Mario Elkin Ramírez
¿Qué entendemos por un principio en psicoanálisis? ¿Qué quiere decir que elevemos el tiempo a un principio de nuestra acción? Quiere decir que no lo consideramos un derecho, como los derechos humanos: “tengo derecho a cuarenta cinco minutos de sesión, puede decirme alguien”. En nombre de los derechos universales se pueden hacer imperios al servicio de juegos de poder y de verdad. Es lo que puede suceder si permitimos la regulación del psicoanálisis por el Estado capitalista globalizado.
Un principio ético es una declaración que pretendemos de validez general para los psicoanalistas de nuestra orientación, que nos regimos por él. Con respecto al tiempo, implica la posibilidad de que alguien en un análisis pueda deliberar, juzgar y el elegir, con un tiempo íntimo, encarnado en el ser de goce del sujeto, que lo lleva, incluso, en un cálculo colectivo con los suyos, a encontrar una salida, una manera de vivir la pulsión, que no corresponde a ningún ideal, ni a ningún estándar de calidad, ni a una categoría universal y absolutista.
La diferencia del principio con el estándar está en que principios, como la duración corta de las sesiones, corresponden a una razón en situación, a una razón práctica que se rige por las circunstancias de cada caso. Esa concreción en situación es lo que da la φρόνησις, la prudencia, ubicada según la acción singular; es el punto imposible de sistematizar en lo general del principio. Para sancionar la emergencia de lo real, de lo inesperado, no es posible, en situación, en la soledad del acto analítico, trasmitir el cómo proceder en cada caso. Es lo creativo del acto: cada quien, en cada circunstancia de su análisis, delibera, juzga y elige, decide, elige y actúa sin estándar, en el tiempo de su ser ahí, que es el principio que se le trasmite en el acto mismo de la escansión, pero sin un manual, sin un modo de empleo para cada vez.
La φρόνησις señala el principio de indeterminación en nuestra orientación. Es decir, que el tiempo así concebido es un principio necesario pero no suficiente de la ética del analista; es preciso agregarle el resultado de la formación en cada uno, la manera como su análisis lo ha conducido a vivir la pulsión, que es lo que determina su acto, su obrar, su bien decir, de modo que no interfiera en su analizante. El obrar del analista, su acto, no depende del hábito de la aplicación del principio; el hábito lo conduciría a degradar el principio en estándar. En cambio, su obrar, a partir de su formación, es único e irrepetible, es lo personal, lo individual del acto, lo que, de nuevo, imposibilita el manual.
Heidegger construye su sistema filosófico a partir del análisis de la acción moral. Para ello elabora una reflexión filosófica del tiempo desde la puesta en juego permanente de la decisión, de la acción y de la elección humana. La temporalidad se le revela como un carácter constitutivo del ser humano. Es en ese sentido, que encontramos una articulación posible de su concepción del tiempo con la del psicoanálisis de orientación lacaniana, que se define más que como una técnica psicoterapéutica, como una ética, precisamente, de la elección subjetiva, de la decisión y de la acción.
Ambas concepciones coinciden en que el tiempo no es un fenómeno medible, una sucesión de instantes iguales, sino un tiempo subjetivo: el momento que se espera para elegir y decidir, el tiempo como una prospectiva de la acción.
En nuestro psicoanálisis hablamos de la sanción oportuna de lo real en la sesión analítica y de las emergencias del sujeto del inconsciente, -el cual es atemporal de acuerdo con lo planteado por Freud-. El principio del tiempo en la sesión analítica no funciona, para nosotros, como una experiencia temporaria del cronómetro, sino que se hace necesaria como una experiencia cairológica de la temporalidad, en el mismo sentido de Heidegger. 1
Heidegger intuye que detrás del tiempo aristotélico, como numeración del antes y del después, se esconde el abismo que consiste en la profundidad del alma, sin la cual no hay numeración del tiempo, ni el tiempo mismo. Por ello, en él, la existencia no está fijada en la actualidad del presente, sino que es considerada como un poder ser, que él llama praxis originaria. Nuestro psicoanálisis coincide con Heidegger por cuanto escuchamos que el inconsciente se realiza en el presente de la sesión analítica y, también, cuando el análisis se ocupa de hacer consciente la prospectiva de la acción del analizante, que hemos llamado la ética de las consecuencias y donde la insondable decisión del ser se ve avocada, de nuevo, a la elección y a la acción. Pero, al mismo tiempo, se distancia de la concepción heideggeriana, en el punto en que es desde el presente del análisis, o del presente del analizado, que se decide su acción o su elección.
