestra que hay una dimensión de repetición en ella.
Si bien el término erotomanía tiene antecedentes históricos, donde el concepto ha cambiado según el periodo en que se encuentre, es Gaëtan Gatian de Clérambault (1872 – 1934, psiquiatra francés a quien Lacan consideraba su maestro) quien lo consolida (de hecho, también se le llama síndrome de Clérambault). Según él, la erotomanía se compone de tres fases: la esperanza, el despecho y el rencor. No obstante, Lacan considera que ella no es una estructura clínica diferente, sino que está ligada a la psicosis. Establece, además, la diferencia entre los delirios pasionales (más del lado de la paranoia) y los delirios interpretativos.
En “el caso Schreber”, Lacan encuentra una erotomanía mortificante. Es esta, entonces, la manera como se relaciona un psicótico en términos de amor; es la erotomanía la modalidad de la transferencia en la psicosis. Es una psicosis pasional; no es un amor puro, sino un odioenamoramiento. Dicho sea de paso que una clínica diferencial de las psicosis implica tener en cuenta cuatro aspectos: la relación con el otro, la relación con el cuerpo, la relación con el significante y la relación con el goce. La intención es que el analista, entre lo imaginario y lo simbólico, logre anudar un goce.
Como se dijo, el analista se instala en una posición disimétrica en la transferencia y, por eso, ésta es un nuevo lazo social. En este dispositivo, la diferencia fundamental es el deseo del analista, el cual es en sí una posición, es el deseo de que el otro se analice. Se podría decir que es una disimetría sostenida, de manera que garantice que el analizante permanezca. La premisa podría ser: “no me ames a mí, sino a tu inconsciente”. El analista, entonces, no puede estar en posición de a’, ya que no puede haber reciprocidad. El analista neutraliza su yo para que el sujeto asocie libremente y no hable desde su yo, sino para que se deje hablar, para que el sujeto sepa de su inconsciente.
Para terminar, algunas palabras sobre una clínica diferencial del amor:
En la histeria se busca un amo para gobernar sobre él. La histérica se dirige a un S(A tachado).
En la obsesión no hay un A tachado.
En los dos casos anteriores se niega la castración.
En la psicosis, debido a la forclusión del nombre del padre, hay también una forclusión fálica.
Finalmente, la perversión es el reverso del amor, en ella se instrumentaliza el objeto; éste es goce. Es el desmentido de la castración materna.