¿Por qué las sesiones lacanianas no se rigen por el reloj?” con Amanda Goya 2/2
Tomado de Nucep
Tomado de Nucep
Tomado del sitio del NUCEP
CICLO DE CONFERENCIAS NUCEP 2014-15
Conferencia 5 # NUCEP – Lunes 6 de Octubre 2014 con AMANDA GOYA
Entrevista a Marcelo Barros
Tomado de: De Inconscientes
¿Qué entendemos por un principio en psicoanálisis? ¿Qué quiere decir que elevemos el tiempo a un principio de nuestra acción? Quiere decir que no lo consideramos un derecho, como los derechos humanos: “tengo derecho a cuarenta cinco minutos de sesión, puede decirme alguien”. En nombre de los derechos universales se pueden hacer imperios al servicio de juegos de poder y de verdad. Es lo que puede suceder si permitimos la regulación del psicoanálisis por el Estado capitalista globalizado.
Un principio ético es una declaración que pretendemos de validez general para los psicoanalistas de nuestra orientación, que nos regimos por él. Con respecto al tiempo, implica la posibilidad de que alguien en un análisis pueda deliberar, juzgar y el elegir, con un tiempo íntimo, encarnado en el ser de goce del sujeto, que lo lleva, incluso, en un cálculo colectivo con los suyos, a encontrar una salida, una manera de vivir la pulsión, que no corresponde a ningún ideal, ni a ningún estándar de calidad, ni a una categoría universal y absolutista.
La diferencia del principio con el estándar está en que principios, como la duración corta de las sesiones, corresponden a una razón en situación, a una razón práctica que se rige por las circunstancias de cada caso. Esa concreción en situación es lo que da la φρόνησις, la prudencia, ubicada según la acción singular; es el punto imposible de sistematizar en lo general del principio. Para sancionar la emergencia de lo real, de lo inesperado, no es posible, en situación, en la soledad del acto analítico, trasmitir el cómo proceder en cada caso. Es lo creativo del acto: cada quien, en cada circunstancia de su análisis, delibera, juzga y elige, decide, elige y actúa sin estándar, en el tiempo de su ser ahí, que es el principio que se le trasmite en el acto mismo de la escansión, pero sin un manual, sin un modo de empleo para cada vez.
La φρόνησις señala el principio de indeterminación en nuestra orientación. Es decir, que el tiempo así concebido es un principio necesario pero no suficiente de la ética del analista; es preciso agregarle el resultado de la formación en cada uno, la manera como su análisis lo ha conducido a vivir la pulsión, que es lo que determina su acto, su obrar, su bien decir, de modo que no interfiera en su analizante. El obrar del analista, su acto, no depende del hábito de la aplicación del principio; el hábito lo conduciría a degradar el principio en estándar. En cambio, su obrar, a partir de su formación, es único e irrepetible, es lo personal, lo individual del acto, lo que, de nuevo, imposibilita el manual.
Heidegger construye su sistema filosófico a partir del análisis de la acción moral. Para ello elabora una reflexión filosófica del tiempo desde la puesta en juego permanente de la decisión, de la acción y de la elección humana. La temporalidad se le revela como un carácter constitutivo del ser humano. Es en ese sentido, que encontramos una articulación posible de su concepción del tiempo con la del psicoanálisis de orientación lacaniana, que se define más que como una técnica psicoterapéutica, como una ética, precisamente, de la elección subjetiva, de la decisión y de la acción.
Ambas concepciones coinciden en que el tiempo no es un fenómeno medible, una sucesión de instantes iguales, sino un tiempo subjetivo: el momento que se espera para elegir y decidir, el tiempo como una prospectiva de la acción.
En nuestro psicoanálisis hablamos de la sanción oportuna de lo real en la sesión analítica y de las emergencias del sujeto del inconsciente, -el cual es atemporal de acuerdo con lo planteado por Freud-. El principio del tiempo en la sesión analítica no funciona, para nosotros, como una experiencia temporaria del cronómetro, sino que se hace necesaria como una experiencia cairológica de la temporalidad, en el mismo sentido de Heidegger. 1
Heidegger intuye que detrás del tiempo aristotélico, como numeración del antes y del después, se esconde el abismo que consiste en la profundidad del alma, sin la cual no hay numeración del tiempo, ni el tiempo mismo. Por ello, en él, la existencia no está fijada en la actualidad del presente, sino que es considerada como un poder ser, que él llama praxis originaria. Nuestro psicoanálisis coincide con Heidegger por cuanto escuchamos que el inconsciente se realiza en el presente de la sesión analítica y, también, cuando el análisis se ocupa de hacer consciente la prospectiva de la acción del analizante, que hemos llamado la ética de las consecuencias y donde la insondable decisión del ser se ve avocada, de nuevo, a la elección y a la acción. Pero, al mismo tiempo, se distancia de la concepción heideggeriana, en el punto en que es desde el presente del análisis, o del presente del analizado, que se decide su acción o su elección.
