Silvia Ons [1]
El libro de Mario Elkin Ramírez[2] es de sumo interés. Compara las figuras de Empédocles y Edipo introduciendo un paralelismo entre la concepción filosófica de Empédocles y la que está en la base del Edipo Rey de Sófocles. Mario realiza una minuciosa investigación que lo conduce a elaborar singulares deducciones encontrando así, en el en el propio texto de Edipo Rey, una manifestación de la filosofía que le fue contemporánea, a saber, la denominada “presocrática” y, de modo específico, el pensamiento empedocleano. Su elaboración es filosófica, sin embargo tiene afinidades con el espíritu de Lacan, quien también menciona una analogía si recordamos que en el Seminario 8 dice a propósito de Empédocles: “Como Edipo, él no muere, él vuelve al corazón del mundo en el fuego del volcán y la hiancia (béance)”.
Sófocles toma el mito de Edipo que se remonta a los albores de la civilización griega y lo reinterpreta a la luz de su época, el esplendoroso “siglo de Pericles”; tratándolo desde un nuevo contexto donde ya existe la democracia, condición del nacimiento de la filosofía. La democracia se vincula con la filosofía en la medida en que implica que el saber sustentado en la polis, comience a aparecer de modo desacralizado, más orientado hacia el logos humano. Y es este último aspecto el que guía esta investigación ya que el mito no tiene el mismo sentido que en los tiempos arcaicos; algo ha pasado entretanto, a saber, la presencia de los filósofos llamados presocráticos, quienes, usando aún un lenguaje mítico, elaboraron nociones que empezaron a convertirse poco a poco en un nuevo logos. Entre estos filósofos se cuenta a Empédocles.
La intuición que mueve al autor es que tal vez sea posible encontrar ese nuevo punto de vista presocrático en la tragedia Edipo Rey, tal y como es elaborada por Sófocles. Mario halla notables paralelismos y aquí mencionaré solo un aspecto. Por ejemplo, en lo que atañe a su sabiduría, Edipo acude a un saber humano para vencer la esfinge, sin la ayuda de ningún Dios. Tal recurso se imbrica con la igualdad democrática, común en estos pensadores. Se encuentra así una articulación entre el macrocosmos de Empédocles y el microcosmos de la tragedia edípica ya que tal tragedia data de los inicios de la guerra del Peloponeso, momento en el que el sistema democrático que caracterizaba a Atenas debía ser reafirmado ya que estaba debilitado siendo la peste metáfora de tal descomposición. Pero para entender esa relación entre Empédocles y Sófocles relativa a la democracia habrá que adentrarse en un punto muy importante advertido por Mario. En Empédocles coexisten varios saberes: él es “médico, taumaturgo, adivino, orador y político, revela un tipo arcaico de humanidad que no ha dejado de desconcertar a los modernos”. Jaeger sostiene que “si encontramos en la persona de Empédocles ideas órficas dándose la mano con los conceptos más precisos de la filosofía natural de su tiempo, no debemos sorprendernos más de lo que nos sorprendemos al tropezar con un racionalismo puramente científico mezclado al espíritu religioso del cristianismo en un hombre de nuestros propios días”. Pero, según la hipótesis de Mario la doctrina órfica de la trasmigración de las almas a todos los seres, vegetales, animales o humanos, es la manera en que Empédocles hace entrar al hombre en su magnífica construcción cósmica de las raíces, para ser regido por los mismos principios que componen y mueven el macrocosmos. También el hombre será una mezcla de tierra, agua, aire y fuego y será animado por el amor y la discordia El filósofo de Agrigento tiene la concepción de la physis compuesta por cuatro principios o raíces, sustrato inmutable de toda generación y corrupción: Tierra, Agua, Aire y Fuego. En el poema sobre la Naturaleza el primer poder es la φιλíα y es femenino, el segundo es el neutro νεíκος. Cuando el primero de ellos reina en modo absoluto, aspira a aglomerar en una unidad los cuatro elementos primordiales; ellos se cohesionan para formar una mezcla única llamada σφαϊρος. Creación, lazo amoroso, unión. Pero como su dominio no es permanente, sino alternativo con el Odio, este inicia su acción destruyendo el σφαϊρος; es la disputa que produce la separación que genera el mundo de la pluralidad en el cual vivimos. Al contrario del Amor, la Discordia quiere deshacer todas esas mezclas y separar entre sí esas raíces primordiales. Muertes y nacimientos, amores y guerras, encuentros amigables y disputas, confluencias y disgregaciones, son las tensiones de que se hace el mundo cuando es contemplado por el hombre trágico”.