La tradicional oposición del tiempo como fenómeno físico en Aristóteles y del tiempo como fenómeno psicológico, como duración o dilatación de la mente, del alma, en San Agustín, es resuelta por Heidegger en la secreta relación que existe entre el ser ahí y el tiempo. Se trata de ese mismo tiempo, cuanto en el psicoanálisis la existencia del analizante fluctúa entre la rememoración de su pasado, el tiempo presente de la elaboración significante, sin dejar de lado la repetición, cuando actualiza su goce en la transferencia. En cuanto al futuro, es como posibilidades que se le revela al sujeto en el análisis o a quien ha hecho un fin de análisis. Todo se pasa en el presente de cada sesión, o en el día a día de su existencia, donde su ser ahí -su ser de goce- revela como uno de sus caracteres fundamentales el tiempo lógico de su juicio y de su acción ética: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir, en cada acto que pasa por el análisis o por la existencia pos-analítica.
Esta concepción del tiempo nos sitúa, en cierto modo, con Heidegger, pero también más allá del mismo, porque en su concepción del tiempo es clave el concepto de Befindlichkeit -término que indica un estado de pasividad, de situación, de encontrarse y que implica los estados de ánimo y las afecciones-, unido a la proyectualidad, a la decisión y a la espontaneidad de la comprensión.
En el psicoanálisis damos importancia a la prospectiva como posibilidad de modificación de lo que, conforme al modelo de la retroactividad Nachtraglich, da sentido desde el presente a un signo de goce anterior, que quedó en estado de prägung, de marca del acontecimiento traumático, que permanece en suspenso por cuanto el sujeto no contaba con los significantes para interpretar su sentido en el momento de la inscripción; Ese signo de goce, resemantizado, se proyecta sobre el presente como síntoma y sobre el porvenir como repetición. Pero es una operación que, igualmente, implica afectos, pasiones, aquello que llamamos goce, en la pasividad fantasmática, pero que la acción analítica pretende hacer consciente, encontrar-se entonces, con su ser de goce y dar la posibilidad a una nueva acción, a una nueva elección, a una decisión diferente. Es como momento de decisión, de asumir las consecuencias del acto posible, que se esboza como futuro, que se revela ese tiempo para el sujeto, responsable de su ser de goce y de su invención de un saber hacer con el mismo.
Heidegger tiene como hilo conductor de su investigación, la cuestión sobre el tiempo. Un tiempo que puede ser temporal o que puede ser temporario; es temporario cuando el tiempo se mira desde categorías universales, generales y absolutistas. Es temporal el tiempo cuando, encarnado en el ser ahí, se convierte en proyecto de vida, en un continuo entretejido de posibilidades, todas mancomunadas en dicho proyecto; también es temporal el tiempo cuando la muerte se convierte, por un lado, en un límite y por otro, en la posibilidad posibilitante; es temporal el tiempo cuando en el proyecto de vida se dan rasgos de una historia efectual, que inciden en el mismo; es temporal cuando dicho proyecto de vida conlleva consigo, una serie de efectos o de consecuencias para la vida del hombre. En última instancia, se puede decir que el tiempo se temporaliza cuando se convierte para el hombre en Sorge, cura, cuidado de sí.
En el psicoanálisis de nuestra orientación, el tiempo de las sesiones cortas o del tiempo variable es un principio, al contrario de otras orientaciones donde el tiempo de duración de la sesión es un estándar, es decir, un tiempo cronológico, temporario, en términos de Heidegger.
Por ello, tanto en el análisis como después de su final, el tiempo encarnado en el ser ahí del sujeto es el encuentro, tal vez no tanto con un proyecto de vida, como con un abanico de posibilidades nuevas de crear un estilo de vida, un estilo de vivir la pulsión que no sea una nueva perversión. Lacan, en sus Escritos, evoca incluso la asunción del ser para la muerte como una de las versiones del fin del análisis, en consonancia con Freud, quien, señalaba una actitud ética frente a la vida emergente de lo perecedero, del hecho de la transitoriedad de la existencia. Freud vivía en conformidad con ese principio y, así, producía en un contra reloj, en un contra el límite actualizado por su cáncer, lo que lo llevaba, incluso, a denunciar la hipocresía del hombre común frente a la vida y a la muerte cuando, de modo inconsciente, se conduce como si fuera eterno.
Es una posición ética que tiene todo su interés en esta reflexión, porque hace ingresar en el ser ahí un carácter esencial que no existe en el inconsciente -el tiempo-, y la conciencia de la propia finitud, como posibilidad posibilitante, cuando se la inscribe en la historia efectual de las decisiones, acciones y elecciones vitales del sujeto, recogiendo sus consecuencias.
Un efecto de esa mutación subjetiva, de ese ingreso del tiempo en el ser, es que vivir la pulsión, quiere decir saber hacer algo con la pulsión de muerte, de tal modo que sea posible no sólo el cuidado de sí, el Sorge, la cura, sino también el cuidado del otro, de su analizante y del psicoanálisis mismo.