La tradicional oposición del tiempo como fenómeno físico en Aristóteles y del tiempo como fenómeno psicológico, como duración o dilatación de la mente, del alma, en San Agustín, es resuelta por Heidegger en la secreta relación que existe entre el ser ahí y el tiempo. Se trata de ese mismo tiempo, cuanto en el psicoanálisis la existencia del analizante fluctúa entre la rememoración de su pasado, el tiempo presente de la elaboración significante, sin dejar de lado la repetición, cuando actualiza su goce en la transferencia. En cuanto al futuro, es como posibilidades que se le revela al sujeto en el análisis o a quien ha hecho un fin de análisis. Todo se pasa en el presente de cada sesión, o en el día a día de su existencia, donde su ser ahí -su ser de goce- revela como uno de sus caracteres fundamentales el tiempo lógico de su juicio y de su acción ética: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir, en cada acto que pasa por el análisis o por la existencia pos-analítica.
Esta concepción del tiempo nos sitúa, en cierto modo, con Heidegger, pero también más allá del mismo, porque en su concepción del tiempo es clave el concepto de Befindlichkeit -término que indica un estado de pasividad, de situación, de encontrarse y que implica los estados de ánimo y las afecciones-, unido a la proyectualidad, a la decisión y a la espontaneidad de la comprensión.
En el psicoanálisis damos importancia a la prospectiva como posibilidad de modificación de lo que, conforme al modelo de la retroactividad Nachtraglich, da sentido desde el presente a un signo de goce anterior, que quedó en estado de prägung, de marca del acontecimiento traumático, que permanece en suspenso por cuanto el sujeto no contaba con los significantes para interpretar su sentido en el momento de la inscripción; Ese signo de goce, resemantizado, se proyecta sobre el presente como síntoma y sobre el porvenir como repetición. Pero es una operación que, igualmente, implica afectos, pasiones, aquello que llamamos goce, en la pasividad fantasmática, pero que la acción analítica pretende hacer consciente, encontrar-se entonces, con su ser de goce y dar la posibilidad a una nueva acción, a una nueva elección, a una decisión diferente. Es como momento de decisión, de asumir las consecuencias del acto posible, que se esboza como futuro, que se revela ese tiempo para el sujeto, responsable de su ser de goce y de su invención de un saber hacer con el mismo.
Heidegger tiene como hilo conductor de su investigación, la cuestión sobre el tiempo. Un tiempo que puede ser temporal o que puede ser temporario; es temporario cuando el tiempo se mira desde categorías universales, generales y absolutistas. Es temporal el tiempo cuando, encarnado en el ser ahí, se convierte en proyecto de vida, en un continuo entretejido de posibilidades, todas mancomunadas en dicho proyecto; también es temporal el tiempo cuando la muerte se convierte, por un lado, en un límite y por otro, en la posibilidad posibilitante; es temporal el tiempo cuando en el proyecto de vida se dan rasgos de una historia efectual, que inciden en el mismo; es temporal cuando dicho proyecto de vida conlleva consigo, una serie de efectos o de consecuencias para la vida del hombre. En última instancia, se puede decir que el tiempo se temporaliza cuando se convierte para el hombre en Sorge, cura, cuidado de sí.
En el psicoanálisis de nuestra orientación, el tiempo de las sesiones cortas o del tiempo variable es un principio, al contrario de otras orientaciones donde el tiempo de duración de la sesión es un estándar, es decir, un tiempo cronológico, temporario, en términos de Heidegger.
Por ello, tanto en el análisis como después de su final, el tiempo encarnado en el ser ahí del sujeto es el encuentro, tal vez no tanto con un proyecto de vida, como con un abanico de posibilidades nuevas de crear un estilo de vida, un estilo de vivir la pulsión que no sea una nueva perversión. Lacan, en sus Escritos, evoca incluso la asunción del ser para la muerte como una de las versiones del fin del análisis, en consonancia con Freud, quien, señalaba una actitud ética frente a la vida emergente de lo perecedero, del hecho de la transitoriedad de la existencia. Freud vivía en conformidad con ese principio y, así, producía en un contra reloj, en un contra el límite actualizado por su cáncer, lo que lo llevaba, incluso, a denunciar la hipocresía del hombre común frente a la vida y a la muerte cuando, de modo inconsciente, se conduce como si fuera eterno.