Empédocles interpreta los diversos acontecimientos del mundo como los avatares de una lucha en la que se requiere la separación y el dolor que conlleva. El odio es capaz de destrucción tan terrible como la amistad lo es de construcción. Pero ambas fuerzas son necesarias, es imposible quedarse en una u otra, es algo que no se detiene, ese es el orden, el cosmos de la naturaleza y también el humano. La concepción de Empédocles en el microcosmos humano corresponde a la democracia. Con él, los dioses hesiódicos pierden sus privilegios de jerarquía y antigüedad: la Tierra, el Amor, han existido desde el principio junto a la Discordia, el fuego, el agua y el aire; Son declarados todos iguales, para dar un orden armónico a su construcción, su corolario político corresponde a la democracia de los hombres.
Si bien Mario Elkin aclara que su elaboración se mueve en un campo filosófico el libro es de gran interés para el psicoanalista. Basta considerar las marcas profundas de Edipo Rey y del presocrático Empédocles tanto en la obra de Freud como en la de Lacan. En Freud la referencia a los griegos girará siempre en relación con la sexualidad ya sea por su anclaje en el mito ya por el origen pulsional que rebasa al argumento mítico: “Lo que hallamos en la ciencia acerca de la génesis de la sexualidad, es tan poco que este problema puede compararse con un recinto oscuro, donde no ha penetrado siquiera la vislumbre de una hipótesis. Es verdad que hallamos una hipótesis así en un sitio totalmente diverso, pero ella es de naturaleza tan fantástica- por cierto más un mito que una explicación científica”[3]. Esta cita es ilustrativa. Freud es un hombre moderno, positivista en el campo científico e iluminista en el filosófico. Sin embargo en las luces dirá que hay un “recinto oscuro” relativo a la cuestión sexual. Como si la misma sexualidad hiciera sombra en la razón. Como dice Jorge Alemán La particularidad del psicoanálisis es la de inscribirse en el campo de la filosofía de las luces interpelada, asediada, alterada, atravesada por el “factum” freudiano de la pulsión. Y cuando Freud se refiere a la pulsión apela a la voz de los antiguos. También, Lacan[4] quien al conceptualizar la pulsión, se remite a Heráclito, es decir a un presocrático del cual toma el fragmento 48: “El arco, pues, tiene nombre de vida ( bios), pero obra de muerte” .Si Freud se apoya en Empédocles para ubicar a la pulsión de muerte, Lacan lo hace en Heráclito para ubicar la vida y la muerte en toda pulsión.
Con relación al deseo, Freud se inspira en los griegos, vincula el éros platónico con las afinidades electivas goethianas, estableciendo su lazo con la sexualidad. Para hablar de la indestructibilidad de los procesos inconscientes se sirve del símil tomado de Homero en La odisea y lo compara con esas sombras subterráneas, que cobraban nueva vida tan pronto como bebían sangre.[5] Como muy bien lo indica Mario, las referencias más importantes con relación a los antiguos aparecen en la formulación de sus distintas teorías acerca del dualismo pulsional. Eros, Thánatos, Ananké, Narcisismo, Complejo de Edipo, Psiqué. Baste aquí recordar, como, en la primera de ellas, Freud alude al término éros contraponiéndolo a los términos griegos, “lógos” y “ananké”. En la última no deja de apoyarse en Empédocles de Agrigento para aludir a los principios en eterna lucha, pulsión de vida y pulsión de muerte, amor y discordia.
