CURSO: ADOLESCENCIA Y CRIMEN

PROFESOR: MARIO ELKIN RAMIREZ

ESTUDIANTE: JULIANA CAROLINA JURADO

FECHA DE LA CLASE: 3 DE FEBRERO DE 2016

A partir de la reseña del libro El niño y la vida familiar en el antiguo régimen de Philippe Ariés, se realiza un recuento de las formas discursivas que han tenido las categorías niñez y adolescencia a lo largo de la Modernidad. El hecho de que los niños fueran criados por la servidumbre, se desprende de un gran fenómeno social de la época: la mortalidad infantil, debido a que si bien la medicina usaba teorías que venían de la época de Hipócrates, era de un corte metafísico; y lo que hoy se conoce como medicina, era una práctica realizada por los barberos —quienes se encargaban, por ejemplo, de hacer curaciones, sangrías y amputaciones, entre otros procedimientos—. Las mujeres, en toda su vida, podían tener gran cantidad de partos, pero pocos niños sobrevivían; esta era una razón por la cual no había un apego profundo a éstos, y por ello, la clase aristocrática hacía que la servidumbre se encargara de su crianza y si eventualmente sobrevivían y alcanzaban una edad determinada, entraban a la familia por medio de una ceremonia o ritual de paso (como las fiestas de quince realizadas a las chicas en la actualidad). Esto explica cómo con el avance de las ciencias, la Revolución Francesa y el nacimiento del capitalismo se configuran otros pensamientos frente a la infancia.

Al leer Breve historia de la adolescencia de André Breton, se encuentra que el concepto de niño nació en el siglo XIX, y aún más tarde la noción de adolescente; en muchas sociedades simplemente había una transición, por medio de un rito de paso, de la infancia a la adultez. En la era industrial es cuando se comienza a manifestar en mayor forma la transición niño-obrero. Actualmente también se evidencia un rito de paso: la escolaridad (si bien, e incluso se ha extendido los límites de esta franja a períodos que anteriormente se denominaban adultescencia), donde también se condicionan aspectos del comportamiento del individuo, tales como son los roles de género. El nacimiento del sentimiento de adolescencia aparece en las clases burguesas al determinarse un intermedio entre niño y adulto. Así mismo, con el capitalismo se da mucha más importancia a la cronometría del tiempo y la exactitud de su medición, donde las personas saben fechas específicas y le dan caracteres económicos, festivos, conmemorativos.

La adolescencia fue primero un constructo social que biológico, médico o psicoanalítico en la mentalidad humana. Freud utilizó el término médico “púber”, del latín pubertas, donde se marca el inicio de la adolescencia. Sin embargo, sería antes del siglo XX cuando la academia trataría este asunto de la vida humana, desde la Revolución industrial del siglo XVIII, que provocó el asentamiento de ciudades donde se pudo reconocer la tendencia de los adolescentes a agruparse para formar clubes o pandillas. Por esto se les comienza a ver como un peligro al orden social y a la moralidad, pero al mismo tiempo, como seres que están en peligro. Hoy se puede notar los vestigios de esta reacción del poder: las sociedades de control dominadas por la vigilancia panorámica y panóptica, sirven como dispositivo de contingencias dentro de la certeza de esta creencia. Así, a partir del reconocimiento de un sujeto distinto al niño y en camino a ser adulto, que precisaba una categorización distinta, surgió el sentimiento y concepción de la adolescencia.

Adentrándonos más al análisis psicoanalítico propuesto por Freud en Tres ensayos para una teoría sexual, capítulo 3, podemos encontrar la delimitación pulsional de la adolescencia. “La pubertad adviene” en un sentido de llegada, de algo que antes no estaba, introduciendo cambios (metamorfosis): Hay un momento de transición donde, a pesar de que hay un cambio, no es total; la sexualidad infantil llega a su conformación definitiva. Cabe señalar que la sexualidad infantil, pese a lo que se creían otrora, no es nula o inocente, puesto que los niños sentían estímulos sexuales ante el contacto propio o ajeno con su cuerpo. Las madres o nodrizas de tiempos remotos lo sabían (durante el baño ellos podían excitarse) pero intentaban ocultarlo y censurarlo. Por muchos años se pesó en la “inocencia” y la “pureza” de esta edad. Freud contraria esta creencia al definir la sexualidad infantil como autoerótica: no es necesario que un tercero les enseñe a los niños cómo estimularse o buscar el placer en sus zonas erógenas. En la pubertad ocurre “algo” que transforma esa sexualidad infantil. Freud, como médico, hacía la dicotomía entre normal y patológico, donde esbozó lo que hoy el psicoanálisis categoriza como perverso, neurótico, psicótico. La normalidad es un invento de la pedagogía, al determinar los grados escolares “acordes” a las edades escolares. Lo “normal” y lo “anormal”, como ejercicio estadístico, se deslizó a lo psicoanalítico. Actualmente estos dos conceptos son criterios sociales.

Cuando Freud se refiere a “sexualidad normal” podría sonar irónico, ya que en otro capítulo de la obra mencionada, manifiesta que la sexualidad infantil tiene una predisposición perversa polimorfa: un perverso es aquel cuya satisfacción sexual no proviene del coito, sino de otras manifestaciones sexuales —conductas sadomasoquistas, exhibicionismo, fetichismo, pedofilia, zoofilia, necrofilia—, las cuales son desviadas respecto al objeto y al fin. Freud no habla de instinto sexual; el instinto es animal y es una ley que hace que los animales se busquen (se tomen por objeto); pero también es una ley el hecho de que en cierta época del año la sexualidad animal recorra un ciclo, donde las hembras ovulan y segregan feromonas; cuando el macho observa esto, desengatilla ciertos mecanismos que propiciarán la copulación. En los seres humanos, se habla de pulsión (trieb). La diferencia sustancial entre la pulsión humana y el instinto animal radica en el vasto mundo lingüístico y simbólico que ha construido el hombre alrededor suyo, por medio del lenguaje. El hecho de tener una comunicación tan sofisticada permitió grandes transformaciones en el género humano, tanto en su relación social como en la relación con su corporeidad, donde existe un mundo simbólico superior que atraviesa el cuerpo. Es así como la sexualidad humana es constante y permanente —a diferencia de la animal, que es periódica— en cualquier momento los seres humanos pueden satisfacerse sexualmente. Es por esto que, desde una interpretación darwinista del origen de la familia, ésta se constituyó a partir de tal posibilidad: el hombre quiere tener cerca a su mujer para satisfacerse, al mismo tiempo que ella quiere estar cerca de sus descendientes.

Por otra parte, además de una sexualidad que se desborda del mandato reproductivo instintivo, los seres humanos —a diferencia también de los animales— poseen en todo el cuerpo (en virtud del lenguaje) zonas erógenas. Igualmente se transforma el fin de la sexualidad, éste fin ya no es concebir: se convierte en una opción frente a la búsqueda alternativa de placer sexual. Asimismo el objeto cambia, donde el lenguaje perturbó el instinto y “propició la perversión”, haciendo surgir infinidad de filias.

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