Es una posición ética que tiene todo su interés en esta reflexión, porque hace ingresar en el ser ahí un carácter esencial que no existe en el inconsciente -el tiempo-, y la conciencia de la propia finitud, como posibilidad posibilitante, cuando se la inscribe en la historia efectual de las decisiones, acciones y elecciones vitales del sujeto, recogiendo sus consecuencias.
Un efecto de esa mutación subjetiva, de ese ingreso del tiempo en el ser, es que vivir la pulsión, quiere decir saber hacer algo con la pulsión de muerte, de tal modo que sea posible no sólo el cuidado de sí, el Sorge, la cura, sino también el cuidado del otro, de su analizante y del psicoanálisis mismo.
La reflexión heideggeriana inicia en la temporariedad, consistente en la idea de que el reloj mide el tiempo, y se conduce hacia la temporalidad, es decir, a la pregunta crucial sobre si el tiempo es el mismo ser ahí, si el tiempo es el mismo hombre, llegando a San Agustín, quien en el libro XI de Las confesiones, ha llevado la pregunta por la temporalidad a la pregunta sobre si “él mismo (el alma) sea el tiempo”.
Para Heidegger, el ser ahí es la vida humana en su ser, lo que en profundidad con Lacan corresponde a la manera como el sujeto vive su ser de goce. Y bien, el ser en Heidegger es trascendente, es vivido por el ente de vez en cuando, pero cada uno de nosotros lo capta cuando hace la afirmación fundamental “yo soy”, que es la manifestación del ser del hombre que es, en cada caso, el mío.
El ser de goce, en cambio, es esquivo a la conciencia del sujeto y se requiere de un análisis avanzado para ser reconocido como “yo soy eso”; pero vuelto certeza del sujeto, deviene la brújula de su acción, de su decisión, y de su elección. Luego de negarse el sujeto durante mucho tiempo de su vida su ser de goce, puede afirmarlo en la aserción fundamental del “yo soy eso”, con consecuencias mas radicales que las del ser heideggariano, porque conduce a la existencialidad que no puede no contar con el tiempo; y esto por dos razones: la primera, porque se hace comprensible, desde ese momento de captación de su ser de goce, lo que es el tiempo, y la segunda, porque se le hace comprensible la auténtica temporalidad; es decir, que se le revelan los distintos modos del ser temporal y la conexión entre esas dos razones.
La temporalidad, constituida por la serie de “ahoras” de su existencia presente -porque después de un final de análisis semejante, sólo se vive en presente-, esa temporalidad emerge en el sujeto como captación de su ser de goce, de su ser ahí, en cada ahora en la que se manifiesta. Ser de goce entonces estará siempre unido a ese rasgo temporal concedido por el sujeto a partir de lo efímero de la existencia, lo que hace que pueda sopesar su acto desde la responsabilidad ética implicada en ese rasgo de lo perecedero de su vida.
De allí se revelan para el sujeto, en virtud de su inmersión en el tiempo, lo que son las determinaciones de su ser: que está en este mundo y no hay otro ni otra vida, que el sujeto es igual a su ser de goce y, diferenciado de su semejante, que tiene el habla como único medio de tratar lo real de la no proporción sexual, en sí y en los otros; que es ahí, pero con los otros y que es en el ser en el mundo cotidiano que va su propio ser. Pero eso que en Heidegger sería el camino de la introspección filosófica, el psicoanálisis, en cambio, la permite no como soliloquio sino como experiencia con un analista. Por eso, el psicoanálisis no propone una reflexión del ser, externa al mismo y encaminada a la demostración, sino a una experiencia bajo transferencia, la cual conlleva, a su vez, tiempo propio.
La muerte como fin, es propuesta como posibilidad del hombre desde su propia existencia: el sujeto puede pensarse siempre como en camino hacia ella. Lo que lo hace vivir en función del hecho que cada día puede ser el último, luego no hay que aplazar los proyectos, su deseo, es vivir su ser ahí, esto es, en el aquí y en el ahora. Lo que significa no sólo asumir la muerte, sino también la existencia, en términos temporales. Es lo que de sapiente nos puede traer, para vivir sabiamente la existencia en los términos de una temporalidad.
La temporalidad auténtica se descubre como un presente que es confrontado con un futuro como límite mismo de la vida, lo que potencializa el presente desde la ética de la acción, que incluye el tiempo lógico del ver, comprender, concluir. La toma de conciencia de la muerte hace que los deseos ya no se aplacen; es vivir aquí y ahora, sin utopías, con proyectos pero realizables, a nivel individual en el corto plazo, a nivel colectivo en el mediano; es una vida que se ocupa de lo coyuntural del día a día, del trabajo cotidiano, de los trabajos y los días, sin aplazamientos, sin procrastinación, sin la prisa, de manera serena e intensa. El tiempo implicado en las decisiones es en presente; ese es el tiempo esencial, inherente al ser de goce que da la convicción “soy eso” y que invita a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.