En cuanto a Lacan -si bien Mario no toma en este trabajo tal referencia- podemos decir que cuando trata el Edipo, aún cuando formula su más allá no es sin ese más acá donde ubica su carácter mítico como un enunciado de lo imposible. Sin embargo, el Edipo lacaniano no es idéntico al freudiano. En el Seminario 17 Lacan[6] asevera que el esquema asesinato del padre-goce de la madre, elide por completo el resorte trágico. Pondrá el acento en que Edipo accedió a Yocasta por haber triunfado en la prueba de la verdad y será en este contexto donde propondrá pensar el complejo de Edipo como un sueño de Freud y como un síntoma que merece ser interpretado. Al respecto cabe recordar el famoso medallón que los partidarios vieneses le obsequiaron, en ocasión de sus cincuenta años llevaba, esculpido en el anverso, su perfil, y en el re-verso reproducía un grabado que representaba a Edipo en actitud de contestar a la Esfinge. Alrededor de ese dibujo había una frase de Sófocles que decía: “Aquel que descifró los famosos enigmas y fue muy poderoso”. Cuando Freud leyó la inscripción se estremeció, ya que, siendo estudiante universitario, soñó con su propio busto e imaginó para él un epitafio con las mismas palabras que ahora veía en el medallón. El sueño freudiano se asienta sobre Edipo descifrando el enigma, identificado con aquel que quiere saber a cualquier precio. Lévi-Strauss establece una relación entre la solución del enigma y el incesto. El éxito en responder a la Esfinge es análogo al incesto, por ello a su resolución le sigue el casamiento con Yocasta. Lacan afirma que no se puede abordar seriamente la referencia freudiana, sin hacer intervenir, más allá del asesinato y el goce, la cuestión de la verdad. Así, para Freud el Edipo se centra en el amor al padre muerto, y, para Lacan, en el amor a la verdad. Edipo quiso saber a toda costa, respondiendo a la Esfinge, pretendió borrar la pregunta por la verdad y el encuentro con la castración es la respuesta a su misma pretensión, cuanto más aspiró a apresar la verdad con más fuerza se le reveló un dominio que la excede. Lévi-Strauss capta muy bien esta articulación ya que al vincular la solución del enigma con el incesto pone en relación la verdad y el goce.
En el último tramo de su enseñanza Lacan dice que la realidad psíquica es religiosa y considera que ella anuda lo simbólico, lo imaginario y lo real en Freud.[7] Al mismo tiempo diferencia su nudo del freudiano ya que él quiere un anudamiento en el que lo real pase por encima (surmonter) de lo simbólico,[8] ello no implica un imaginario dominio de lo real sino, creo, que el impasse que engendra lo real impida que proliferen los delirios psíquicos. Traspasar la realidad psíquica como realidad religiosa consuena con el rechazo de Lacan a la identificación en el fin del análisis como identificación con el inconsciente. Debemos decir que si para Lacan hay un más allá del Edipo no hay un más allá de Empédocles, su valorización de este presocrático es notable cuando en el Seminario 20[9] se refiere al amor. Tal cita es ineludible, al aludir a los poemas de Empédocles dice: “Aristóteles saca muy bien sus consecuencias al enunciar que, a fin de cuentas, para Empédocles, Dios era el más ignorante de todos los seres por no conocer el odio. Mas tarde los cristianos transformaron estos en diluvios de amor. Si Dios no conoce el odio, para Empédocles es clarísimo que sabe menos que los mortales”. Y la conocida consecuencia de que cuanto más se preste el hombre a que la mujer lo confunda con Dios, menos odia y como no hay amor sin odio, menos ama. Si no hay amor sin odio, la teoría del amor lacaniana es en este sentido más pagana que cristiana. Pese a las diferencias, Freud y Lacan no dudan en tomar al Edipo uno como tragedia otro más como mito. Y respecto a Empédocles, el amor y la pulsión. El estudio de Mario Elkin es un gran aporte para entender tales estas referencias.
Silvia Ons