La reflexión heideggeriana inicia en la temporariedad, consistente en la idea de que el reloj mide el tiempo, y se conduce hacia la temporalidad, es decir, a la pregunta crucial sobre si el tiempo es el mismo ser ahí, si el tiempo es el mismo hombre, llegando a San Agustín, quien en el libro XI de Las confesiones, ha llevado la pregunta por la temporalidad a la pregunta sobre si “él mismo (el alma) sea el tiempo”.
Para Heidegger, el ser ahí es la vida humana en su ser, lo que en profundidad con Lacan corresponde a la manera como el sujeto vive su ser de goce. Y bien, el ser en Heidegger es trascendente, es vivido por el ente de vez en cuando, pero cada uno de nosotros lo capta cuando hace la afirmación fundamental “yo soy”, que es la manifestación del ser del hombre que es, en cada caso, el mío.
El ser de goce, en cambio, es esquivo a la conciencia del sujeto y se requiere de un análisis avanzado para ser reconocido como “yo soy eso”; pero vuelto certeza del sujeto, deviene la brújula de su acción, de su decisión, y de su elección. Luego de negarse el sujeto durante mucho tiempo de su vida su ser de goce, puede afirmarlo en la aserción fundamental del “yo soy eso”, con consecuencias mas radicales que las del ser heideggariano, porque conduce a la existencialidad que no puede no contar con el tiempo; y esto por dos razones: la primera, porque se hace comprensible, desde ese momento de captación de su ser de goce, lo que es el tiempo, y la segunda, porque se le hace comprensible la auténtica temporalidad; es decir, que se le revelan los distintos modos del ser temporal y la conexión entre esas dos razones.
La temporalidad, constituida por la serie de “ahoras” de su existencia presente -porque después de un final de análisis semejante, sólo se vive en presente-, esa temporalidad emerge en el sujeto como captación de su ser de goce, de su ser ahí, en cada ahora en la que se manifiesta. Ser de goce entonces estará siempre unido a ese rasgo temporal concedido por el sujeto a partir de lo efímero de la existencia, lo que hace que pueda sopesar su acto desde la responsabilidad ética implicada en ese rasgo de lo perecedero de su vida.
De allí se revelan para el sujeto, en virtud de su inmersión en el tiempo, lo que son las determinaciones de su ser: que está en este mundo y no hay otro ni otra vida, que el sujeto es igual a su ser de goce y, diferenciado de su semejante, que tiene el habla como único medio de tratar lo real de la no proporción sexual, en sí y en los otros; que es ahí, pero con los otros y que es en el ser en el mundo cotidiano que va su propio ser. Pero eso que en Heidegger sería el camino de la introspección filosófica, el psicoanálisis, en cambio, la permite no como soliloquio sino como experiencia con un analista. Por eso, el psicoanálisis no propone una reflexión del ser, externa al mismo y encaminada a la demostración, sino a una experiencia bajo transferencia, la cual conlleva, a su vez, tiempo propio.
La muerte como fin, es propuesta como posibilidad del hombre desde su propia existencia: el sujeto puede pensarse siempre como en camino hacia ella. Lo que lo hace vivir en función del hecho que cada día puede ser el último, luego no hay que aplazar los proyectos, su deseo, es vivir su ser ahí, esto es, en el aquí y en el ahora. Lo que significa no sólo asumir la muerte, sino también la existencia, en términos temporales. Es lo que de sapiente nos puede traer, para vivir sabiamente la existencia en los términos de una temporalidad.
La temporalidad auténtica se descubre como un presente que es confrontado con un futuro como límite mismo de la vida, lo que potencializa el presente desde la ética de la acción, que incluye el tiempo lógico del ver, comprender, concluir. La toma de conciencia de la muerte hace que los deseos ya no se aplacen; es vivir aquí y ahora, sin utopías, con proyectos pero realizables, a nivel individual en el corto plazo, a nivel colectivo en el mediano; es una vida que se ocupa de lo coyuntural del día a día, del trabajo cotidiano, de los trabajos y los días, sin aplazamientos, sin procrastinación, sin la prisa, de manera serena e intensa. El tiempo implicado en las decisiones es en presente; ese es el tiempo esencial, inherente al ser de goce que da la convicción “soy eso” y que invita a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.
1 Este habla de experiencia cairológica a partir del καιροσ aristotélico de la ética nicomaquea, como la ocasión oportuna para actuar, φρόνησις; y de san Pablo, quien en la primera carta a los tesalonicenses invita a los creyentes a no estar preocupados sobre los momentos y los tiempos, sino a considerar la existencia cristiana como una gran vigilia. Respecto a la primera vertiente, siempre estaré reconocido con nuestro colega y amigo Michel Bassols quien nos ha enriquecido con la elucidación psicoanalítica de la prudencia.