1 Este habla de experiencia cairológica a partir del καιροσ aristotélico de la ética nicomaquea, como la ocasión oportuna para actuar, φρόνησις; y de san Pablo, quien en la primera carta a los tesalonicenses invita a los creyentes a no estar preocupados sobre los momentos y los tiempos, sino a considerar la existencia cristiana como una gran vigilia. Respecto a la primera vertiente, siempre estaré reconocido con nuestro colega y amigo Michel Bassols quien nos ha enriquecido con la elucidación psicoanalítica de la prudencia.
Respuesta a una pregunta frecuente en nuestra página web.
No, no todos. Algunos encuentran en él un beneficio, es una práctica dirigida a la singularidad, no al universal.
Breve explicación de los beneficios terapéuticos en un niño que va al psicoanalista, respecto a sus miedos, fobias y dolor de existir.
Profesor: Mario Elkin Ramírez
Estudiante: Luisa Fernanda Mesa.
Clase de Enero 18 de 2014
Después de realizar la lectura y escuchar la exposición del quinto principio rector, el profesor Mario Elkin empieza a explicar sobre los enunciados de éste.
En un primer momento, retoma que la cura psicoanalítica no es estándar, ni plantea procedimientos para estandarizar un comportamiento a través de un protocolo o diagnóstico, no es una técnica y comporta elementos diferentes a una psicoterapia.
El psicoanálisis o la cura psicoanalítica se identifica por ser un método de investigación de lo singular o excepcional del sujeto, es decir,
“es un método de investigación que consiste esencialmente en evidenciar la significación inconsciente de las palabras, actos, producciones imaginarias (sueños, fantasías, delirios) de un individuo. Este método se basa principalmente en las asociaciones libres del sujeto, que garantizan la validez de la interpretación. La interpretación psicoanalítica puede extenderse también a producciones humanas para las que no se dispone la asociación libre.” (Laplanche, 1996, p. 316)
Para continuar ampliando ésta explicación, el profesor retoma el ejemplo del esquema de los conjuntos: existe un conjunto Universal, el cual se caracteriza porque los sujetos buscan la supervivencia y escogen salidas consideradas universales para resolver su malestar. Así mismo, dentro del conjunto universal se encuentra el conjunto de lo Particular, se caracteriza porque el sujeto no está reducido a la supervivencia sino que se atraviesa un deseo que les permite buscar otras formas de resolver su malestar. Existe un tercer conjunto, el de lo Singular que está por fuera del conjunto universal; se caracteriza porque el sujeto conquista su singularidad, busca una salida que puede ser típica pero no es la ideal. Lo singular le permite al sujeto ser consecuente con su deseo y lo hace feliz.
En el quinto principio se explicita que Freud retomó la metáfora del ajedrezpara explicar el acto analítico e identificó como punto de encuentro entre ellos, la presencia de reglas o para el inicio o para el final.
El ajedrez es un juego de estrategia que tiene como objetivo derrotar al rey del oponente. Al inicio del juego cada jugador tiene dieciséis piezas: un rey, una dama, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones. Cada pieza se mueve en el tablero de forma diferente. El juego finaliza cuando uno de los jugadores amenaza el rey con alguna de las fichas propias sin que el otro jugador pueda protegerlo, como resultado es el jaque mate y el fin de la partida. Sin embargo, con el paso del tiempo, se diseñaron programas de ajedrez por ordenadores que comenzaron a ganar incluso a grandes maestros en partidas rápidas y luego en condiciones de torneo. Freud utilizó la metáfora del ajedrez, porque la apertura es protocolizada y finaliza con el jaque mate, pero el desarrollo de la partida es singular, requiere de cada jugador planteamientos tácticos y estratégicos distintos.
En el acto analítico los que participan son el analista y el analizante, se identifica por la interpretación controlada de la resistencia, de la transferencia y del deseo. Al empezar el acto analítico, el analista es quien aprueba que se desarrolle la partida y el analizante se dispone para permitir que a través de la asociación libre, pasar de la queja al síntoma, desprenderse del soporte imaginario de la mirada, entre otros, el inconsciente pueda manifestarse con la mayor libertad. Al finalizar de la partida en el acto analítico, se espera que el sujeto o analizante experimente la verdad consecuente con su deseo y salga más contento consigo mismo. El desarrollo del acto analítico, es único para cada sujeto y no se sabe que va a pasar durante éste.
Para finalizar con la revisión del principio, se establece que el psicoanálisis, no es una técnica, no tiene una regularidad en el tiempo, sino que un discurso que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción. Los casos de Freud: Dora, El hombre de las ratas, Juanito y El Hombre de los lobos, se referencian en el principio y fueron retomados por el profesor, evidenciando algunas características de cada uno de los casos, las diferencias en la duración de la cura y la salida singular que cada uno realizó.
El caso Dora
Ida Bauer es el verdadero nombre de Dora, fue uno de los primeros casos clínicos en la historia del psicoanálisis.
En la ponencia que realiza Lorenzano(Febrero 2004) retomó el caso Dora, quien fue una joven de 18 años que es llevada por su padre a la consulta de Freud, por tener diversos signos y síntomas sucesivos o que casi la imposibilitan: tos nerviosa, ronquera, ataques de apendicitis, etc., que Freud diagnostica como histeria. En el curso del tratamiento, descubre que Dora conoce a fondo la sexualidad humana, incluso en las –así las llamadas- perversiones, y que está enamorada del señor K, de la señora K, quizás de su padre; mantiene intensas relaciones con otras figuras femeninas, y sueña con casas que se incendian. Al tiempo que narra sus encuentros, Freud construye su concepción psicoanalítica de la histeria.
En 1905 Freud publicó el caso con el título “Análisis fragmentario de una histeria -comúnmente llamado el Caso Dora-“, escrito cinco años después, luego de que el 31 de diciembre de 1900 la paciente pusiera término por su propia voluntad al tratamiento iniciado en octubre de 1900. Por el tiempo de duración del acto analítico, menos de tres meses, Freud pudo recordarlo por completo y registrarlo a la manera de una historia clínica.
El caso Hombre de las ratas
En el registro que realizó Ramírez-Salas (Mayo 2008) describió que el caso fue bautizado así, por el mismo Freud. Toma este seudónimo de la fantasía que este tiene en su psiquismo, relacionada con el relato de un suplicio que consistía en la introducción de ratas por medios artificiales en el recto del supliciado; el recuerdo de esa situación es el motivo de consulta, considerado por el paciente como el factor desencadenante de su “enfermedad”.
Sin embargo, Freud dice que el recuerdo y la escucha de un relato como este no es la causa de la “enfermedad”. Lo que ocurre, como en la mayoría de los casos, es que al escucharlo se actualizan aspectos reprimidos en el inconsciente y aparece la angustia. Cuando avanzamos en el proceso de un análisis, encontramos otros aspectos destacables que permiten llegar al origen y a las causas de este tipo de padecimiento.
Ernst Lanzer, que así se llamaba el “hombre de las ratas” era un abogado de veintinueve años; Freud lo consideró desde su primer encuentro como un tipo inteligente y sutil, cuyos síntomas obsesivos eran alienantes y extraños, y los desplegaba de una manera más notoria que otros neuróticos.
El padre de este paciente había muerto algunos años atrás, pero el temor por él persistía, algo característico en los obsesivos. Este temor había aparecido en el recuerdo y en la vida del “hombre de las ratas” como a los cinco años y, según él, este era la causa de su trastorno. Pero tampoco se va a ubicar aquí el comienzo de su “enfermedad”. Freud aclara que este tipo de sentimientos, a esa edad, es ya la “enfermedad” misma y por lo tanto Lanzer, a sus cinco años, ya presentaba una neurosis obsesiva completa en la que no faltaba ningún elemento.
Para finalizar con éste caso, es importante mencionar que Ernst Lanzer, Llega a tratamiento tras haber hojeado el libro de “Psicopatología de la vida cotidiana” y hallar en él el esclarecimiento de unos raros enlaces de palabras que le hicieron acordarse de sus propios trabajos de pensamiento, esto lo resolvió a confiarse de Freud. Inició tratamiento el 1° de octubre de 1907, concluyendo 9 meses después en julio de 1908.
El Caso Juanito o El Caso del pequeño Hans.
En el texto que escribió Niño(junio 2009), realizó un homenaje a Freud, cien años después de haberse publicado el Caso Juanito que constituye, entre los historiales clínicos de Freud, una obra pionera para la historia del Psicoanálisis infantil. El nombre verdadero de Juanito, quien llegó a ser un director de Ópera de renombre internacional, era Herbert Graf.
Cuando Juanito tenía cuatro años y estaba de paseo por el parque con la criada contempló una escena aterradora: un caballo que tiraba de un pesado carro se desplomó en la calle. A partir de ese momento padece una grave fobia hacia los caballos, y más específicamente a que los caballos con algo negro en la boca lo muerdan.
El tratamiento fue llevado a cabo por el padre del niño, bajo la supervisión de Freud. El pánico es tan grande que le impide salir de casa. En un primer momento, su padre interpreta que la fobia de Juanito se debe a los excesivos cariños de su madre y al miedo al gran “hace-pipí” del animal. Freud orienta el análisis del padre hacia la angustia que provocó en Juanito el nacimiento de su hermanita Hanna y al misterio recurrente en las fantasías y preguntas de Juanito sobre el origen de los bebés. A partir de estas indicaciones el material necesario para interpretar la fobia de Juanito va saliendo a la luz.
Una vez terminado con éxito el tratamiento de Juanito, Freud escribe este último capítulo en tres partes, tratando de rescatar las pruebas que pudo obtener, en tres direcciones: Para confirmar sus hipótesis sobre la sexualidad infantil. Para comprender la patología de las fobias. Para extraer aclaraciones sobre la vida anímica de los niños.
Hombre de los lobos
Serguéi Konstantínovitch Pankéyev o mejor conocido como el caso del hombre de los lobos, este nombre se derivó de un sueño con lobos blancos que fue extensamente analizado por Freud.
En la Historia del Hombre de los lobos (mayo 2011), se describe que el paciente tuvo el sueño a la edad de cuatro años, y de él dedujo Freud la causa de su neurosis. Según Freud, el sueño ha sido inspirado por una experiencia de la primera infancia, que fue la base para los temores de castración del paciente; a la edad de dieciocho meses, había caído enfermo de malaria y durmió en la alcoba de sus padres en vez de en la de su nodriza, como de costumbre. Una tarde, «él contempló un coito a tergo, tres veces repetido», en el que pudo ver «los genitales de su madre así como el órgano de su padre». En la interpretación que Freud hace del sueño en esta escena, los lobos blancos representan la ropa interior de los padres.
Según Freud, esta escena originaria produjo un deterioro en las relaciones del paciente con su padre. Él se identificó con su madre, la mujer cuyo estado «castrado» observó a tan temprana época de desarrollo. No obstante, el paciente reprimió sus inclinaciones homosexuales, y esta compleja condición se manifestó con el mal funcionamiento de la zona anal. «El órgano con el cual su identificación con las mujeres, su pasiva actitud homosexual hacia los hombres podía expresarse por sí mismo era la zona anal. Los desarreglos en el funcionamiento de esa zona habían adquirido una significación de impulsos femeninos de ternura, y los retuvieron también durante su posterior enfermedad». Se supuso también que esto era la causa de las largas y continuadas «dificultades intestinales» del paciente, que impedían las evacuaciones espontáneas durante períodos de meses, en ocasiones. Fueron relacionados por Freud con las dificultades y problemas que el paciente tenía con el dinero.
En ocasión de su posterior enfermedad, esas relaciones (con el dinero) fueron perturbadas hasta un grado particularmente severo y tal factor no fue el menor de los elementos en su falta de independencia y en su incapacidad para enfrentarse con la vida. Había llegado a ser muy rico gracias a legados de su padre y su tío; era obvio que concedía una gran importancia a ser considerado rico, y podía sentirse muy ofendido si era infravalorado en ese respecto. Pero no tenía ni idea de cuánto poseía, ni cuáles eran sus gastos, ni de cuánto dinero le quedaba.
Otro problema que vio Freud fue la perturbada relación del Hombre Lobo con las mujeres; el Hombre Lobo se sentía atraído por las criadas y se enamoraba obsesivamente cuando veía a una mujer en cierta posición (la adoptada por su madre en la escena capital antes descrita). En conjunto, Freud concluyó que el Hombre Lobo sufría de neurosis obsesiva, y fue tratado por ese desarreglo así como por otros rasgos depresivos descritos en el libro de Freud.
Después de cuatro años de análisis, y de un re-análisis llevado a cabo algún tiempo después a causa de un recrudecimiento de los síntomas, el Hombre Lobo fue dado de alta por Freud como curado. Pero poco tiempo después sintió la necesidad de un nuevo análisis y fue tratado por Ruth Mack Brunswick, durante cinco meses la primera vez, y luego, después de dos años, irregularmente durante varios más.
Según las investigaciones realizadas por Karin Obholzer, la historia fue muy distinta. No sólo Pankeyév nunca se curó, sino que siguió siendo tratado por otros psicoanalistas hasta su muerte y su estado durante ese transcurso empeoró considerablemente. Pankeyév cobraba un sueldo mensual a cargo de la Fundación Sigmund Freud con el propósito de mantenerlo oculto en Viena para que el fraude no se hiciera público.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
Laplanche, Jean & Pontalis, Jean-Bertrand (1996). Diccionario de psicoanálisis. Traducción Fernando Gimeno Cervantes. Barcelona: Editorial Paidós. p. 316.
Lorenzano, C., (Febrero 2004), La teoría freudiana de la histeria: Una reconstrucción nominalista. Encuentro de la Concepción Estructuralista, sede de posgrado de la Universidad Nacional, Buenos Aires, Recuperado de: http://www.clorenzano.com.ar/nominalismo/freud.pdf
Ramírez-Salas, W., (Mayo 2008), El “Hombre de las ratas”: un caso de neurosis obsesiva, Acta académica, Recuperado de: http://pc2vp.files.wordpress.com/2011/08/caso-el-hombre-de-las-ratas.pdf
Niño, M.V., (junio 2009), Análisis de la fobia de un niño de cinco años (caso “juanito”)… cien años después de publicado, Psicoanálisis XXI (1); 143-153, Recuperado de: http://ascane.org/lecturas/analisis_fobia_nino_5.pdf
La historia del Hombre de los Lobos, (mayo 2011), Recuperado de:
http://atencionatupsique.wordpress.com/2011/05/30/la-historia-del-hombre-de-los-lobos/
RELATORIA…
PROFESOR: Mario Elkin ramírez
CLASE DE ENERO 25 /2013: 6to Principio
ESTUDIANTE: LINA CRIALES
Durante la clase se desarrollaron varios puntos claves e importantes para la comprensión de lo referente a la cura psicoanalítica y el análisis, que hace parte del principio número 6, del cual extraje lo siguiente, ya que a mi parecer es lo que precisa la intención del principio: “La duración de la cura y el desarrollo de las sesiones no pueden ser estandarizadas. La duración de la cura se define ‘a medida’. Una cura se prolonga hasta que el analizánte esté lo suficientemente satisfecho de la experiencia que ha hecho como para dejar al analista. Lo que se persigue no es la aplicación de una norma sino al acuerdo del sujeto consigo mismo”. Lo que hice entonces, fue agrupar e interpretar la información más relevante de la clase y el principio, en 5 apartados que desarrollo a continuación:
1. Cura psicoanalítica: hablamos de que no existe un estándar para medir tiempo, estrategias o avances dentro de un análisis, y mucho menos para saber si habrá una cura terminable o interminable para el sujeto. Para Freud la cura psicoanalítica era interminable y se dirigía a la recuperación del amor y el trabajo, es como decir, que nadie que vaya a análisis va a encontrar una cura final sino más bien parcial que le permita convivir con su propia estructura, con su fantasma. Pero para Lacan, la cura si podía ser terminable a partir de su supuesto sobre el “ser para la muerte”, el hecho de aceptar y tomar conciencia de nuestra finitud, de que no somos eternos, pero aun así, nos conducimos como si fuéramos inmortales. De allí parte Lacan a establecer los dos fines de análisis: el primero se trata de un fin de análisis lógico, el cual hace referencia a un fin singular y particular que descubre el sujeto en algún momento del análisis y esa se convierte en su mejor salida, por ejemplo, el que encuentra en ser profesor o ser pintor su salida final; y el segundo se trata de un fin de análisis terminado, en donde ocurre que en algún momento del análisis, el paciente se encuentra satisfecho y decide retirarse del mismo, es potestad del analizánte irse.
2. La travesía: sucede con el que quiere ser analista, con el que descubre en análisis que su camino o su salida final entre tantas, es ser psicoanalísta y decide continuar, ya que su sufrimiento medianamente se encuentra resuelto. E inicia para él la travesía del fantasma, el cual va dirigido a conocer su frase fantasmática, el corazón de la horma con la cual se conforma toda la estructura del sujeto; se trata de las distintas versiones de lo mismo, de todo aquello que ya está pero que se modifica, se manifiesta, cambia y se moviliza a través de la estructura.
3. Estructura: Lacan concibió un vacio en la estructura, un vacio que permanece y se mantiene pero en momentos, circunstancias y situaciones cambia de lugar, no es fijo; se necesita de dicho vacio para darle movilidad al resto de elementos que componen a la estructura del sujeto, para hacer combinaciones y desplazamientos, es como decir, que cuando se tapa un espacio al mismo tiempo se destapa otro, un otro que no hay que tratar de tapar sino más bien de resolver, porque de igual forma siempre quedara un vacio más. Y es allí donde está el centro de la travesía, el ser de la misma, ese vacío que le permite desalojarse y volverse a alojar.
4. La verdad: ésta en psicoanálisis es subjetiva, cada uno tiene su propia y particular verdad; no hay verdad absoluta, general o universal, cada uno la construye a partir del camino recorrido, de las experiencias, de lo que concibe y cree cada uno. Freud encontró que siempre quedan restos incurables e inmodificables que constituyen una verdad desconocida aún, para el sujeto; siempre quedara un rayón, un algo con el que hay que saber hacer y no tratar de hacer desaparecer. De allí que Lacan cree otro concepto para quien continúa el análisis: ya no se trata de la travesía del fantasma como tal, sino más bien de la Desidentificación del síntoma, pero que finalmente se conservarán algunas identificaciones que le sirvan al sujeto, ya que no se puede soltar o desatar de todas las identificaciones, es comprender y hacer llevadero el demonio propio.
Los tres tiempos lógicos: Lacan estableció estos tiempos para esclarecer que es lo que sucede en una situación, lo que se desarrolla en tres períodos a partir de la misma: primero aparece el instante de ver, que es el periodo en que el paciente habla, habla y habla de sí, de lo que le pasa, de su malestar; segundo esta el tiempo de comprender, que es cuando el sujeto cae en cuenta de, cuando hace consciencia de lo que ha dicho, cuando encuentra en el discurso algo rescatable y significativo del funcionamiento de su estructura; y tercero, el momento de concluir, llevar a cabo la rectificación de lo que ha descubierto, hacer una conclusión lógica y articulada a partir de fragmentos del discurso para llegar a comprender medianamente lo que le ocurre. Cabe resaltar que esto depende también del aprendizaje del sujeto, el cual también se da en tiempos lógicos, el tiempo de comprender es de cada uno, y cada uno tiene un ritmo y un momento de entendimiento.
Relatoría sobre el tercer principio clínico, trabajado en clase el día 17 de Enero de 2014.
Profesor: Mario Elkin Ramírez
Estudiante: Luz Amparo Mantilla
Este principio se explica en Psicoanálisis introduciendo el concepto de inconsciente como una dimensión donde existen sucesos significativos que de alguna manera han afectado el acontecer psíquico del ser humano y es a través de la terapia psicoanalítica donde se escenifica dicho contenido, que de alguna manera ya ha sido manifestado a través del chiste, los sueños, las equivocaciones al hablar, los actos fallidos etc, y que se producen como lo ilustró el Profesor Mario Elkin en la vía de sentidos ocultos que generalmente están ligados a pulsiones inconscientes generadoras del malestar humano.
En tal sentido y siguiendo por la misma vía, para comprender el concepto de pulsión inconsciente, es necesario referirnos a la transformación que se ha dado en la vida humana con relación al instinto donde a través del lenguaje se ha dado lugar a lo que en Psicoanálisis se conoce como pulsión pensada por Freud desde la teoría del instinto, donde Freud descubre que al igual que en el instinto propia de los animales, en la pulsión también existe una zona erógena, y lo que nos diferencia a los seres humanos de los animales es el lenguaje. En tal sentido Freud definió a la pulsión como “algo que tiene cuatro elementos” una fuente corporal o lo que Freud denominó zonas erógenas que pueden ser la boca, el ano, el oído, la piel etc. El segundo elemento Freud lo denominó como el empuje que busca la satisfacción y los otros elementos son el fin (La satisfacción) y el objeto.
Ahora bien, para entramar el objeto de la pulsión con el fantasma como se evidencia en el tercer principio, el profesor Mario Elkin Ramirez explica el presupuesto freudiano frente a la teoría de la pulsión indicando que Instinto + lenguaje = pulsión, es decir el lenguaje transforma el instinto en pulsión lo que significaría que a más lenguaje menos instinto.
En ese orden de ideas, en clase se desencadena un eslabón frente a los objetos pulsionales iniciando con el objeto oral para el cual es pertinente reflexionar frente a los comportamientos del niño para quien su primer objeto de amor no es su madre sino el seno donde la madre pasará a ser una prolongación del mismo. Posteriormente a través de la pulsión social se separa a ese ser pulsional del objeto lo que Lacan llama como destete.
Se identifica también el objeto anal representado a través de las heces o excrementos y al igual que en el objeto oral genera satisfacción en el individuo. Posteriormente Donald Lincon nos presenta otro objeto pulsional llamado el objeto transicional el cual como su nombre lo indica representa una transición entre la madre y otro objeto.
Se ha referido en esta relatoría a la relación que existe entre el individuo con el objeto lo que en Psicoanálisis se llama fantasma o la fantasía, relación que se muestra en escena frente al analista en el tratamiento psicoanalítico, también es importante aclarar que la pulsión hace que el sujeto establezca una relación con el objeto perdido y que esa relación se tienda a recuperar, dicha recuperación del objeto es a lo que se refiere en el tercer principio que funda la trasferencia en donde el papel que juega el analizante es transferir al analista sentimientos de amor u odio.
En conclusión, en este tercer principio se clarifica como objetivo del tratamiento psicoanalítico el reencontrar el objeto perdido y no solo es cuestión de descifrar síntomas.
Video de enlace: El manejo de la transferencia